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Satoru los condujo lejos del comedor, a través de un par de puertas del shōji que daban al rōka. Éste se encontraba escasamente amueblado dejándolo como un vestíbulo. Alrededor, frondosas plantas colgantes se intercalaban entre las gruesas maderas del techo. Nubes amenazadoras cruzaban el húmedo cielo mientras desde una antorcha emergía un vívido baile de luces que caía sobre el suelo.

Tan pronto como las puertas se cerraron, Yuji se acercó a su prima con las manos en alto. Satoru creyó que iba a sacudirla, pero en su lugar se acercó a Kasumi con los hombros temblando. Apenas podía respirar de la risa.

     —Kasumi... lo hiciste a propósito ¿verdad? No podía creer lo que veía... esa maldita lagartija corriendo a lo largo de la mesa...

     —Tenía que hacer algo —explicó la chica con voz apagada—. El comportamiento de Ryōmen fue terrible y aunque no comprendía lo que quería decir, vi la cara del señor Nanami.

     —Oh... oh... —Yuji sofocó una risa tonta—. Pobre Nanami... en un momento está defendiendo a la gente del pueblo de la tiranía de Ryōmen y entonces Meka-maru viene y se desliza junto a los platos del pan...

     —¿Dónde está Meka-maru? —Dándose la vuelta, Kasumi se acercó a Satoru, quien depositó el lagarto en sus extendidas manos—. Gracias Gojo-san. Sus manos son muy rápidas.

     —Es lo que dicen de mí —dijo sonriendo—. El lagarto es un animal que trae suerte. Algunos dicen que proporciona sueños proféticos.

     —¿De verdad? —Kasumi lo contempló fascinada—. Tengo que pensar sobre ello, pues últimamente sueño más a menudo.

     —Mi prima no necesita que la animen en ese sentido —dijo Yuji lanzando a Kasumi una significativa mirada—. Es hora de despedirse de Meka-maru.

     —Sí, lo sé —suspiró Kasumi entornando los ojos hacia su primitiva mascota encerrada dentro de la laxa prisión de sus dedos—. Lo dejaré libre. Aunque me parece que Meka-maru preferiría vivir aquí en lugar del castillo de Sukuna.

     —¿Y quién no? Ve y encuentra un bonito sitio para él, Kasumi. Te esperaré aquí.

Mientras su prima salía corriendo, Yuji se dio la vuelta para contemplar el oscuro perfil de la casa, su silueta dentro de los confines de la reja de madera reforzada con vistas al río.

     —¿Qué estás haciendo? —preguntó Satoru mientras se acercaba.

     —Echando un último vistazo al Palacio Honmaru porque esta será la última vez que la vea.

Satoru sonrió abiertamente.

     —Lo dudo. Nanami ha dado la bienvenida a invitados que se han comportado mucho peor.

     —¿Peor que soltar criaturas salvajes reptantes sobre la mesa del comedor? Cielos, debe estar desesperado por tener compañía.

     —Tiene una gran tolerancia a la excentricidad —dijo él haciendo una pausa antes de añadir—. Sin embargo, no soporta en absoluto ningún modo de crueldad.

La referencia a su hermano produjo una mezcla de emociones en su rostro, tornando su humor en vergüenza.

     —Ryōmen nunca se había portado con crueldad. Desde el año pasado se ha vuelto insoportable. No es él mismo.

     —¿Desde que heredó el título?

     —No, no tiene nada que ver con eso. Es porque... —Mirando más allá de Satoru, se le hizo un nudo en la garganta. Se empezó a oír un nervioso repiqueteo, proveniente de uno de los pies ocultos bajo el Montsuki—. Ryōmen perdió a alguien —dijo finalmente—. La fiebre se llevó a mucha gente del pueblo, incluyendo a alguien que... bueno —Miró a Satoru a sabiendas que no encontraría censura—, no sé si estaba enamorado. Uraume —El nombre parecía pegarse a su garganta—. Era un buen amigo, servidor del jinja, unos de los antiguos templos sintoísta de la Prefectura Miyagi. Un joven ambiguo. Le gustaba dibujar y pintar. Era muy tranquilo.

Mío al AnochecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora