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El grupo sentado a la mesa de Nanami quedó aliviado por la noticia de que Kasumi había elegido pasar el resto de la noche a solas en tranquila contemplación. Sin duda temían otra interrupción por parte de alguna otra mascota procedente de entre sus mangas.

Por fortuna Ryōmen había logrado evitar más controversias durante la cena, principalmente porque estuvo ocupado flirteando con una atractiva mujer sentada a su lado. Aunque las mujeres siempre se habían sentido atraídas por Ryōmen, con su altura, su buena apariencia y su inteligencia, nunca había sido tan apasionadamente perseguido como ahora.

     —Creo que eso indica algo raro acerca de los gustos de las mujeres —le dijo Tsumiki a Yuji en privado cuando estuvieron en la cocina de Sukuna—, ya que a Ryōmen no le perseguían tantas mujeres cuando era simpático. Parece que cuanto más odioso es, más les gusta.

     —Pues son bienvenidas a quedárselo —contestó gruñón Yuji—. No veo el atractivo en un hombre que cada día tiene el mismo aspecto que si acabara de salir de la cama, o se preparara para volver a ella—. Se envolvió el cabello en una tela protectora y dobló los extremos como si fuera un turbante.

Se preparaban para otro día de limpieza, y el polvo de la antigua casa tenía tendencia a pegarse obstinadamente a la piel y el pelo. Desafortunadamente la ayuda contratada no tenía por costumbre llegar en el momento oportuno, en absoluto. Ya que Ryōmen permanecía en la cama después una noche de borrachera, y probablemente no se levantaría hasta el mediodía, Yuji se sentía particularmente enojado con él. La casa y los bienes eran de Ryōmen... lo menos que podía hacer era ayudar a restaurarla. O contratar a los sirvientes necesarios.

     —Sus ojos han cambiado —murmuró Tsumiki—. No sólo la expresión. El color real. ¿Te has dado cuenta?

Yuji se quedó quieto. Tardó mucho tiempo en contestar.

     —Pensaba que era mi imaginación.

     —No. Siempre habían sido marrones claros, como los tuyos. Ahora son más bien como un rojo oscuro. Como el cambio de color de los arces en tiempos de otoño.

     —Estoy seguro de que el color de los ojos de algunas personas cambia cuando maduran.

     —Sabes que es por Uraume.

Una sombría pesadez oprimía todo el cuerpo de Yuji cuando pensaba en el amigo que había perdido y el hermano que parecía haber perdido junto con él. Pero no podía perder el tiempo en nada de eso ahora, había demasiado que hacer.

Acompañó a Tsumiki al comedor para que haga inventario de al menos tres vajillas diferentes mezcladas sin ningún orden; una tarea perfecta, suficiente como para mantenerla ocupada, pero no tan extenuante que la agotase.

Mirando alrededor de la revuelta cocina, sintió una oleada de felicidad. Habían hecho bien viniendo aquí. Un lugar nuevo que ofrecía nuevas posibilidades. Quizá la mala suerte de los Itadori había cambiado por fin. Armado con una escoba, un recogedor, y una pila de trapos, Yuji subió a una de las habitaciones que todavía no había explorado. Usó la totalidad de su propio peso para deslizar la primera puerta, que cedió con un chasquido de algo que se quebraba y un crujido de pequeñas maderas destrozadas. Parecía ser una sala de estar privada, con estanterías raras de madera empotradas.

Había dos volúmenes en un estante. Examinando los libros recubiertos de polvo, con el cuero envejecido cubierto con grietas en forma de telaraña, Yuji leyó el primer título: La pesca con caña flexible, Un Simposio del Arte de la Pesca con mosca del rutilo y el lucio. No era de extrañar que el libro hubiera sido abandonado por su dueño anterior, pensó. El segundo título era mucho más alentador: Las gestas amorosas en la corte del shogun Tokugawa Ietsuna. Quizá contuviera algunas revelaciones obscenas con las que él y Nobara pudieran reírse tontamente más tarde.

Mío al AnochecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora