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Observando a su hermano, Yuji notó que había una peculiar expresión en su rostro, o más bien la falta de la misma, que indicaba que estaba ocultando algún fuerte y privado sentimiento.

Fue hacia él inmediatamente, intercambió unas cuantas cortesías con Nanami, y asintió educadamente cuando éste se disculpó para atender a un invitado mayor que acababa de llegar.

     —¿Qué es lo que sucede? —susurró Yuji, alzando la vista mientras Ryōmen le colocaba la mano en su codo—. Parece como si acabaras de conseguir un bocado de meñique putrefacto.

     —No intercambiemos insultos ahora mismo —le lanzó una mirada preocupada. Su tono fue bajo y urgente—. Resiste, hermanito, hay alguien aquí a quien no quieres ver. Y viene hacia acá.

Él giró los ojos.

     —Si te refieres al señor Gojo, te aseguro que soy perfectamente...

     —No. No Gojo. —Movió la mano hacia su espalda como si anticipara su necesidad de estabilidad. Y él entendió.

Antes de girarse siquiera para mirar al hombre que se acercaba a ellos, Yuji supo la razón de la extraña reacción de Ryōmen, y se quedó frío, caliente e inestable. Pero en alguna parte en su interior, acechaba una cierta resignación.

Siempre había sabido que volvería a ver a Misutā Mahito algún día.

Estaba solo cuando se acercó a ellos... una pequeña misericordia, si uno esperaba que llevara a su desafortunada esposa a remolque. Y Yuji estaba bastante seguro de que no habría podido tolerar ser presentado a una mujer inocente por la que afortunadamente fue liberado de un acosador. Así que se quedó rígidamente junto a su hermano e intentó desesperadamente asemejarse a un hombre que saludaba a otro educadamente olvidando las cuestiones pasadas. Pero sabía que no podría disfrazar la blancura de su cara, podía sentir la sangre disparándose directamente a su sobre estimulado corazón.

Si la vida fuese justa, Mahito habría parecido más pequeño, menos apuesto, y con el cabello enmarañado. Pero la vida, como siempre, no era justa. Estaba igual de delgado, elegante y urbano que siempre, con despiertos ojos disparejos entre el azul y el pardo y espeso cabello liso, demasiado claro para ser gris.

     —Mi viejo conocido —dijo Ryōmen. Aunque su tono no contenía aversión, tampoco evidenciaba ningún placer. Su amistad se había trastornado en el momento en que se enteró de que Mahito atosigaba a Yuji. Ryōmen tenía sus defectos, indudablemente, pero no era nada menos que leal.

     —Mi Señor —dijo Mahito quedamente, inclinándose ante ambos—. Y joven Itadori. — Parecía costarle algo sostener su mirada. El cielo sabía lo que le estaba costando a él devolvérsela—. Ha pasado demasiado tiempo.

     —No para algunos de nosotros —devolvió Ryōmen, sin sobresaltarse cuando Yuji repentinamente le pisó el pie—. ¿Se hospeda en el palacio?

     —No, estoy visitando a unos viejos amigos de la familia, son los propietarios de un Onsen en el pueblo.

     —¿Cuánto tiempo se quedará?

     —No tengo planes firmes. Estoy meditando sobre algunas comisiones mientras disfruto de la calma y tranquilidad del campo. —Su mirada se trasladó brevemente hasta Yuji y volvió a Ryōmen—. Envié una carta cuando supe de su ascendencia a la corte Mi Señor.

     —La recibí —dijo Ryōmen ociosamente—. Aunque por mi vida, no puedo recordar su contenido.

     —Algo en el sentido de que me alegraba por su bien, quedé decepcionado al haber perdido un rival merecedor. Siempre me condujo a avanzar más allá de los límites de mis habilidades.

     —Si —dijo Ryōmen sardónicamente—. Fui una gran pérdida para el firmamento arquitectónico.

     —Lo fue —agregó Mahito sin ironía. Su mirada se posó en Yuji—. Me alegra saber que se encuentra en perfecto estado de salud joven Itadori.

Que extraño, pensó confuso, que alguna vez su hermano hubiera entablado una buena amistad con él; para luego pasar a un distorsionado acoso casi sexual hacia su persona, y ahora que estuvieran hablando el uno con el otro tan formalmente.

     —Gracias —dijo—. Por mi parte ¿puedo ofrecerle felicitaciones por su matrimonio?

     —Me temo que las felicitaciones están fuera de lugar —replicó Mahito cuidadosamente. —La boda no tuvo lugar.

Yuji sintió la mano de Ryōmen tensarse en su espalda. Se apoyó en él imperceptiblemente y apartó la mirada de Misutā Mahito, incapaz de hablar. No estaba casado. Sus pensamientos giraban en desorden.

     —¿Ella recuperó la cordura? —oyó preguntar a Ryōmen casualmente—. ¿O fuiste tú?

     —Se hizo patente que no congeniábamos tan bien como cabía esperar. Ella fue lo suficientemente cortés como para liberarme de mi obligación.

     —Así que te echaron a patadas —dijo Ryōmen—. ¿Aún trabajas para su padre?

     —Ryōmen —protestó Yuji, en una especie de susurro. Levantó la mirada justo a tiempo para ver a Mahito mostrar sardónicamente una breve sonrisa.

     —Nunca te has andado con rodeos, ¿no? Si, aún estoy empleado con Yoshinobu-sama. —La mirada de Mahito volvió lentamente a Yuji—. Un placer verlo de nuevo joven Itadori.

Flaqueó un poco cuando él los dejó, girándose ciegamente hacia su hermano. Su voz se rompía en los bordes.

     —Ryōmen, apreciaría mucho que cultivaras un poco de delicadeza en tus modales.

     —La única razón por la cual me contuve en hacerle un tajo, es para evitar dar explicaciones de como limpiar la sangre sobre el tatami

     —Tienes razón —Hizo una pausa, mientras añadía, débilmente— Lo siento. Estoy seguro de que no dirá nada sobre mí.

     —Eso no me importa, no podría estar más orgulloso de ti. Mereces algo endemoniadamente mejor que esto. Solo recuerda, si vuelve otra vez a olisquear tus sandalias, le sacaré las vísceras.

     —No lo hará —dijo Yuji, odiando y temiendo la forma en que su hermano siempre cumplía sus amenazas.


Mío al AnochecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora