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—Pareciera que entre la gente hay un cansancio, un hartazgo en relación a este caso. En realidad, en relación a todos los casos similares. La gente, el pueblo argentino, sufrió mucho con la muerte de Axel Blumberg, y ahora esto... Pero a pesar del hartazgo, estoy seguro de que todos mantenemos la esperanza y queremos que Martina aparezca cuanto antes, sana y salva —decía el reportero del noticiero favorito de Caprola.

El fiscal desvió la mirada. Su almuerzo no tenía muy buena pinta. Y odiaba almorzar en su oficina, en su espacio laboral. Como si fuera poco, los estúpidos de los periodistas no dejaban de decir estupideces, pero de eso ya estaba acostumbrado. El clima que se vivía y que se transmitía desde las pantallas era de resignación y... sí, de cansancio. Algunos periodistas incluso deslizaban la idea de que, a estas alturas, Martina Figueroa no aparecería nunca.

—Bueno, la hipótesis de la red de trata estuvo presente en un momento, al principio... Y hace unos días hablamos sobre eso —decía otro periodista de otro canal de noticias.

—Exacto —asentía otro periodista, ambos se encontraban en el piso del noticiero—. Lamentablemente, no sería ninguna sorpresa que una joven como Martina fuera secuestrada y metida en una red de trata de blancas. Pero en ese caso... ¿Por qué sus captores se molestaron en comunicarse con la madre de ella? ¿Por qué pidieron plata para el rescate?

—Sí, bueno, pidieron plata para el rescate, pero... Lo de plaza Irlanda no se concretó, fue una trampa... Y lo de Lynch tampoco se concretó: los padres de Martina asistieron al punto de encuentro pero recibieron otra llamada donde se cancelaba el rescate. La verdad, no se entiende...

—No, no se entiende. Y menos si tenemos en cuenta la declaración de esta mujer que asegura haber visto a Martina caminando en la calle con un muchacho.

Caprola no sabía qué pensar de todo eso. Y la opinión pública no estaba facilitando las cosas. Al hartazgo de la gente se sumaban comentarios desagradables, en los que se acusaba a Martina Figueroa de ser "una cualquiera" que se escapaba con su propio secuestrador. Y lo único que quería el fiscal era que Martina apareciera de una vez y con vida, y tratar de entender cómo funcionaba su mente.

—Por ahora nadie más dijo haber visto a Martina —dijo uno de los periodistas—. Seguiremos con esta noticia, por supuesto. Pero ahora pasemos al partido que jugaron ayer los...

Caprola apagó el televisor. Odiaba el fútbol.

—Sí —dijo cuando alguien golpeó la puerta de su oficina.

—Permiso. Caprola, ya llegó el muchacho al que citaste.

—Ah... Decile que pase, Pereyra. Gracias.

Pereyra asintió y cerró la puerta. Caprola se puso de pie, agarró el plato, el vaso y los cubiertos con los que había almorzado, y los apoyó en una mesita que había a su derecha. Un minuto después, Gastón Truco entraba en su oficina. Estaba vestido nuevamente todo de negro, y tenía las manos en los bolsillos de su campera.

—Buenas tardes, Truco. Por favor, sentate —dijo Caprola. El joven, serio, asintió y se sentó ante el escritorio detrás del cual se encontraba el fiscal—. Te cité de nuevo porque... Bueno, sigo trazando el perfil psicológico de Martina.

Truco frunció el ceño apenas. Caprola supuso que su interlocutor no le creía ni una palabra, pero en realidad eso le tenía sin cuidado.

—Ah.

—Pero primero... ¿Cómo pasaste estos días? Pasó mucho tiempo desde la última vez que nos vimos.

El muchacho bajó la mirada y se mostró pensativo.

—Mal —dijo—. No podría haber pasado estos días de otra forma. Martina sigue sin aparecer. Ya es desesperante. Pero trato de tomármelo con calma.

Eso era evidente, le pareció a Caprola. Truco se veía demasiado duro, impenetrable. En realidad no parecía afectarle en absoluto la desaparición de la que era su novia, o al menos eso opinaba el fiscal.

—Sí, se nota —contestó Caprola, mirando fijamente al joven—. Ahora... Bueno, la cosa es que me llegó un informe del psiquiatra Torres, que trabaja acá y que ha estado atendiendo en estos días a Graciela Flores, la madre de Martina —Truco tragó saliva—. Y este informe... Bueno, sugiere que Martina pudo haber sufrido algún tipo de violencia... No, no, algún tipo no. Hablo de violencia de pareja. ¿Vos tenés idea de algo?

La mirada y la expresión de Truco fueron suficiente para Caprola. Pero aun así el fiscal esperaba la respuesta de una pregunta que ya estaba hecha.

—¿Violencia de pareja? No entiendo, ¿estás sugiriendo algo? —preguntó el muchacho. Su interlocutor desvió la mirada y se dio cuenta de que estaba... harto. Y cansado, al igual que la opinión pública. Ya no quería andarse con rodeos, no le veía utilidad. A veces era mejor ir de frente.

—Sí —contestó—. Estoy sugiriendo, basándome en este informe, que Martina sufría violencia de pareja. Por parte de su pareja, es decir, por parte de vos —Truco miró para otro lado—. Saber esto es importante para trazar el...

—Sí, sí, el perfil psicológico y todo esto —interrumpió el joven—. Ahora, ¿llegaron a la conclusión de que Martina sufría violencia "de pareja" por algo que dijo su madre o cómo es? ¿No les contó esa mujer que ella le levantaba la mano? Es violencia intrafamiliar la que sufría Martina, no violencia de pareja.

Truco pareció conforme al dejar callado al fiscal. De hecho, el silencio del funcionario público envalentonó al muchacho, quien disparó otra vez:

—¿El caso está avanzando, fiscal? —interrogó con un tono soberbio—. Pasaron días. Y días. Y me parece que el caso sigue estancado, ¿no? Al final voy a empezar a creer que los medios tienen razón cuando dicen que este fiscal no está capacitado.

Caprola apretó con fuerza la lapicera que tenía en mano. Cómo olvidar los nuevos graphs que algunos canales de noticias habían mostrado aquella mañana, como "EL CASO NO AVANZA MÁS", "¿ESTÁ CAPROLA CAPACITADO PARA ESTE CASO?", o "¿ES NECESARIO HACER UN CAMBIO DE FISCAL?"

—Y la justicia te apoya en todo, yo no entiendo —Truco sacudió la cabeza. El hecho de que fuera tan maleducado se sumó al tuteo, lo que sacó a Caprola de sus casillas. El fiscal, que era conocido por saber mantener la calma en todo momento, se contuvo para no golpear con fuerza el escritorio. Fulminó al joven con la mirada—. Mirá, yo te traje algo para que el caso avance —de pronto el muchacho cambió el tono de voz, y buscó algo entre su ropa—. Tengo... una intuición —Caprola frunció levemente el ceño—. Esa mujer dijo que vio a Martina con un tipo... Y se me ocurre quién podría ser.

—¿De qué estás hablando? —interrogó el fiscal. Parte de su furia pareció desaparecer. Si ese irreverente lo ayudaba de alguna forma, si colaboraba en la investigación, tal vez el curso del caso pudiera cambiar.

Gastón Truco bajó la mirada. Sus dedos tamborileaban en su regazo.

—Martina me engañaba —soltó por fin. Caprola se movió en su asiento, acercándose más a su interlocutor.

—¿Cómo?

—Martina me engañaba con un chabón. Creo que se conocían de la escuela. Esta es una foto del tipo. Se me ocurre... Se me ocurre que ella podría haber estado con él por ahí en la calle. En ese caso, en realidad no termino de entender qué pasó, cómo fue... Pero no sé, capaz ella logró escaparse de los tipos que la secuestraron. O nunca existió tal secuestro, qué sé yo...

Caprola bajó la mirada. ¿Que nunca existió el secuestro? ¿Qué hipótesis era esa?

—A ver la foto —dijo. El joven, entonces, deslizó la fotografía sobre el escritorio. Se trataba de una Polaroid. El fiscal la observó con atención, y su corazón comenzó a latir con fuerza. 

EstocolmoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora