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Los cinco se quedaron en silencio, mirándose unos a otros. El fiscal Caprola fijó sus ojos en Chapi, este desvió la mirada hacia Martina. El padre de ella la observaba como si la viera por primera vez. El psiquiatra Torres, por su parte, alternaba la mirada entre los dos jóvenes.

—¿Los llamaste? —le preguntó Chapi, casi herido, a Martina. Ella, atónita, frunció el ceño.

—¡No!

—Nadie nos llamó —dijo Torres—. Nosotros los encontramos.

—Hija —Mario Figueroa se acercó a Martina—, me alegra tanto verte. ¿Cómo estás?

Martina, que no salía de su asombro, miró a su padre pero no se molestó en acercarse a él.

—¿Qué hacés acá?

La pregunta de la joven parecía referirse no sólo al hotel, sino a la misma Argentina. Figueroa se quedó casi paralizado.

—Vinimos a buscarte, Martu —dijo.

—Yo no les pedí que me vengan a buscar. Estoy bien acá.

Torres y Caprola cruzaron una mirada.

—Martina, ¿me estás cargando? Estás desaparecida desde hace días, con un chabón que ni conocés. ¿Este es el que te secuestró? —preguntó Figueroa. Los otros dos hombres volvieron a fijarse en Chapi.

—¡No! —exclamó Martina—. ¿Sabés quién es el que me secuestró? ¡Mi padrastro!

El silencio que siguió fue ensordecedor.

—Ese hijo de re mil puta... ¿Esto es verdad? —interrogó Figueroa.

—¡Sí! La noche que desaparecí él me pasó a buscar por el laburo, ¡y me drogó en el auto! Es cómplice de... del otro tipo que me secuestró —Martina le echó un vistazo a Chapi—. Él no es un cualquiera, es un... amigo que conozco de hace años. Logré escapar de esos hijos de puta y me encontré con él.

Aunque la historia pareció persuadir a Figueroa y a Torres, el fiscal no se veía convencido. Pero sí se veía algo asombrado por lo que acababa de descubrir acerca de Carlos Olmariana.

—Está bien, pero ahora tenés que volver. Tu mamá te estuvo buscando, Martu. Y yo también —dijo Figueroa—. Y tenés que declarar, que denunciar a esa basura humana. Va a ir preso de por vida, ¿no es así?

El padre de Martina miró al fiscal y esperó su respuesta.

—Martina, mucho gusto —dijo este, mirando a la muchacha—. Mi nombre es Ernesto Caprola, soy el fiscal a cargo de la causa por averiguación de tu paradero. Te voy a ser honesto: me complace y tranquiliza muchísimo encontrarte sana y salva. Y entiendo, creeme que entiendo, si no tenés ganas de volver con tu familia. Creo que si tuvieras ganas, ya lo habrías hecho y no habrías alquilado esta habitación de hotel. Pero este caso tiene que cerrarse, y si te presentás y declarás y contás todo lo que pasó, por supuesto que los responsables van a ser procesados y condenados. De hecho, el señor Olmariana desde hace días está bajo prisión preventiva por desobedecer a la autoridad, escapando de un control policial.

—Martina —Torres consideró que era momento oportuno para tomar la palabra, aunque Martina estaba procesando todo lo que acababa de escuchar—. El fiscal dice lo que dice porque sabe, sabemos por lo que estuviste pasando. Yo soy psiquiatra, y tuve algunas sesiones con tu mamá durante estos días en los que estuviste desaparecida. Creeme que a ella le afectó muchísimo tu desaparición, reflexionó mucho, y está desesperada por que aparezcas. Me parece que tendrías que hablar con ella.

—Sí, veo que mi desaparición cambió varias cosas —dijo Martina con notable ironía—. Por ejemplo, mi papá se dignó a tomarse un avión y venir a verme.

EstocolmoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora