Ella

43 4 0
                                    

Te dije que me quería ir, que no quería volver con mi mamá, menos con mi padrastro. Y era verdad. Vos ya sabías cómo era mi vida con ellos; yo ya te lo había contado una noche, frente al río, aquella noche que nos abrimos el uno al otro. Sabías que yo sufría. Y yo sabía que vos sufrías. No necesitaba más que verte para comprobarlo. Estabas tan dejado, tan ido... Tenías todo el tiempo la mirada perdida, a veces te costaba expresarte, te la pasabas fumando porro... Esa era la otra razón, Gian. Quería sacarte de ahí. Quería rescatarte. Y quería que vos me rescatases.

—Estás loca... No podemos... —me dijiste ese día. Hablaste muy bajo, o los nervios me tapaban los oídos y no llegaba a oírte bien.

—¿Qué no podemos, Gian? Agarrá tus cosas, plata y nos vamos. ¿No entendés que no puedo estar más acá? ¡Mi propio padrastro me secuestró!

Y no dijiste más nada. En ese instante empezamos a planificar nuestra huida, aunque no había mucho que planear. El Jefe desaparecía cada tanto, y "el otro", el tercer cómplice (¡mi padrastro!) nunca aparecía. Vos me dijiste que ellos confiaban en vos, después de todo ese tiempo que habías trabajado con el Jefe. Y secuestrando a una persona cuyo rescate podía llegar a valer cien mil pesos, el Jefe sabía (o suponía) que a vos no se te ocurriría liberarme por nada del mundo, o secuestrarme por tu propia cuenta, si ni siquiera tenías auto para trasladarme. En realidad, creo que al Jefe ni se le pasaba por la cabeza que vos pudieras hacer algo fuera de los planes. Y estoy segura de que no lo habrías hecho de verdad, si la chica que habían secuestrado hubiera sido otra y no yo.

En un agujero de la pared escondían la plata. Mucha plata. Pensé que ibas a agarrar un poco, y me sorprendí cuando vi que agarraste todos los billetes. No sé bien cuánta plata había, pero era un montón. Te guardaste gran parte en los bolsillos del pantalón y de la campera, y entre la ropa. Y me pasaste otra parte a mí para que yo hiciera lo mismo.

Ese mismo día nos fuimos.

Si alguna vez le cuento a alguien que no me conoce que fui secuestrada, rehén durante días, para luego escapar con uno de mis captores, y sentir la diversión y la adrenalina que sentía cuando me rateaba de la escuela, ¿me creería? ¿Me creería que apenas había extrañado mi casa, y no tanto por mi mamá (en absoluto por su pareja) sino más bien por mi habitación y mi cama? No se si me lo creería. Pensaría que estoy minimizando, romantizando la situación. O incluso haciendo una apología de ser rehén. Pero no, estaría diciendo la verdad.

No estoy orgullosa de esto. No estoy orgullosa de haberme sentido así durante mi secuestro y después, con la huida. Porque si así me sentía, es porque evidentemente no la paso bien en mi casa. Porque si correr con vos, Gian, y caminar dándonos la mano me hacía sentir totalmente plena, todo tipo de mariposas en la panza, tan angelada... es porque nunca fui verdaderamente feliz con Gastón. Y si esto es así, no entiendo por qué no quise cambiar antes las cosas. Por eso no me siento orgullosa de lo que estoy diciendo. Si alguno de los que lee esto es tomado rehén alguna vez y extraña su casa y su familia y sus amigos y su pareja... es porque de verdad es feliz con todos ellos. Pero eso no me pasaba a mí. Por eso me sentía libre por primera vez en mucho tiempo. O por primera vez y punto.

Sí, esa es la palabra: libertad. ¡Me sentía libre! Me sentía libre con vos, Gian. Y es porque fui libre de verdad, al menos durante un tiempo, y porque estaba... porque estoy enamorada de vos. Creo que... no hay nada mejor que escaparse con la persona que de verdad querés, con la persona con la que te sentís completa, la que te llena de verdad, la que te escucha y te entiende, la que te hace sentir esas cosas locas en la panza. ¡No hay nada mejor!

No teníamos ningún plan, pero sí un objetivo, supongo: pasarla bien. Juntos. Libres. Y... camuflados. Verte usar la capucha de tu campera hizo que me diera cuenta de que no quería que nadie me reconociera. Sabía que al menos una foto de mi cara debía haber recorrido todos los canales de noticias, y vos me lo confirmaste. Por eso te tiré la idea de entrar en un chino de esos que venden de todo y comprar anteojos de sol. Compramos eso, unas gorras, unos paquetes de cigarrillos y dos mochilas. Yo llevaba una y vos llevabas la otra.

EstocolmoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora