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—Lo único que leía era «11-20-36» por todos lados. A la derecha, a la izquierda, arriba, abajo, y no sabía que significaba hasta que supe que hablabas de mí.

—Ay no —dije y me puse una mano en el rostro, avergonzada.

—Luego leí en una página mi nombre, y debajo de cada letra, un número.

Era obvio, ¿Cómo no me había dado cuenta antes?

I  L  Z  A  N  D
1 1  2  0   3  6

¡Era su nombre convertido en números!

—Yo leí...—prosiguió Ilzand. Lo noté un poco cohibido y deduje lo que diría —. Leí sobre tus sentimientos hacía mí.

Abrí los ojos más de la cuenta.

—¿Qué? ¿Qué sentía hacia ti?

—Yo te gustaba. Escribías sobre cada vez que te saludaba, sobre nuestros encuentros, sobre mis cualidades y mis atributos....

Entonces la historia se había vuelto a repetir, por eso cuando me vió sonrojada la otra vez me dijo “rebobinamos”. Él lo sabía, siempre lo supo.

—Esto es vergonzoso, pero prosigue, por favor —dije, nisiquiera podía mirarlo. Sostuve con fuerza mi taza. El chocolate ya estaba tibio. Le dí un sorbo.

—Mientras leía, tú regresaste. Te quedaste paralizada en la puerta. Yo te dije que lo lamentaba, que no era mi intención....

El recuerdo llegó a mi mente con fuerza. Con tanta fuerza que me puse ambas manos en las sienes y dejé caer la taza. El chocolate se derramó lentamente por el suelo entre los pedazos de vidrio.

—¿Amery te pasa algo?

Escuché la voz de Ilzand, distante. Y también sentí que se acercaba y se arrodillaba a mi lado, pero mi vista se volvió borrosa y mi corazón latió a mil.

Lo recordé.

Me ví allí, parada frente a Ilzand. Él me miraba con sus ojos cafés llenos de culpa.

Yo estaba en shock, completamente paralizada.

—Amery, de veras no fue mi intención, yo...

Avancé hacia él, le arrebaté el diario, lo estreché fuerte contra mi pecho y salí corriendo.

Las lágrimas humedecían mis mejillas.

Corría con todas mis fuerzas y lo único que quería era olvidar. Olvidar que me gustaba Ilzand, olvidar que él había leido mi diario, olvidar todo lo que había vivido con él.

Mi casa no quedaba muy lejos. Entre mi nublada vista y mis caóticos pensamientos la ví.

Corrí aún más rápido para llegar y escuché el estridente ruido de un vehículo. Después de eso todo se puso oscuro y desperté en una camilla de hospital con una venda en la cabeza.

11-20-36Donde viven las historias. Descúbrelo ahora