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Dilailah Gin

El lunes a la hora del recreo como siempre, me voy a mi refugio. Cuando llego, me pongo los auriculares y a comer de mi almuerzo, pero alguien me interrumpe.

—Que bonito es este sitio.— En un abrir y cerrar de ojos tenía a Zac a mi lado.

—¿Me has seguido?

—Sí, no como psicópata, pero si como curioso.

—Como cotilla.— Le corrijo, él solo se ríe. Pasan cinco minutos de absoluto silencio así que decido ponerme los auriculares, pero Zac me los quita.

—Vale venga, bastante te he aguantado, dame los auriculares ya.— Le digo furiosa. No me gusta que me toquen las cosas y menos que me las quiten de las manos. Él no cede, es más, estira el brazo para que me sea aún más dificultoso llegar a cogerlos. Me levanto rápidamente, pero el copia mi paso acto seguido al mío, resoplo y maldigo. Pego un salto para llegar hasta su brazo, pero me tropiezo haciendo que lo tiré y me caiga encima de él. Me mira sonriente mientras yo me intento posicionar rápido, sin tener aún mis malditos auriculares.

—Hasta un gnomo es más alto que tú.— Me dice mofándose, le pego un puñetazo en el pecho dejándole con la guardia baja.

—Y esto es mío.— Le digo cogiéndolos por fin y regalándole una sonrisa de orgullo.

Se queda mirándome fijamente haciendo que me intimide, a lo que yo bajo la mirada rápido.

—Me gusta tu mirada.

—¿Mi mirada?— Pregunto confusa.

—Va muy acorde con el color de tus ojos. Ese negro azabache junto a una mirada misteriosa, fría y calculadora, pero que sí te detienes y la intentas descifrar se esconde un mundo por descubrir. Y es más cálido de lo que aparenta.

Sus palabras logran encender mis mejillas, haciendo que estas tomen un color rojizo. No le digo nada, pero levanto la cabeza y nos quedamos mirándonos en un silencio para nada incómodo.

—Gin, ¡espera!— Escucho la voz de Zac agitada, yo le miro haciéndole una seña para que me diga que le pasa.— Llevo corriendo detrás de ti unos diez minutos. Joder tienes las piernas cortas, pero no veas lo rápido que caminas.

—¿Gracias?

Él me mira incrédulo, esperando a que le diga algo más, cosa que no hago.

—Tenemos que volver para terminar el trabajo.— Arrugo la frente y cierro los ojos.

—Cierto.— Él esboza una sonrisa negando con la cabeza- ¿qué te hace tanta gracia?

—No he conocido a nadie que hable tanto como tú.— Dice irónico mientras ríe, yo solo enarco las cejas e ignoro el comentario.

—Pues lo hacemos como la otra vez— da una fuerte risotada y pongo cara de no entender nada, mientras me quedo pensando en que es lo que he dicho ahora para que sea tan gracioso. Cuando me doy cuenta pongo los ojos en blanco aunque se me escapa una risita—anda salido— le digo bromeando—nos vemos.— Él asiente con una sonrisa triunfante.

Ya hemos terminado.— Dice Zac estirándose.

Pensaba que teníamos más hecho y sin embargo nos hemos tenido que quedar hasta las ocho y media en la biblioteca. Nos cogemos todo y salimos de la biblioteca.

—¿Quieres dar una vuelta?— sugiere Zac.

—Vale.— Tanto Zac como yo ponemos cara de sorpresa. No se imaginaba que aceptaría y yo no pensaba aceptar.

Lienzo blancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora