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Dilailah Gin

Mamá, mamá, no, no por favor, ¡MAMÁ!—Salto de la cama con lágrimas en los ojos, el cuerpo temblando y sin aire.

—Dilailah, Dilailah mi vida— viene Anne corriendo y me abraza— ya está, estoy aquí. Era una pesadilla cariño.

Poco a poco recupero la compostura.

—No lo entiendo.— Digo decepcionada.

—Yo tampoco cielo, pero la psicóloga nos lo dijo.— Contesta Anne con esa voz tan tranquilizante que tenía. Yo solo suspiro y me dejo caer en la cama.

—¿No quieres dormir conmigo mejor?—Pregunta mi tía después de ver mi acto. Niego con la cabeza y le sonrío para darle a entender que estaré bien.

Apaga la luz y me quedo boca arriba pensando. Hacía un año que ya no tenía pesadillas y por más que mi subconsciente me decía que no era nada yo no me quedaba tranquila.

Un rayo de sol entra en mi habitación haciendo que me despierte, pero no era posible, a las siete no hay ni un ápice de luz a no ser que... ¡me haya quedado dormida! Me levanto de la cama y cojo lo primero que veo en el armario, me peino maldiciendo por tenerlo largo y bajo rápido las escaleras.

—¡Anne, Anne no sabes avisarme!— Le grito desde la cocina mientras me hago algo de desayuno.—Anne, ¡¿estás sorda?! venga que con un poco de tiempo llego a la segunda hora.— Cuando entro al salón con la leche en una mano y las galletas en la otra me quedo muda, ahora lo entendía.

—Buenos días Dilailah.— Me dice una señora de mediana edad, con el pelo recogido en un moño de tono negro carbón.

—Buenos días.— Contesto haciéndole a Anne una seña para que me explique de que va esto.

—Dilailah cielo, he llamado a una especialista.— Me comenta al entender mi mirada—ya sabes, por lo de anoche, para que no vaya a más.

Rodo los ojos lanzando un suspiro. Otra vez no, estoy harta de los psicólogos, solo son personas cuyo trabajo es preguntarte absurdeces y que no llega a nada. Lo único que hacen es cotillear.

—Sí, tu tía me ha explicado de que trató la pesadilla, pero no sé el origen, ni nada.—Ni lo sabrás contesta mi subconsciente—y me gustaría que poco a poco te abrieras.— Asiento desganada, y me siento enfrente suyo dejando posado mi desayuno encima de la mesa.

—Bien cariño, yo me voy a ir a comprar algunas cosas.— Coge el monedero, una bolsa y se va dejándome con esta mujer.

—¿Dilailah?, ¿Gin?, ¿Dilailah Gin?— Pregunta la señora como si no supiera que mi tía ya le ha dicho que no me gusta que me llamen Gin.

—Dilailah.— Contesto seria.

—Cuéntame todo lo que quieras, estoy aquí para ayudarte en todo lo que pueda.— Dice la psicóloga intentando ser amigable.

Dichas esas palabras me quedo en un rotundo silencio haciendo largas para que esto termine.

—Dilailah, por favor, que han pasado ya diez minutos.— Suspira desesperada.

—Es que no tengo nada que contarle.— Le contesto.

—Siempre hay algo.— Dice con tono prepotente.

—Y siempre hay alguien.— Le contesto con su mismo tono dándole a entender que no se iba a ganar mi confianza tan rápido.

Cuando Anne llega de la compra, la psicóloga se levanta y va hacia ella. Por como hablan y lo que le cuesta a Anne entrar, se que están hablando y... nada bueno. Cierra la puerta y unas fuertes pisadas se aproximan. Mierda.

Lienzo blancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora