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Zac

Llevaba aproximadamente un mes sin ver a Gin, después de la fiesta de Halloween, vino al día siguiente, pero después desapareció un mes entero sin dejar ni rastro. El temor me mataba por dentro, Sasha me dio el número de Gin, por lo que la peté a llamadas, fui a su casa día sí y día también pero nada funcionó. La repuesta que obtenía era siempre la misma: Quedarme ahí más de una hora esperando a que alguien me abriera o dejarle mil mensajes de voz tras el puto pitido de la llamada al no ser atendida. No sabía que más podía hacer, pero lo peor de todo era que no sabía porque había desaparecido. Cada noche me acostaba y no había ni una sola en la que la cara de Gin no invadiera mis pensamientos.

Son las seis y media y como la incertidumbre no me deja dormir, voy a la ducha y dejo que las finas gotas me envuelvan. Me desvanezco por diez minutos mientras el agua arrastra mis preocupaciones. Al salir me envuelvo la toalla por la cintura dejando mi torso desnudo con unas cuantas gotitas cayendo, que casi se forman copos, pues se nota que el frío mes ha llegado, ¿en que momento ha llegado diciembre? Me dirijo a mi cuarto, saco unos tejanos negros, una camiseta blanca básica y una sudadera un poco más recia gris. Salgo de ahí y me dirijo a la cocina para hacerme un café. Mientras espero a que este se caliente, la imagen de Gin me atrapa; ¿estará bien? ¿por qué así de la nada? ¿le habrá pasado algo? Intento despojar esos pensamientos y hago largas hasta tener que irme.

Al llegar al instituto un sentimiento de esperanza me llena. Subo las escaleras, cierro los ojos y entro sonriente, aunque la sonrisa se me borra en cuestión de segundos. Nada, no está. Esto es peor que una patada en mis partes bajas.

—Hola Zac, ¿quedamos hoy?— La rubia me llama con esa alegría que siempre desprende. Me quedo dudando ante su pregunta, no me apetecía nada, pero me sentaba mal decirle que no.

—Si, vale. Oye ¿sabes algo de Dilailah?

—Mmmm... no ¿por?—Pregunta intentando no mostrar tono molesto, aunque se le nota desde lejos.

—Lleva casi un mes sin venir...

—A, ya bueno, volverá. Es normal en ella, desaparecer sin dejar ni rastro.—Dice Sasha con cierto retintín. Yo la miro arrugando la frente, pues no entiendo nada.

—¿Has intentado llamarla? es que a mi no me lo...—

—Zac.— Me interrumpe dejándome con la palabra en la boca—¿hoy a las seis?—¿Ha pasado de mi? ¿en mi puta cara? Decido dejar el tema y asiento desanimado.

Paso el recreo en "el refugio" de Gin, pero sin ella no es lo mismo. No sabía que esta chica me estuviera llenando tanto. Este mes en lo único en lo que he podido pensar, ha sido en ella y en cuanto la hecho de menos. Su tono burlón, sus bufidos, sus vaciladas, sus ojos tornándose cuando le picaba, sus pocas palabras pero que alumbraba el mundo; mi mundo, su puta sonrisa rota y sus lágrimas, aquellas que reflejaban todo el dolor que estaba aguantando sola y aquel que le quitaría aunque me costase la vida.

Me encanta llevarle a mis pequeños rinconcitos y observar como aquellos ojos negros azabache brillan al mirar perpleja aquellas vistas, mientras yo la observo a ella, y me atrevo a decir que mis vistas son mejores.

Terminan las clases, como lo más rápido posible y me voy a casa de Gin, por intentarlo no perdía nada. Me posiciono delante de su casa, llamo al timbre cruzando los dedos para que la puerta se abra "por favor, abre la puerta". Pasaron quince minutos y nadie daba señales de vida. Me quedo sentado hasta que se hagan las seis menos veinte. Finalmente me levanto y voy a casa de Sasha. Al llegar, es su padre quien me la abre. Subo a su habitación, pero sin haber cruzado aún la puerta de su habitación me incomodo. Sasha está con una bata de seda rosa y juraría que no lleva nada o como mucho la ropa interior.

—Hola.— Me dice coqueta, tocándose entrelazando su dedo índice en un mechón de pelo. Eso me incomoda aún más. Yo solo saludo con la mano.

—¿Estudiamos?—Propongo.

—Tengo una idea para que se haga más ameno— contesta malévola— si contesto bien la pregunta— señala a su escritorio, el cual tenía posado una botella de whisky y dos vasos de chupito— y te pregunto algo, sino... pues me quedo con la duda.

Me estremezco al escucharla, no puedo evitar juntar las cejas y abrir los ojos. Esta, o ya había empezado la ronda o sino, no me lo explico. Cierro los ojos y acepto, aunque nunca bebo alcohol, pues me sienta fatal, sé que yo voy con ventaja o eso creo.

La tarde pasó a una lentitud infernal y el alcohol me empezó a subir. La jodida lo tenía todo preparado. Le hice un total de diez preguntas y las contestó sin fallos. Con lo cual diez chupitos para mi, lo que significa horror. Si con uno ya me subo por las paredes, con diez imagínate como estoy.

—¡Venga! y otra pregunta más.—Dice Sasha pícara guiñándome un ojo, yo resoplo y le hago una señal con la cabeza para que hablase.—¿Qué tienes con Dilailah? ¿Te la has follado?

Casi me atraganto con mi propia saliva al escuchar su última pregunta, sus palabras se abruman en mi cabeza. Estoy pasado de chupitos y la cabrona lo sabe perfectamente.

—No te voy a decir nada que tenga que ver con ella.— Le espeto haciendo mi mejor intento por hablar con claridad. Ella torna los ojos, pero su maldita sonrisa aparece de nuevo, joder.

Se empieza a morder el labio y a mirarme con lujuria. — Y a mi, ¿me follarías?—Dice dejando caer una manga para que su hombro quedase al descubierto y acercándose lo máximo posible. La cabeza me da vueltas, y ella no mejora la situación , tengo su puto aliento a escasos centímetros de mi. Veo como una mano suya se posa en mi miembro, este reacciona ante el roce, y me jode porque es algo que no puedo controlar y la enfermiza se puede pensar que me estoy excitando por la situación cuando ni de lejos. En ese momento, toda la asfixia me lleva a los flashbacks esto lo he vivido antes dice mi subconsciente. La noche de la fiesta Sasha se abalanzó a mi.

Nos besamos.

Lienzo blancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora