MARTES: Correcciones y súcubos.

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-¿Menuda?

-¡Por Dios!- Me sobresalté al ver a Sean sentado a mi lado.

En algún momento me había quedado dormida sin darme cuenta. Parpadeé un par de veces, intentando aclararme la vista. Por la ventana unos rayos de luz me indicaban que era por la mañana. Mi estómago rugió, dándome a entender que no había cenado y solicitando que apremiase la visita al comedor.

-¿Qué te pasa, muchacho? ¿Por qué me asustas tan temprano?

-¿Menuda?-Repitió.- ¿Bonita?

Suspiré aliviada al darme cuenta de que estaba hablando de lo último que había escrito en el ordenador antes de quedarme dormida. Me preguntaba si había leído algo más, si se había quedado allí o si se había ido en cuanto me quedé dormida.

-¿No te gusta la descripción?- Pregunté, masajeándome el cuello. Estaba escribiendo en la cama, apoyada contra la pared con un montón de almohadas en la espalda, lo cual era de lo más incómodo para pasar todo un día. Imagínate dormir así.

-No.

(La señorita Ingrid D'Luca era una mujer menuda y bonita.) Lo borré.

-¿Mejor?- Él no contestó, simplemente se dedicó a mirarme fijamente.- Espera a que piense en algo.


Ingrid D'Luca aparentaba tener no más de veinticinco años, de uno sesenta y cinco de altura. Sus rasgos eran delicados, como ella misma. Parecía una muñeca de porcelana, rodeado de tanto colorido. Su rostro tenía forma de corazón, con sus pómulos altos y sus ojos color miel ligeramente estirados destacando por encima de su cabello ondulado color chocolate que le llegaba por debajo de los hombros. Era (delgada) de constitución atlética, si bien no parecía el tipo de persona que realizaba ejercicios físicos para mantenerse en forma. Llevaba un vestido blanco que se ajustaba en sus senos y su cintura, y estaba descalza. Todo en ella parecía encajar con aquel aire hogareño del lugar.

Sean parecía no haber pensado si Berenger hablaba con su mujer en su lengua materna u otro idioma, y puede que se hubiese delatado. Y puede que por eso ella lo miraba de una forma un tanto rara. Sin embargo, ella lo había contestado en su mismo idioma, así que igual aún podría enmendarlo.

-Me estoy yendo. Cosas del trabajo.- Dijo Sean a pesar de que no se movió, como si estuviese esperando alguna reacción por parte de ella.

Ingrid por otro lado, puso en su rostro una sonrisa forzada y se volvió nuevamente a trastear con los cacharros de la cocina.

-Bueno... Ten cuidado en el camino.

Y con aquello él se fue, sin más.

Volvía a casa de manos vacías, eso iba a ser una muy mala noticia que darle a Patryk. Pero Sean no se había dado por vencido aún. Así que volvió hasta el coche, un Honda Civic negro que no pegaba para nada con él. Sacó una hoja del bolsillo de su chaqueta y revisó los datos que había adquirido sobre Ingrid.

Era belga, de madre italiana y padre alemán. Su madre era humana, su padre un Elemental de algún tipo. Esa última información no había podido comprarla, pero sabía que la habían desterrado de Lithmind porque resultó ser una simple humana. Y llevaba años sin hablarse con sus padres.

Su padre la había desterrado al año de casarse ella, el mismo año en que Vincent se vendió a Moklan. Tenía exactamente veinticinco años y era un misterio el porqué se hallaba casada con un hombre de cuarenta con gusto por los travestis.

Era un misterio aún mayor el hecho de que Berenger recurriese a esos servicios cuando tenía una mujer joven, guapa y sensual que lo esperaba en casa.

Libro de los Sueños (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora