JUEVES: ¡A por el Phyros!

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El grito de Lucyl había dado la alarma de ataque.

Había liberado a los gemelos tan rápido que estos se habían tambaleado un instante antes de internarse en la lucha entre risas y los gritos de guerra de los Kentauri.

Vio como la Valquiria iba directa a los por gemelos y se alegró de no tener que lidiar con ella. Solo en ese momento se fijó en otra figura de igual importancia allí.

No sabía bien qué era, pero lo clasificó de guerrero nada más verlo. Piel sumamente blanca, al igual que su pelo corto. Por un momento pensó que era un Silfo, sin embargo, era demasiado corpulento y sus ojos eran violetas y no blancos, y tenía la astucia que solía faltar en los Silfos, que eran mucho más temerarios.

Pero era normal. ¿Quién no se volvería un temerario cuando sabía que su vida estaba por terminar y que su espíritu vagaría eternamente entre la humanidad acumulando el conocimiento y la sabiduría de todas las razas?

Este ser, sin embargo, ni siquiera había desenfundado la espada que llevaba en la espalda. Solamente esquivaba los golpes de los Arur que iban a por él en bandada y los tocaba. Y algo pasaba cuando los tocaba que todos caían al suelo gritando como si les acabara de atravesar con una espada.

Había algo muy raro en él, e hizo amago de apartarse de su camino.

Estaba haciendo uso de una gran parte de sus dones para esquiar a sus atacantes y noquearlos, cuando se percató de que volvían a estar de pie, cuando acababa de dejarlos inconscientes.

Una simples mirada al otro lado le sirvió para saber que tenían a un Elfo, la antigua raza era capaz de controlar el subconsciente, a lo que podrían dormir o despertar a cualquiera, por mucho que los dejara fuera de combate.

Furioso por ello, sacó una de las dagas del arnés de su muslo y empezó a matarlos a su paso.

Cuando tu enemigo cree que estas dos pasos más atrás de lo que en verdad estás, es fácil asestar una puñalada en el corazón o cortar una yugular.

Su intención había sido no matar a nadie, pero no lo estaban poniendo fácil. Nunca le había gustado terminar con la vida de otras personas, a pesar de ser gran parte de su trabajo, pero había momentos en los que matabas o morías.

Momentos como ese.

Sean sabía que su padre estaba a su espalda, y a pesar de la curiosidad por verlo luchar, se negó a darse la vuelta. E hizo bien, se percató cuando todo pareció ir a cámara lenta. Se miró sus pies y contó hasta cuatro antes de conseguir dar un paso entero.

Se deshizo de su ilusión al darse cuenta que el Hechicero a quien su padre llamó Nathaniel los miraba fijamente, con ambas manos extendidas en su dirección mientras sus labios se movían.

Tuvo una fracción de segundo para reaccionar cuando un lobo se tiró a por ellos. Dio un paso atrás, de forma que en vez de alcanzarle a el, había alcanzado a uno de los Kentauri.

-Mis dones no funcionan.- Avisó a Patryk al tiempo que sacaba otra daga del arnés y hacía uso de ambas para abrirse paso hasta el otro lado.

Apenas se había deshecho de dos contrincantes cuando vio un rostro familiar al otro lado. Mujer, pequeña, pelo castaño recogido en una coleta y completamente vestida de negro. Era la Súculo que le había prometido una recompensa a la vuelta. La muy tonta había dado la vuelta por el bosque en un intento de atacarlos por la espalda. La vio correr hacía Dean, cuchillo en mano, y detenerse a unos cuantos pasos de su objetivo. Se llevó ambas manos al cuello y cayó al suelo, de donde no volvió a levantarse.

Varios de los suyos cayeron a manos del que habían creído que era el cabecilla de sus enemigos. Pero el Elemental era un Phyros, y como tal, dominaba el fuego. Si bien, parecía preferir las peleas cuerpo a cuerpo, como estaba demostrando en ese momento. Y había que reconocerle el mérito: Era muy bueno en ello.

Libro de los Sueños (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora