LUNES: Vincent Berenger.

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Me esperaba que el muchacho se hubiese ido al poco de hacerlo yo, a fin de cuentas también necesitaría hacer sus cosas y comer...

O eso pensaba yo.

Pero no.

Abrí la puerta y allí seguía, en el mismo sitio y en la misma postura, con la mirada perdida en los campos más allá del Centro, y que en gran parte era la vista que había desde casi todas las habitaciones.

-¿No has comido?-Pregunté cerrando la puerta.- Necesitas comer alguna cosa, hijo. Mira, volveré y te traeré algo ¿Te parece?

-No.- Contestó cuando me dispuse a abrir la puerta. Pues bueno, si quiere morir de hambre, allá él.

Volví a mi sitio cuando el silencio se hizo lo suficientemente pesado y mi esperanza de entablar conversación definitivamente murió. Haré el trabajo, cogeré mi dinero y listo. Tampoco vamos a ser amigos. Inspiré hondo y toqué su brazo, que esta vez ni se molestó en levantarlo para facilitarme el trabajo.


Parecían las calles de alguna cuidad ajetreada. Era de noche y aún así gente andaba de un lado a otro, con paso rápido. Gente de todo tipo, con lo cual era difícil establecer una idea del lugar en concreto. Una mujer alta miraba desconfiadamente a su alrededor, haciendo que su melena rizada rebotara de un lado a otro. No podía ver a Sean por ninguna parte, pero aquella mujer era evidentemente sospechosa, así que supuse que se trataba de ella. Sin embargo, el recuerdo se desvió en un callejón estrecho, donde aún pude visualizar una última vez al señor que había estado caminando por delante de la mujer sospechosa. Se trataba de un asiático entrado en años, con un traje gris y un maletín negro. O al menos de eso se trataba hasta que la ilusión fue retirada de golpe, como si en un parpadeo el hombre mayor hubiese desaparecido, literalmente por arte de magia.

-Hasta el fondo, venga. ¡Hasta el fondo dije!- Al final del callejón, junto a un contenedor de basura verde y apestoso, había un hombre de pie, y lo que parecía otro hombre de rodillas delante de él.

Sean se aproximó más, hasta que pude ver mejor la escena. El que estaba de pie se trataba de un hombre, alrededor de los cuarenta años, con pantalones sociales marrones en los tobillos, una camisa de botones demasiado grande para él, como si intentase disimular su barriga cervecera. La camisa estaba subida hasta la parte de arriba de su barriga, y su corbata salmón con estampados en verde tirada sobre un hombro. Miraba son lujuria a la mujer que estaba agachada delante de él. Pero esta era demasiado grande, en todas las dimensiones, para ser llamada en verdad mujer. Y así lo demostraban los prominentes músculos de sus piernas donde su minifalda fucsia no hacía nada por ocultar, así como los fuertes brazos que su top rojo no cubría. Y si bien con todo eso no quedaba claro, la gargantilla de terciopelo negro no hacía más que resaltar la nuez de su cuello.

-¡Te pago para que hagas lo que yo digo, y he dicho hasta el fondo!- Le reprendió el hombre, agarrándola... agarrándolo... lo que sea, del pelo. Este/Esta le detuvo el movimiento simplemente con una de sus manos, desde luego en fuerza no le iba a ganar.

-Cariño.- El tono sarcástico junto a la grave voz hizo que me entraran escalofríos. ¡Por el amor de Dios! ¿Qué le había ocurrido al mundo? ¡Hombres vestidos de mujer!- Si hubiese más a lo que sacar jugo, lo haría.-Le dijo con una sonrisa, mirando el pene erecto que tenía delante, si bien no mentía: aquello tendría cinco centímetros como mucho.- Incluso yo la tengo más grande. ¿Estás seguro de que no quieres que te folle ese precioso culo? No me pones mucho, pero cualquier culo es precioso si puedo follármelo.

-...Primero termina lo que has empezado.- Le contestó después de un momento.

-Nadie va a terminar nada.- Interrumpió Sean, haciendo que el otro le devolviese una mirada llena de ira.- Supongo que tú debes ser Vincent Berenger.¿No?

Libro de los Sueños (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora