Capítulo 25

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-¿Quién te ha vuelto tan loca?-me pregunta Gabriela.
-Todo el mundo-respondo secamente.
-No es cierto. Tú sola te has vuelto loca. Te dejaste llevar por la corriente sin pensar en nada.
-Ya estoy harta. Yo no estoy loca, solo harta.
-Y eso te ha hecho enloquecer.
-Cállate. Hasta era mejor cuando no estabas.
Ella rió.
-Tú eres la que me busca, aunque no lo creas.
-Que yo sepa tú solita vienes a mí, nadie te llama.
-Eso es lo que tú crees, pero muy dentro tuyo me necesitas.
-Como digas.
-Bueno. Será mejor que te deje.
-Como de costumbre...
-¿Al final? Acabas de decir que era todo mejor sin mí, y ahora que me voy, me reprochas.
Un coche se acercó con brutalidad hacia nosotras, encegeciéndonos con sus luces. De repente todo se oscureció.

Vi una luz blanca sobre mí. Estaba acostada, miré hacia todos lados y reconocí que estaba en la sala de un hospital o clínica. Me observé el brazo y noté que estaba vendado. Entonces recordé lo último que sentí. Estaba fuera de mí misma, en el piso, sobre un charco de sangre fresca aún, a punto de morir. De repente alguien empujó la puerta y gritó mi nombre, pero con mi visión borrosa no me di cuenta de quien era. Sentí que las gotas rojas caían de mi cuerpo, sentía cómo me costaba respirar y cómo de a poco mi corazón se apagaba. Estuve a punto de morir y alguien lo impidió.

Mis labios estaban resecos, mis ojos caídos y mi cuerpo tenso e inmóvil. La puerta de la sala se abrió y vi a un hombre como de 50 años. Se acercó a la camilla, con preocupación en su mirada.

-Hola, Paula.

Su voz me sonaba familiar.

-¿Quién es usted?-pregunté.

-Primero...prefiero que hablemos con calma.

Quise reírme con ironía, pero estaba tan débil que no lo logré.

-¿Por qué lo hiciste?-me preguntó.

-Eso no le incumbe. No lo conozco.

El hombre se agarró la frente y suspiró cansado.

-Yo soy...mi nombre es Fernando.

-Mire usted...Sigo sin tener idea de quién es y por qué está aquí.

-Paula, soy tu padre-soltó.

Abrí los ojos como platos. Me quedé atónita y sin reacción por unos segundos.

-¿Qué?-titubeé.

-Eso...soy yo. Lo siento.

Bajé la mirada. No sabía qué decir ni qué sentir. De repente el hombre que nunca estuvo conmigo en mis 17 años de vida se aparece como si nada.

-¿Usted me salvó?-pregunté.

-Pues sí. Necesito hablarte precisamente de eso.

-Hable.

-Mira...hay algo que no sabes y que debes enterarte.

-¿Y qué espera? Dígalo.

-Tu madre trabajaba en el mismo lugar que yo.

-No puede ser...¿Y usted por qué nunca se apareció? ¿Y ella por qué no me lo dijo? Hablando de mi mamá, ¿dónde está?

-A eso es a lo que voy. Tu madre me dijo, apenas se enteró que trabajaría conmigo, que no me acerque a ti por nada del mundo. Me odia.

-Con justa razón.

-Escúchame...Cuando el otro día fue despedida, oí que planeaba huir. Tu madre siempre fue muy cobarde y fue capaz de dejarte sola con tal de escaparse de su situación...

Me reí.

-No me hable mal de ella ni menos de cobardía cuando usted jamás vino a verme en su vida. Me niego a decir que usted es mi padre.

-El tema es que decidí ir a verte para decirte que tu madre se había fugado...y te encontré así...

Estaba por llorar, cuando una enfermera irrumpió en la sala.

-Disculpe, señor, pero su tiempo de visita ha finalizado. Hay otra persona que quiere ver a la paciente.

¿Qué? Si mi madre se había ido, y mi abuela probablemente no estaba enterada, ¿quién querría visitarme?

-Luego quiero decirte otra cosa-me comunicó el tal Fernando.

Se retiró junto a la enfermera de la sala, y esperé a que entrara la otra persona. Apurado, vi a Santiago pasar por la puerta y cerrarla con delicadeza. En la mano traía un ramo de flores y algo más que no pude ver qué era. Las lágrimas se me zafaron de los ojos, en una mezcla de la sorpresa que había sido conocer a mi padre de repente, el horrible recuerdo que me quedaba de mi agonía y la emoción de saber que le importo a alguien.

Dejó los paquetes en una silla y se arrodilló al lado de mi cama.

-No, no llores-me dijo suavemente mientras secaba mis lágrimas.

-Gracias, de verdad-le dije.

-¿Me vas a contar qué pasó?

Suspiré y asentí.

-Cuando te fuiste, mi madre volvió a casa hecha una furia. Me gritó que la habían despedido, quise ayudarla, pero me dijo que me fuera y como no lo hice, me aventó lo primero que vio a sus manos, que era un cuchillo. Me pasó a centímetros...

Noté cómo se asombraba de lo que le estaba contando, y aún faltaba bastante.

-Al día siguiente decidí que debía romper con Francisco. Fui a su casa y me atendió su madre...me hizo pasar y él bajó las escaleras emocionado, quiso besarme y no se lo permití. Le expliqué lo que me sucedía y se enojó, me dijo cosas horribles y hasta me llamó "gorda"...Le solté lo que pensaba y me fui llorando de allí, cuando alguien...-me quebré.

-Shhh, tranquila-me dijo-No sigas si no quieres, esto es muy fuerte para ti-me abrazó.

No reprimí mis ganas y también lo abracé, buscando refugio en su hombro.

-Mateo...-dije con la voz cortada.

Me di cuenta de que la rabia corría por el interior de Santiago en cuanto dije ese nombre.

-Él lo hizo de vuelta...En el piso, no sé, ya ni siquiera sé quién soy...-dije mientras lloraba desconsoladamente.

-Hijo de puta...-soltó-Escucha, todo va a mejorar. Tienes que saber que no estás sola. Estoy aquí, siempre. Y ese no va a salirse con la suya, te juro que nunca saldrá de la cárcel. Vamos a denunciarlo, tú vas a seguir adelante y yo te voy a ayudar, te lo prometo.

Sonreí al oír sus palabras que intentaban animarme y lo miré a los ojos. Dejé de llorar y me limpié las lágrimas. Aclaré mi voz, dispuesta a decirle algo.

-Sabes...

Él me miró esperando a que yo siga hablando.

-Te quiero. Y no sé si no te amo. Estoy enamorada de ti, de todo de ti.

Una sonrisa incontenible brotó de sus labios y me besó.

-Yo sí que te amo-me dijo y me estrechó contra su pecho-Sé que eres fuerte, vas a salir.

-Voy a salir-repetí.

No hables con extrañosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora