Tardó mucho en irse mi amargura. Cada día, de a poco, la fui sintiendo menos, pero fue mucho el tiempo en que la arrastré conmigo hasta que me dejó. Santiago fue importante para el proceso. Comenzamos a encontrarnos fuera del trabajo, sin compromisos ni palabras innecesarias, aunque él y yo éramos de pocas palabras. Pero esos encuentros eran muy seguidos para llamarlos casuales.
Hice todo lo posible para acomodar mis emociones, olvidar lo que viví con Julián a la vez que evitaba crear un vínculo con Santiago, pero ninguna de esas dos cosas eran fáciles. Parecía una ironía, pero lograr una me llevaba a sufrir la otra. Y sin querer me volví dependiente de mi extraña relación con Santiago. Me lo negaba a mí mismo, intentando convencerme de que todo era pasajero, temporal, sin importancia. Me decía que en cualquier momento podría terminarlo sin que representara ningún cambio significativo en mi vida. Pero cada vez pasábamos más tiempo juntos, más allá del sexo. Se volvió común que todos los días coordináramos nuestra hora de almuerzo y, si no había mucho tiempo para reunirnos en mi casa, tomábamos un café junto al río o en su sala cuando teníamos poco trabajo. Éramos como amigos con derechos, pero amigos que nunca hablaban de cosas personales.
A pesar de la frialdad con la intentaba manejar lo nuestro, la realidad era que me entusiasmaba como entusiasma todo lo nuevo y enero pasó más rápido de lo que esperaba. A veces dudaba de lo que sentía pero por si acaso justificaba todo con entusiasmo y creía que pronto se me pasaría, que nada nacería en mí por él. Pero tenía días de distracción, donde me olvidaba de hacerme el indiferente, y terminaba ponderando sobre lo que Santiago podría sentir por mí. Me intrigaba qué cosas pasaban por la cabeza de alguien que, con una vida hecha, redescubría su sexualidad. No tenía manera de imaginármelo, él no expresaba más que curiosidad y deseo, no había confesiones de ningún tipo más allá de su contemplación insistente.
Al principio decidí no compartir mi número de teléfono con él para mantener la distancia, pero un día me traicionó una extraña emoción y se lo di. El intercambio de mensajes comenzó y, aunque no hablábamos de nada en concreto en ellos, me descubría a la expectativa cada vez que recibía uno. A diferencia de Julián, no existían limitaciones de días u horario y eso llamaba mucho mi atención, me hacía sentir importante y sabía que sentirme así no era bueno.
Una vez recibí su visita en casa un domingo y yo no hacía más que preguntarme cómo habría hecho para irse de la suya, cuál habría sido la excusa. Pero nosotros no hablábamos de esas cosas.
Ese domingo se quedó observándome como siempre lo hacía y no saber el motivo comenzó a matarme.
—Siempre me miras —remarqué en voz baja para ver su reacción.
No esperaba verlo ruborizarse.
—No es por nada malo —respondió también en voz baja antes de apartar la mirada.
Me arrepentí de haber hablado, lo había incomodado.
Tomé su rostro e hice que volteara para volver a verme, y lo hizo con culpa, como si le hubiera reprochado algo.
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Sin colores
RomanceSin mucha experiencia en el amor pero a la espera de tener su oportunidad, Daniel vive una vida cómoda y relajada rodeado por su familia. Sus días pasan sin grandes sucesos hasta que conoce, casi de manera accidental, a Julián. A partir de ese encue...