Capítulo 25 - Casi amarillo

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Volví a mi casa muy alterado de puro enojo

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Volví a mi casa muy alterado de puro enojo. Di vueltas como un maniático tratando de calmarme pero estuve lejos de lograrlo, comencé a percatarme de lo que ocurrió. Sus palabras resonaban sin parar en mi cabeza y cada vez que se repetían dolía más. No entendía qué era lo que dolía tanto, no tenía manera de razonar el dolor. Sabía que no seguiríamos juntos, no era una sorpresa, sabía que no tenía motivos para creer en él o tener esperanzas, pero ese encuentro abrió la vieja herida. Sentado en el sillón me agarraba la cabeza tratando de detener sus palabras. Intenté no llorar pero las lágrimas caían una tras otras sin importar cuantas secara. Él sería papá. Me sentí más que traicionado.

Después de un poco más de una hora me calmé, o por lo menos dejé de llorar, pero el enojo y el dolor seguían conmigo. Miré a mi alrededor, al departamento vacío, y me sentí desesperado al no encontrar la manera de quitarme la angustia. Así que harto del dolor, busqué el blíster de ansiolíticos que me dieron en la guardia y me tomé un par con la esperanza de caer dormido. En poco tiempo empecé a sentir el efecto, al principio un gran mareo y luego la voz de Julián desapareció de mi cabeza. Me acosté en mi cama que aún olía a Santiago y me dormí sin pensar en nada más.

***

Fui a trabajar esperando que la rutina ayudara a calmarme y olvidar mi desdicha. Pero no podía dejar de recordar ese encuentro, y las palabras de Julián al decirme que sería papá volvieron a mi cabeza como una maldición. Regresar a casa y tomar los ansiolíticos se convirtió en mi nueva única esperanza. Pero mi plan cambió cuando, cerca del mediodía, recibí otra llamada de Julián, entonces decidí ir a una oficina de mi compañía de celular para cambiar mi número. No atendería nunca más una llamada suya y bloquearlo no era suficiente, quería que él escuchara el mensaje diciendo que mi número no existía. Mientras tanto mi celular permanecería apagado. Salí del trabajo apurado para realizar el trámite y apurado para evitar que la gente me mirara. Había un enojo dentro de mí difícil de controlar, eran todas las cosas que no le dije, todas las cosas que no le grité, todo el dolor que no le pude devolver. Mi año comenzó muy mal.

Al salir al estacionamiento me encontré con Santiago fumando y seguí de largo, inmerso en mi propia amargura. Recién a mitad del estacionamiento me di cuenta que me seguía.

—¿Estás bien?

Me miraba preocupado porque yo seguía incapacitado para ocultar lo que me sucedía.

—Estoy bien —respondí demasiado alterado para que fuera creíble.

Incluso con mi enojo pude notar su actitud insegura. Lo miré reflexionando que debía enojarme con él también por ser un mentiroso más que engañaba como si no tuviera importancia engañar, infiel, tramposo y cobarde. Pero no pude enojarme, a pesar de todo, lo sentía diferente a Julián. No porque creyera en él, sino porque con él no existían las promesas, no había ningún propósito.

—¿Me acompañas a casa? —pregunté dejando ver mi intención.

Se sorprendió pero asintió sin dudarlo. Acostándome con él evitaría tener que tomar los ansiolíticos y sentí que aumentaría mi distancia con Julián, me ayudaría a convertirlo en un recuerdo lejano.

Alrededor nuestro pasaban compañeros que también terminaban sus jornadas y decidimos irnos a mi casa pero cada uno en su auto para no llamar la atención. Volvimos a encontrarnos en el estacionamiento de mi edificio, desde donde me siguió ansioso hasta el ascensor. Su expresión me llamó la atención.

—¿Sucede algo?

Sus ojos estaban puestos en los números de los pisos que pasábamos.

—No creí que volvería a tu casa.

Al abrirse la puerta tomé su mano para llevarlo hasta mi departamento, dentro lo observé a la espera de su decisión y él no demoró en tomar mi rostro para besarme.

Fue mejor que tomar pastillas que solo me dormían. Logré olvidar mi miseria, dejé de sentir enojo y angustia, el placer sexual hacía que todo perdiera importancia.

Quedamos exhaustos y Santiago se dedicó una vez más a contemplarme. Sentí deseos de que no se fuera más de mi lado y así tener la tranquilidad de que ningún pensamiento sobre Julián me perturbaría. Su teléfono sonó a lo lejos trayéndonos a ambos a la realidad, él se sentó indeciso sobre si ir a buscar el celular o no. Pronto dejó de sonar y supe que se tenía que ir.

—Es mejor que te vayas antes de que salgan a buscarte —aconsejé para que no se sintiera incómodo.

—Sí —respondió arrastrando esa simple palabra con pena.

Se levantó y comenzó a recoger su ropa mientras yo lo observaba.

—¿Tienes hijos? —pregunté con curiosidad.

Lo tomé desprevenido, se sentó en la cama para vestirse y contestó evitando mirarme.

—Tengo una hija de cuatro años.

Nos quedamos en silencio después de eso. Era extraño pero su respuesta no generó nada en mí más que un poco de asombroso porque una hija de cuatro años me parecía mucho para una persona tan joven como él. Cuando terminó de vestirse se volvió hacia mí.

—¿Hay algo que pueda hacer por ti? ¿En lo que pueda ayudarte?

—¿Qué? —me salió sin entender de qué hablaba.

—Estabas muy triste hoy.

Me miraba atento, con preocupación.

—Ya no importa, hiciste que se me pasara el mal humor.

No me creyó pero sonrió de todas formas.

Lo acompañé medio vestido hasta la puerta, donde yo me acerqué a él para besarlo.

—No seas tan amable conmigo —dije con seriedad—. Esto no es un romance.

Sentía que tenía que decirlo, tal vez así podría prevenir que se confundieran las cosas, aunque en el fondo desconfiaba de mí y no tanto de él. Santiago solo asintió.

Al día siguiente cambié mi número y de paso mi celular. Estuve mucho más tranquilo entonces.

 Estuve mucho más tranquilo entonces

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