El silencio fue remarcable, incomodo, intenso si era eso posible. Gabriel miraba su comida con mucha seriedad como si esta fuera responsable de lo sucedía. Almorzábamos con nuestros padres como todos los domingos y de repente, sin que ninguno sospechara lo que ocurriría, mi padre le preguntó a Gabriel si todavía seguía saliendo con Ana.
Si yo detestaba a Ana, mis padres la odiaban. Mi hermano comenzó a salir con ella unos tres años atrás y la presentó en casa como corresponde, un día del que nunca se volvió a hablar. Ana parecía simpática y amable, como toda nueva novia que quiere ganarse a la familia del novio, por lo que mientras cenábamos trataba de aprender más sobre nosotros. Fue entonces que se enteró que mi orientación sexual y su reacción nos dejó perplejos: hizo una pequeña escena donde se dio el lujo, perdiendo todo decoro, de decirle a mis padres y a mi hermano que estaban locos por aceptar algo antinatural, luego abandonó la casa ofendida con Gabriel corriendo detrás de ella. Nosotros ni siquiera tuvimos tiempo de levantarnos de la mesa en lo que sucedía todo el desplante. La mayor sorpresa fue que él no terminó con ella, aunque sí pasaban mucho tiempo peleados. Al principio mis padres se lo reprochaban pero con el paso del tiempo se fue abandonando el tema y todos hacíamos como que ella no existía, como todos en mi familia hacían cuando algo no les agradaba. Aun así, cada tanto, mi padre se acordaba y eso nunca terminaba bien.
Me imaginé que Gabriel demoraba en contestar intentando buscar las palabras correctas, al final no dijo nada y su silencio fue la respuesta. Mi madre suspiró con tremenda decepción y luego el silencio siguió un rato más.
—No planeo casarme con ella ni nada. ¡No es para que se lo tomen así! —reclamó Gabriel fastidiado, optando por discutir.
—¡Eso espero! —respondió mi padre—. Ya llevas mucho tiempo con ella para que no sea serio.
El silencio volvió y el almuerzo continuó con cierta incomodidad. Tuve la sensación de que no se dijo más por mi presencia. En otro momento yo tampoco hubiera dudado en echarle en cara a mi hermano su relación con Ana pero ya no podía, él guardaba muchos de mis secretos que serían más escandalosos que la intolerancia de su novia.
—Él puede hacer lo que quiera —dije intentando defenderlo aunque las palabras me salían más o menos forzadas. Mis padres me miraron extrañados al escucharme decir eso—. Si seguimos odiándola únicamente logramos comportarnos como ella —de alguna manera eso salió de mí, gran parte por la pena que me generaba darme cuenta que nadie apoyaba a Gabriel con su relación, ni siquiera yo que tanto le debía.
—Ella se lo merece —afirmó mi padre—. Ni siquiera es capaz de fingir como hace tu tía, que se sienta a la mesa con todos nosotros como si nada la molestara.
La idea de mi padre no era un gran consuelo.
Miré a Gabriel que exageraba una expresión y luego me dedicó esa mirada que pedía que no siga intentando convencer a nadie.
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Sin colores
RomanceSin mucha experiencia en el amor pero a la espera de tener su oportunidad, Daniel vive una vida cómoda y relajada rodeado por su familia. Sus días pasan sin grandes sucesos hasta que conoce, casi de manera accidental, a Julián. A partir de ese encue...