El celular mostraba muchas llamadas perdidas del comienzo de la semana, cuando supe la verdad, también varios mensajes donde me pedía que le devuelva las llamadas. Pero enseguida noté que los mensajes y las llamadas cesaron cuando lo eché de mi casa.
No hubo ningún intento de comunicarse conmigo y de seguro tampoco volvió a buscarme en mi casa como yo temí en vano. Debía sentir alivio, tranquilidad, de ver que él me dejaba en paz haciendo más fácil seguir con mi vida pero no podía. Lo único que veía ante mí era que él no me buscaría, que yo ya no valía la pena ni el riesgo.
Guardé mi celular en mi bolsillo, decidido a no apartarme del mismo. En el fondo quería recibir algún mensaje o llamado que me quitara la decepción. Así que como un tonto estuve todo el fin de semana a la expectativa de una llamada que nunca llegó mientras fingía que podía seguir con mi vida diaria.
***
El lunes volví al trabajo con el peor mal humor que pude tener alguna vez en la vida, por lo que trabajé de mala gana. Tenía una expresión amarga y contestaba de forma poco apropiada, al punto que mi jefe apareció para pedirme que me tranquilice o me tome el día. Tuve que aceptar que estaba enojado porque nada salía como yo quería, para ser más preciso, Julián no estaba insistiendo en querer verme ni rogando perdón ni proclamando amor por mí. No me fui del trabajo porque sería peor si no me mantenía ocupado pero traté de no ser tan mala persona con los pacientes ni con mis compañeros, que me miraban cada vez con más pena como si les diera lástima.
Al pasar por la recepción, a mi salida, una de las secretarias me detuvo con una sonrisa de esas que usan para su trabajo.
—Hay una persona esperándolo.
Mi corazón dio un vuelco y me quedé helado mirándola.
—Está desde hace un rato, me pidió que lo llamara cuando terminara su horario —informó en voz baja.
Ella me miraba sonriente, esperando que la siguiera hasta la sala de espera que estaba frente a la recepción. Quise preguntarle quién era antes de decidir si ir o no, pero de nada serviría porque no podría negarme a ver a Julián, no perdería la oportunidad de escuchar de él las cosas que necesitaba oír.
Fui tras ella con menos coraje del que creí que tendría si volvía a enfrentarlo y en la sala vi como Gabriel jugaba con su celular y sonreía ampliamente al verme.
—Si las miradas mataran... —dijo burlándose.
—¿A qué viniste?
—Vine a ver cómo estabas.
La secretaria nos miraba con curiosidad desde su escritorio, sin tener mucho que hacer en ese momento más que escucharnos.
—Vamos —indiqué mientras me encaminaba hacia la puerta.
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Sin colores
RomansaSin mucha experiencia en el amor pero a la espera de tener su oportunidad, Daniel vive una vida cómoda y relajada rodeado por su familia. Sus días pasan sin grandes sucesos hasta que conoce, casi de manera accidental, a Julián. A partir de ese encue...