Una vez un filósofo ofreció el siguiente experimento mental:
Imagínese como un futuro padre poco antes del nacimiento de su primer hijo. Y suponga que alguien le ha ofrecido la siguiente opción: Por un lado, el niño será uno que, sin ningún esfuerzo de su parte, siempre y automáticamente hará y será exactamente lo que usted quiere que haga y sea, ni más ni menos. El niño no tendrá ningún sentimiento de estar constreñido o controlado; sin embargo, llevará a cabo espontáneamente sus deseos en todas y cada una de las ocasiones. O, por otro lado, puede elegir tener un niño de manera normal, un niño que es totalmente capaz de tener una voluntad propia y de resistir a sus deseos, e incluso de actuar en contra de su propio interés. Tendrá que invertir mucho esfuerzo en su educación, con buenas esperanzas para estar seguro, pero sin ninguna garantía anticipada de éxito. Y existe el riesgo, de hecho la casi certeza, de que el niño le cause un dolor y un sufrimiento considerable, mientras usted se esfuerza por ayudar al niño a convertirse en todo lo que puede y debe ser. ¿Qué es lo que eliges?
El filósofo en cuestión reconoce que la respuesta a su pregunta es profundamente subjetiva. Después de todo, es posible que algunos prefieran la primera alternativa. Pero, se pregunta, ¿no es mucho mejor aceptar el reto de criar a un hijo con voluntad propia, incluso al precio del dolor y la posible angustia, que optar por un arreglo en el que las elecciones del niño serán todas mis elecciones hechas por él, su vida un pálido reflejo de la mía vivida a través del niño?
Si estás conmigo en que esta última opción es la mejor forma de entender el asunto, entonces tengo una buena noticia: Ese es el tipo de mundo en el que estamos. Nuestro mundo es uno donde las posibilidades son reales. Puedes luchar, sufrir y crecer. Puedes superarte a ti mismo, aunque eso muchas veces implique el dolor. O en otras palabras: Puedes elegir. Eres libre. La pregunta es: ¿Podrás vivir con la responsabilidad de tus elecciones?
