E
milia fue encontrada muerta en su dormitorio. Su abuela le tenía preparado el almuerzo, como lo hacía todos los días, pero cuando su nieta se demoraba en llegar, fue a ver qué le había pasado.
–¡No, mi niña! ¿Qué te hicieron? – preguntó su abuela con desesperación, después de ver a su nieta ensangrentada en el piso, con heridas en el cuello y en el pecho. ¿Quién le había hecho eso a su niña?
Los minutos pasaron casi volando, mientras llamaba a los carabineros, para darles la triste noticia.
Por el momento, nadie sabía quién era el asesino; los funcionarios de la PDI y del Servicio Médico Legal, que llegaron media hora después, le prometieron a la abuela de la niña que iban a empezar la investigación y que reunirían todas las pistas, para llegar hasta el fondo del crimen.
Alguien la había matado a sangre fría. ¿Pero quién? ¿Qué razones habían motivado a su asesino?
La policía de investigaciones tendría que conversar con sus amigos, profesores y familiares cercanos para saber qué había hecho la víctima el día anterior a su muerte.
Mientras hacían la investigación, el profesor Felipe Rodríguez se refugió en su departamento y evitaba el contacto con las demás personas. Si ellos supieran lo que había hecho... Se sentía muy asustado y sabía que, en algún momento, los funcionarios de la PDI llegarían por él.
La culpa lo estaba matando en vida. Sabía que se había excedido, pero quería evitar que Emilia les contara a sus amigos que Eduardo era su padre biológico y, por ende, se revelaran los verdaderos motivos que tuvo para acabar con la vida de Martínez.
–¿Tiene a algún familiar cercano para comunicarle la noticia? –le preguntó el funcionario a la abuela.
–La verdad no. Sólo éramos mi nieta y yo.
–Señora, quédese tranquila, aquí le dejo mi número de teléfono para que se comunique conmigo por cualquier duda.
La abuela de Emilia tenía 70 años y esa difícil mañana estuvo muy cerca de sufrir un paro cardíaco cuando vio muerta a su única nieta. Ella era la niña de sus ojos, su única razón de vivir. ¿Cómo se suponía que iba a seguir viviendo con ese tremendo dolor?
Cerca de las dos de la tarde, los mejores amigos de Emilia fueron, desesperados, a verla a su casa. No podían creer lo que había sucedido, tampoco tenían idea de quién la había matado.
–Todavía no puedo creer que alguien haya matado a nuestra amiga –dijo Diego, tratando de controlar sus lágrimas.
Carolina no podía dejar de hacerlo: la muerte de su mejor amiga iba a marcarla para siempre; sentía que alguien le había quitado un pedazo de su alma.
Ninguno de los dos quiso dejar sola a la abuela esa tarde. Quisieron quedarse con ella el mayor tiempo posible y acompañarla al funeral que se realizaría al día siguiente, en una pequeña capilla que estaba a sólo tres cuadras de su casa.
–Estaremos todo el tiempo con usted, tía –dijo Carolina, que tenía los ojos húmedos– queremos despedirnos de nuestra amiga.
–No saben cuánto se los agradezco. Ella siempre me decía que los quería mucho. La anciana empezó a llorar desconsoladamente y los chicos le dieron un fuerte abrazo. Sin duda, ese momento fue el más duro que les tocó vivir.
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El profesor sustituto
Short StoryDos profesores de matemáticas, Eduardo Martínez y Felipe Rodríguez, que fueron compañeros, y rivales, en la universidad, se vuelven a encontrar después de muchos años. Uno de ellos cobra venganza contra su enemigo del pasado, por el daño que le hiz...