Capítulo 9

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a temperatura a esas horas de la noche había comenzado a disminuir con rapidez. Diego llevaba más de diez minutos parado frente a las luces parpadeantes de la heladería donde se iba a juntar con sus amigas.

En la ventana exterior de la heladería había una hoja de papel barato con los horarios de atención escritos en lápiz negro, unos pequeños carteles con instrucciones de cómo comportarse al interior del recinto, y, a la derecha del mesón principal, había una alcancía para que los clientes pudieran dejar sus propinas.

Mientras seguía esperando a las chicas, Diego se frotaba las manos y las juntaba sobre su boca para darse calor. Ya estaba poniéndose un poco impaciente. Sus amigas estaban atrasadas en quince minutos. En el mismo instante que daba la media vuelta para volver a su casa, sintió las voces inconfundibles de Carolina y Emilia

–Oye, oye, ¡para dónde vas tú? –le gritó Carolina

–No nos digas que pensabas irte y dejar la misión a medias, poh' Diego –le dijo Emilia dándole un pequeño empujón en el hombro.

–Lo siento, chicas. Creí que no iban a venir...

–Diego, tuve que mentirle a mi mamá diciéndole que iba a dormir en la casa de Emilia. Por suerte hoy es fin de semana y me creyó todo lo que le dije. Cómo se te ocurre que no íbamos a venir.

–Cuando terminemos con este maldito plan me iré a dormir y no voy a querer saber más del asunto –Carolina les habló con voz de cansancio, por dos motivos: 1. Eran más de las doce y 2. Porque no estaba acostumbrada a trasnochar.

–Bueno, entonces, sigamos con el plan. Yo intentaré distraerlo en la entrada y ustedes dos –dijo Diego, señalando a Emilia y Carolina simultáneamente –entrarán por el patio. Su departamento, si mal no recuerdo, está a un par de cuadras más abajo del Banco Punta Arenas.

Diego sacó una hoja de papel que tenía la dirección del profesor Rodríguez. Su departamento 319 estaba ubicado en el tercer piso del edificio construido a base de ladrillos, con ventanas simples y relucientes, abiertas de par en par y, en medio de estas, pudieron observar la presencia de un farol de fierro negro. Dieron unos pasos hacia la puerta principal y se miraron entre ellos, para comprobar si lo que estaban a punto de hacer realmente valía la pena.

–A todo esto, ¿dónde conseguiste su dirección? –preguntó Emilia.

–Ventajas de ser el favorito de la directora –le respondió su amigo. –Hace un par de días estaba en su oficina y me pidió que la cuidara por unos minutos. Al parecer tenía una llamada urgente. Cuando salió y me dejó solo, abrí uno de los cajones de su escritorio para buscar los expedientes de los profesores y encontré el del profe Rodríguez, ahí estaba su dirección. ¿Listas para la acción?

–Eso creo. Por favor, traten de no hacer mucho ruido cuando vayamos subiendo las escaleras –les dijo Carolina.

Acto seguido, los tres jóvenes avanzaron hacia el interior del edificio. Puesto que la casa del profesor no tenía patio, tuvieron que hacer un repentino cambio de planes: Mientras Diego lo distraía en la entrada, ellas buscarían la central eléctrica y cortarían la luz en toda la casa. Para llegar lo más rápido posible al departamento de Felipe, subieron al ascensor y, cuando se abrieron las puertas, se encontraron cara a cara con el profesor Rodríguez. Él, distraído, levantó la cabeza y los miró muy sorprendido:

–Y ustedes, ¿qué estaban haciendo en el edificio?

–Vengo a visitar a mi tía, que está muy enferma y necesita que alguien la cuide. Los chicos me van a acompañar a verla –improvisó Emilia, sin ninguna muestra de inseguridad. Sus amigos asintieron con la cabeza para hacer más creíble la respuesta.

El profesor sustitutoWhere stories live. Discover now