En el momento que Emilia metía las llaves en la puerta de su casa, Diego le preguntó si sospechaba quién podría haber matado al profesor Martínez. Ya había pasado alrededor de un mes desde que los policías lo encontraron muerto a orillas del río.
–La verdad, no tengo idea de quién pudo haberlo hecho. Tampoco es algo que me corresponda averiguar, ¿no crees?
Diego se quedó de pie y callado, mientras su amiga entraba a la casa y le decía adiós con la mano.
La casa de la familia de Emilia estaba formada por dos pisos; tenía paredes color salmón y una preciosa terraza donde Emilia se sentaba a leer y a sacar fotos durante sus ratos libres. Las grandes ventanas estaban protegidas por firmes rejas de fierro, ya que, mientras Emilia compartía durante la navidad pasada con sus abuelos paternos, la casa fue asaltada durante la noche. Después de esto, ambas decidieron enrejar toda la propiedad. Así se sentirían más seguras.
Al día siguiente, Diego vio algo muy extraño dentro de la oficina de la directora.
Ya que los policías de investigación que estaban entrevistando al profesor Rodríguez habían dejado la puerta entreabierta, pudo escuchar la conversación entre el profesor y los carabineros, que lucían con mucho orgullo su placa de metal y un traje de vestir color negro, acompañado de zapatos negros.
–¿Dónde estaba usted, señor Rodríguez, la noche que falleció el profesor Martínez? –le preguntó el carabinero más viejo.
–Ya le dije que me encontraba en mi casa, disfrutando de una copa de vino con mi esposa –volvió a decirle el profesor, usando una mentira de coartada. Era la tercera vez que lo entrevistaban y honestamente, ya se estaba cansando de tener que responder a sus interrogatorios.
–Entonces, explíqueme ¿por qué encontramos huellas suyas en el arma homicida? Felipe se quedó pálido y no supo que responder. ¿Acaso creían que él era el asesino?
Acto seguido, la directora del colegio se dirigió hacia los carabineros para pedirle amablemente que salieran de su oficina. Ya eran las 10:40 de la mañana y en cualquier minuto podría entrar algún estudiante tratando de resolver algún problema. El carabinero que estaba más cerca de ella puso las manos sobre su mesa con brutalidad. Luego miró a la directora y al profesor simultáneamente. No se iría de ese lugar hasta poder dar con el verdadero asesino del profesor Martínez.
–Escúcheme bien señora, voy a volver con pruebas concretas para poder meterlos a la cárcel a los dos de una vez ¡Esto no se va a quedar así!
Al parecer, los funcionarios de investigaciones habían encontrado huellas del asesino en el cuerpo de la víctima, pero aún necesitaba examinarlas para determinar de quién eran y meterlo en la cárcel.
Al oír esta conversación, Diego quedó muy asustado. Salió lo más rápido que pudo cuando sintió a los pasos de los carabineros acercándose hacia la puerta. Por suerte, nunca supieron que había estado escuchando la conversación.
–Siento que ese hombre es el asesino de Eduardo Martínez –dijo el carabinero a su compañero, cerrando la puerta de la oficina de la directora. –Sin embargo, necesitaba más pruebas para poder mostrársela al fiscal del caso y así apurar su detención.
–Pues, tendremos que conseguir más información hasta llegar al fondo de este asunto– le respondió uno de sus colaboradores. –Llevo casi dos días sin poder dormir. No veo la hora de que todo esto acabe. ¿Sabes a cuántos sospechosos interrogué esta semana? ¡A más de 100!
Dentro de la sala de clases, Diego se sentó al lado de Emilia y le confesó casi en un susurro todo lo que había escuchado decir en la oficina de la directora.
–¿Crees que fue él, Diego? –le preguntó Emilia.
–La verdad, Emilia, yo creo que el profe Rodríguez no estaba solo la noche del asesinato del profe Eduardo. Alguien lo acompañaba.
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El profesor sustituto
Short StoryDos profesores de matemáticas, Eduardo Martínez y Felipe Rodríguez, que fueron compañeros, y rivales, en la universidad, se vuelven a encontrar después de muchos años. Uno de ellos cobra venganza contra su enemigo del pasado, por el daño que le hiz...