Capítulo 2

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La directora, que conocía muy de cerca al profesor Martínez, decidió realizarle un sencillo funeral en la capilla del colegio Sagrado Corazón. El lugar era pequeño, tenía unas cuantas flores alrededor de la tumba y al estar a cargo de la ceremonia, tenía estimado no recibir a más de 50 personas. Entre ellos se encontraban profesores que trabajaban con Eduardo, algunos amigos de su infancia, ex estudiantes del colegio Sagrado Corazón y hasta algunas de sus ex parejas que sentían que era su deber ir a despedirse de él.

¿Cómo pudo morirse de un día para otro? Si hace tan poco todos los profesores del colegio lo habían visto en buen estado, de pie dentro de su oficina para conversar sobre lo que habían hecho el fin de semana.

Su muerte era un verdadero misterio.

Los compañeros de Emilia López fueron las únicas personas en el colegio que no pudieron entrar al funeral. Una verdadera injusticia, pero a nadie del cuerpo administrativo pareció importarle esta situación en absoluto.

El lunes a las 16:00 en punto, los invitados pudieron entrar a la pequeña capilla del colegio, ubicada al fondo de un largo pasillo oscuro y ver por última vez al profesor Martínez.

Los profesores miraban en silencio el féretro donde descansaba su antiguo colega de trabajo. Algunos se acercaron a dejarle un pequeño arreglo floral. Los chicos tuvieron que conformarse con mirar a través de la ventana cómo velaban a su profesor de matemáticas. La ceremonia no duró más de una hora y media y terminó con un pequeño discurso por parte del sacerdote de la ciudad: "siempre estarás en nuestros corazones, Eduardo. Buen viaje, querido amigo. Esperamos volver a verte muy pronto."

Los invitados al funeral comenzaron a retirarse uno a uno, lentamente. Se fueron todos, excepto el profesor que lo reemplazaría, quien quiso quedarse unos minutos más para despedirse de su antiguo colega, como Dios mandaba.

Felipe Rodríguez salió un momento a la calle para fumarse un cigarro y conversar con algunos de los profesores que seguían en la entrada del colegio.

–¡Felipe! ¿Quieres que te vayamos a dejar a tu casa? –le preguntó uno de sus colegas.

–No, muchas gracias. Acabo de pedir un taxi –le respondió.

Otra de las características que definían perfectamente a Felipe era su gran capacidad para mentir de vez en cuando. Lo que acababa de decir era una perfecta mentira. Él necesitaba estar a solas con el difunto para decirle unas palabras de despedida, aunque fueran a través del ataúd. Cuando sintió ponerse en marcha el auto del colega que había ofrecido llevarlo, apagó el cigarro y se devolvió a la capilla. Dentro del lugar no había nadie más que la directora del colegio, conversando en privado dentro de la oficina del sacerdote. Entonces, aprovechó el momento justo y fue a despedirse de quien se había convertido en su mayor rival y enemigo.

–Es una pena que estés ahí –le dijo con una voz suave y baja, para que los demás no tuvieran sospecha alguna de lo que estaba haciendo. –Te dije que me iba a vengar de ti por haberte metido con mi ex polola, imbécil.

Si Rodríguez hubiera tenido la posibilidad de revivirlo y de sacarlo del cajón para poder pegarle por el daño que le había causado, lo habría hecho sin pensarlo dos veces.

Los investigadores que se habían hecho cargo del caso se dieron cuenta que lo habían asesinado con un arma blanca, desgarrándole los intestinos y las cuatro extremidades. Obviamente el asesino estaba buscando venganza. Pero ¿qué había hecho el profesor Martínez para merecer una muerte tan brutal? Al parecer, no era tan buena persona como se veía. 

El profesor sustitutoWhere stories live. Discover now