E
l primer lunes de julio a primera hora, Felipe Rodríguez entraba con mucha seguridad a la sala de clases, para tomarles la prueba global a los estudiantes de octavo básico. En sus manos llevaba una carpeta con las pruebas en blanco y sobre sus hombros, su bolso de trabajo. A diferencia de los días anteriores, llevaba una expresión alegre en el rostro.
Aunque los funcionarios de la PDI habían encontrado las pruebas suficientes para detenerlo, el juez del caso decidió darle 3 meses de prisión en libertad.
Ninguno de los fiscales entendió por qué había hecho esto. Dos millones de pesos en efectivo tenían mucho que ver con la decisión del juez.
–¿Están preparados para la última prueba del semestre? –El profesor se sentó en su escritorio y comenzó a sacar los exámenes. A medida que los repartía, Diego, Carolina y Emilia comenzaban a hablarse con susurros.
–Creí que lo iban a meter preso por asesinato –dijo Diego.
–Escuché que no tenían pruebas concretas para meterlo a la cárcel –dijo Emilia.
–¡Hey! No quiero oír a nadie susurrando mientras hacen su prueba. ¿Entendido? –dijo el profesor, dándose cuenta de que el grupito de Emilia estaba hablando sobre él a sus espaldas.
–Sí, profesor –dijeron los tres, bajando la cabeza y concentrándose en el examen.
Dos horas después, la clase completa terminaba la prueba global de Matemáticas. Su profesor las fue recogiendo una a una desde sus puestos, las llevó amontonadas hacia su escritorio y le dio permiso a todo el curso para salir de la sala. Se veía un poco más relajado desde la última visita de los carabineros. Sin embargo, lo que les llamó la atención a los tres chicos fue que, después de que la prueba terminara, el profesor caminó hacia la oficina de la directora mirando hacia todos lados y llevando una carpeta bajo el brazo.
¿Qué era exactamente lo que quería decirle a la directora? No fue hasta que llegó a su oficina privada, de 20 metros cuadrados, con ventanas blindadas (por seguridad) y con unas cuantas plantas en la entrada (para aparentar el cuidado por la naturaleza y el medio ambiente), que le contó todo lo que quería decirle hace mucho tiempo atrás. La directora del colegio permaneció de pie mientras el profesor Rodríguez depositaba sobre su escritorio todas las pruebas de matemáticas y tomaba asiento frente a ella.
–Adriana, necesito que vayas a la comisaría a declararte culpable. Los de la PDI piensan que tuve algo que ver con la muerte de ese imbécil, pero sabes que yo no actué solo esa noche –le exigió el profesor.
–No puedo hacer eso, mi querido amigo –dijo ella, sentándose nuevamente en su escritorio. –Los carabineros te tienen en el ojo del huracán y no tengo tiempo para ir a declarar a la comisaría. Tendrás que echarte toda la culpa y mentir sobre lo que pasó esa noche.
–¡Eso nunca! ¡No quiero ir a la cárcel!
Los tres chicos estaban detrás de la puerta, en silencio y casi sin respirar seguían la conversación.
–Sabes que yo quería vengarme de él, pero la que le disparó y lo dejó tirado en la costanera fuiste tú, ¡maldita!
Con las últimas palabras del profesor Rodríguez, los tres chicos quedaron impactados. Al fin la verdad estaba saliendo a la luz.
Minutos después de su conversación secreta con el profesor de matemáticas, la directora se dirigió hacia la puerta de salida y, señalando con su dedo índice, lo increpó:
–Quiero que salgas de mi oficina, ¡ahora! Estoy muy ocupada y no tengo tiempo que perder con idiotas como tú. ¡Ándate ahora! ¡No quiero verte de nuevo por aquí!
Rodríguez la miró con rabia, tomó su carpeta y salió de su oficina, dando un fuerte portazo.
–No puedo creerlo. Felipe Rodríguez es el cómplice de la muerte del profesor y no el asesino. ¿Cómo no nos dimos cuenta antes, chicos? –preguntó Emilia, sentándose en una de las bancas metálicas del pasillo.
–¿Por qué ella querría asesinar al profesor Martínez? –pensó Diego en voz alta.
–¿Y por qué el profesor Rodríguez se convirtió en su cómplice? –exclamó Carolina agarrándose la cabeza a dos manos.
–¿Qué razones tenían ambos para llevar a cabo un crimen tan horrendo? –sentenció Emilia, resumiendo lo que acababan de descubrir. –Tenemos que encontrar las pruebas necesarias para desenmascarar a la verdadera asesina –terminó por decir Emilia.
–Lo primero que tenemos que hacer es dilucidar por qué el profesor guardó silencio protegiendo a la directora. ¿Por qué no se defendió? –exclamó Carolina, desconcertada.
–¿Será que él también quería ver muerto a Martínez? –dijo Diego levantando lentamente la mirada hacia sus compañeras. Guardaron silencio por algunos minutos, hasta que Carolina dijo:
–¿Qué secreto mantendrán entre ellos?
–Nos queda todo el próximo semestre para averiguarlo, ya después será muy difícil, chicos, cada uno irá a otro colegio y les perderemos la pista. No, no, ¡es ahora o nunca!
–Tiene razón, Emilia, tenemos que lograr que Rodríguez nos dé una pista –resumió Diego.
Obviamente, lo primero que los chicos tenían que hacer era arrancarle toda la verdad al profesor de matemáticas. No podían permitir que una persona inocente fuese inculpada.
Ya estaban en el mes de julio, mes ideal para averiguar todo sobre él y la razón por la cual ambos querrían vengarse de Martínez.
–La idea me parece buena, pero ¿cómo? –preguntó Carolina.
–Deberíamos entrar en su casa mientras él está ausente. Allí tiene que existir algo relacionado con el crimen, no sé, una foto, un pañuelo, algo, algo. Hay que sacarlo de allí para revisar los rincones. De eso me puedo encargar yo, no se preocupen. –Diego les habló con toda la seguridad del mundo.
¿Cómo pensaba distraer al profesor para poder entrar a su casa?
–Lo que quieras hacer, intenta no salir lastimado. Tenemos recién 13 años y nos estamos metiendo en algo muy peligroso. –Era la segunda vez que Carolina les hablaba de esta forma, pero ya no podía evitar que ellos siguieran con el plan.
Se reunieron al día siguiente en casa de Carolina García. Eran casi las nueve de la noche cuando terminaron de definir los últimos detalles de su loco y arriesgado propósito.
La mamá de Carolina llegó hasta el dormitorio y tocó la puerta, muy preocupada de no sentir ningún ruido dentro de la habitación de su hija.
–Todo está bien, mamá, tranquila, estamos terminando de estudiar para la prueba de síntesis de Historia. –respondió su hija.
Contenta con esta respuesta, la mamá de Carolina volvió al living comedor y continuó tejiendo un chaleco para su hija.
Carolina sacó un plano de la ciudad desde su mochila y lo puso en el suelo de la habitación, preguntándoles cuál sería el punto de partida para la misión.
–Nos reuniremos aquí a medianoche –dijo Emilia, señalando con el índice una heladería artesanal, a pocas cuadras del edificio donde vivía el profesor. –Vamos a resolver este caso, chicos. Pero necesitamos que cada uno cumpla los acuerdos al pie de la letra, ¿ok?
YOU ARE READING
El profesor sustituto
Short StoryDos profesores de matemáticas, Eduardo Martínez y Felipe Rodríguez, que fueron compañeros, y rivales, en la universidad, se vuelven a encontrar después de muchos años. Uno de ellos cobra venganza contra su enemigo del pasado, por el daño que le hiz...