Capítulo 1

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A principios de marzo, el diario magallánico "Tierras Australes" informaba en los titulares la triste muerte de un hombre de 45 años, del cual todavía no sabían su identidad ni las razones de su asesinato a orillas de la Costanera. Toda la ciudad de Punta Arenas se vio muy conmocionada y de inmediato tuvieron miedo de encontrarse cara a cara con un posible asesino serial. Era la tercera persona en perder la vida por razones muy extrañas. La policía de la región de Magallanes lo había encontrado tirado a orillas de la costanera, bañado en sangre y con fuertes heridas en el pecho y en su cabeza. Al parecer, no hubo más testigos que Carla Bustamante, quien casualmente se encontraba cerca de la escena del crimen y había aceptado ir a declarar al cuartel.

El número de personas que habitualmente paseaba por la costanera disminuyó de manera significativa. Las cintas amarillas impedían el paso hacia la escena del crimen y todavía quedaban las señales del homicidio que había ocurrido la semana anterior. Tres días después de este terrible suceso, todos los colegios y las universidades de la ciudad continuaron con normalidad su quehacer académico. Todos, con excepción de uno.

El colegio Sagrado Corazón estaba ubicado en el centro de Punta Arenas, era un edificio que recibía a estudiantes desde el año 1904; tenía las paredes de color rosado y grandes ventanas, protegidas con cortinas de fierro, adornaban al edificio y les daban un aspecto diferente a los demás colegios. Tenía 2 pisos y 30 salas de clases para todos los cursos de enseñanza básica y media. Era un colegio católico por donde se le mirara. Todas las mañanas y antes de entrar a clases, los estudiantes tenían que dirigirse al salón principal para rezar las oraciones matutinas. Los estudiantes de enseñanza básica asistían al que estaba a unos 20 metros de la portería y los estudiantes de enseñanza media tenían que ir al otro salón que quedaba frente a un kiosco. Eran los típicos Buenos Días, una breve oración y que incluía una pequeña bienvenida, algunos versículos de la biblia y tres o cuatro peticiones al Señor.

Emilia López tenía 13 años, era la mejor estudiante de la enseñanza media y gracias a su personalidad de líder, sus compañeros de curso la habían elegido presidenta por cuatro años seguidos. Hasta el momento tenía notas sobresalientes, que sin duda le ayudarían para entrar a la universidad, si ella lo quería. Soñaba con estudiar Derecho y ser una de las mejores abogadas de Punta Arenas. Sus dos mejores amigos eran Diego González y Carolina García.

Los chicos se conocían desde el año 2002, cuando entraron a pre kínder. Todo lo hacían en equipo: las presentaciones y los trabajos en grupo. Se juntaban los sábados por la tarde en la casa de Emilia a estudiar para las pruebas de la semana siguiente. Sus presentaciones eran todo un éxito cuando decidían trabajar los tres y eran el único grupo del curso que sacaba aplausos sinceros por parte del resto de sus compañeros y profesores. Sabían que serían muy buenos profesionales en el futuro; Diego quería estudiar Ingeniería en Prevención de Riesgos y Carolina, Pedagogía en Lenguaje. Sabían el puntaje de la prueba de admisión que necesitaban para entrar a sus carreras y las becas internas a las que podían postular. Tenían todo su futuro resuelto. También entendían que los próximos años serían mucho más difíciles que el que estaban viviendo.

Sin embargo, había una pregunta pendiente que no no los dejaba tranquilos durante las noches: ¿qué tal si el hombre que había sido encontrado sin vida era su profesor de matemáticas?

Gracias a la portada del diario "Tierras Australes" que salió al día siguiente, los tres estudiantes supieron que el hombre muerto en la Costanera era efectivamente su maestro, Eduardo Martínez, quien llevaba más de 5 años trabajando en el colegio Sagrado Corazón. ¿Cuáles habían sido las causas de su muerte? Tenía más de 20 puñaladas en varias partes de su cuerpo y tres disparos en su cabeza.

La noticia fue confirmada por la directora del colegio, la señora Adriana Prieto, en medio del discurso en el salón de actos. Mujer de mediana edad, con cinco kilos de sobrepeso y con voz suave, llevaba unos diez años a cargo de la dirección del Sagrado Corazón. Siempre estaba atenta al mínimo detalle de lo que sucedía en el establecimiento y con sus alumnos, esta vez sabía que tendría que explicar con mucha delicadeza la triste noticia; pero la emoción le jugó en contra y comenzó a llorar en medio del discurso. Tuvo que retirarse del salón ante la mirada sorprendida de los demás profesores y estudiantes.

La muerte del profesor Martínez fue un golpe muy duro para todos los estudiantes y los profesores que habían trabajado con él durante los últimos cinco años. Nadie entendía cómo ni por qué había partido tan repentina y violentamente. Sólo los más cercanos asistieron a su funeral.

A la semana siguiente, la directora del colegio fue a la sala del Octavo básico, mientras se realizaba la clase de inglés, y les presentó al profesor que reemplazaría a Eduardo Martínez. Su nombre era Felipe Rodríguez. Traía puesto un traje color verde oscuro, zapatos negros y una corbata pequeña, de color verde fluorescente.

–Se ve taaan ridículo –dijo Emilia, en un susurro. Algunos de sus compañeros escucharon este comentario y empezaron a reírse en voz baja.

Cuando la directora salió de la sala de clases, le pidió al profesor de inglés que invitara a Rodríguez a entrar antes para que los alumnos se familiarizaran con él. Al parecer, quería conocer mejor a los estudiantes con los que iba a trabajar durante el resto del año.

–Está bien, directora. Goodbye, students. See you tomorrow –les dijo el profesor, mirándolos de frente y sosteniendo su carpeta entre las manos. Los chicos repitieron en una sola voz la misma frase en inglés y vieron entrar al nuevo profesor: tenía unas pequeñas arrugas al lado de los ojos, medía un metro setenta; por la edad que tenía ya le estaban apareciendo unas cuantas canas en su cabello negro, y debajo de su labio inferior se le notaba un arañazo, muy leve, pero de carácter sospechoso. Los estudiantes se dieron cuenta de esto Y prefirieron hacer caso omiso de este detalle. Tal vez tuvo alguna pelea o trató de evitar que lo asaltaran. O quizás no. A simple vista, el nuevo profesor parecía no tener más de 45 años, y, aunque tanto su mirada como él les pareció agradables, los amigos de Emilia sintieron, desde el primer minuto que iba a ser muy difícil aprender matemáticas con él.

–Buenas tardes, chicos. Me presento. Mi nombre es Felipe Rodríguez y seré su nuevo profesor de matemáticas.

Escúchenme, chicos, yo no quiero ser el amigo de ninguno de ustedes. Sólo quiero enseñarles de la mejor manera posible los conocimientos que aprendí en la universidad, y espero que me traten con el mismo respeto con que yo los voy a tratar durante el resto del año, ¿entendieron?

–Sí, profesor –dijeron todos los estudiantes al mismo tiempo.

–Bien. Empecemos a conocernos. ¿Quién quiere ser el primero en presentarse? Quiero que cada uno me diga cuál es su nombre, algún pasatiempo y qué quiere estudiar después de salir del colegio.

Emilia fue la primera en hablar frente a todos sus compañeros. El profesor Rodríguez sintió que tenía una conexión con esta estudiante, por lo que empezó a considerarla como una de sus favoritas. Ninguno de sus compañeros era igual a ella: tenía el pelo rubio, unos ojos azules únicos y preciosos, la piel blanca como una hoja de papel y se notaba, a primera vista, que sería una buena empresaria en el futuro. Las matemáticas eran su fuerte y, por lo que tenía entendido, la chica tenía una gran habilidad con los temas relacionados con administración.

¿Por qué este profesor empezó a sentir deseos de conocer mejor a la estudiante Emilia López? 

El profesor sustitutoWhere stories live. Discover now