Capítulo 15

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La directora Reyes había visitado de sorpresa a su antiguo funcionario la semana anterior. Lo había dejado de ver cuando lo condenaron por el delito de homicidio premeditado. Permaneció alrededor de diez minutos en su compañía.

–Espero que los demás presos te traten bien.

Acto seguido, llamó a los guardias para que la dejaran salir.

El juicio de Felipe Rodríguez se realizó pocos días después de que la directora lo visitara por segunda vez. En la mañana, Felipe había recibido la notificación por mensaje de texto de que debía asistir al primer juicio oral en su contra. Eran las ocho de la mañana en punto y tenía aproximadamente media hora para arreglarse y entrar al juzgado en compañía de los guardias y su abogado, por supuesto.

–Vamos, señor Rodríguez. No hay tiempo que perder. –dijo uno de los encargados de vigilar a los presos, conminando a Rodríguez a acompañarlo al juzgado local.

La sala del juzgado n°21 era amplia, con varios asientos de terciopelo, dispuestos tanto para el público, como para los periodistas y conductores de televisión. A la izquierda de Felipe estaba el abogado de Eduardo Martínez y detrás de él, sus amigos de toda la vida. Delante suyo, el juez, vestido con una túnica negra, en su mano sostenía un martillo de dimensiones pequeñas.

–Bienvenido al juicio, señor Rodríguez. Por favor, tome asiento. Tenemos muchos puntos que tratar en esta jornada.

Quien primero habló en el estrado fue el fiscal del caso. Se presentó ante el resto de los presentes en el juicio, con su nombre y apellido y luego de nombrarle los derechos al imputado (tenía derecho a guardar silencio si lo consideraba necesario y podía pedirle al abogado que le repitiera la pregunta) el fiscal tomó asiento, a la derecha del juez.

–Es su turno, profesor Rodríguez, cuéntenos todo lo que sabe sobre la muerte del profesor Eduardo Martínez –dijo el juez –Primero que todo, quiero que nos cuente cuál era su relación con la víctima.

–Éramos compañeros en la universidad, señoría.

–Y en los años que estudiaron juntos, ¿tuvo algún problema con él?

–Ninguno, que yo recuerde.

–Le voy a pedir que intente recordar sobre lo que pasó la noche del cinco de marzo, por favor. Su testimonio es muy importante para poder resolver el caso.

–Sólo tengo lagunas mentales, su señoría. En una de ellas, me veo a mí mismo, sosteniendo un arma entre mis manos, pero no recuerdo haber apretado el gatillo.

Un gesto de asombro se hizo presente entre los periodistas y conductores de televisión, sentados al final de la audiencia.

–¿Recuerda si alguien lo acompañaba esa noche? – volvió a preguntar el fiscal.

Felipe permaneció en silencio por unos segundos, mirando a las caras frente a él, como si ellos tuvieran la respuesta ideal para aquella pregunta. Entonces se acercó al micrófono y pronunció con voz temblorosa: –Sí, su señoría. Había una persona junto a mí la noche que Eduardo Martínez falleció.

–¿Podría especificar quién era este sujeto?

–Una amiga mía. No recuerdo muy bien por qué estaba conmigo esa noche....

–No desvíe la conversación, por favor. Necesitamos saber el nombre de la testigo, nada más.

–Está bien, su señoría. Era la directora del colegio Sagrado Corazón.

–¿Y quién de los dos le disparó al señor Eduardo Martínez?

–No lo recuerdo, su señoría. Lo último que tengo en la memoria es que la directora estaba frente de él, con una pistola entre las manos y le apuntaba directamente a la cabeza. Yo no pude hacer nada, porque cuando quise parar todo, escuché un disparo y Eduardo Martínez cayó al suelo, dejando un enorme charco de sangre.

Efectivamente, la noche del cinco de marzo, Eduardo Martínez asistió a una reunión con sus ex compañeros de universidad, después de muchos años de no haberse visto. Para su sorpresa, uno de ellos era Felipe Rodríguez, mucho más delgado y sociable que antes. Un par de botellas de cerveza. Eso fue lo que su ex compañero de universidad tomó aquella noche, dentro de un pequeño restaurante.

Fue un poco antes de medianoche cuando Eduardo Martínez fue llevado a punta de pistola a la Costanera de Punta Arenas, por Felipe Rodríguez y de la directora del colegio Sagrado Corazón.

Había empezado a llover con fuerza cuando los dos bajaron a Eduardo desde el asiento trasero del auto. Fue Felipe quien lo empujó al suelo con violencia y, sacando una pistola, le apuntó directamente en la frente.

–¡Te dije que me iba a vengar de ti, maldito hijo de puta! –le gritó Felipe.

–¡Lo siento, Felipe! Sé que me porté como un imbécil cuando me metí con tu ex mujer, pero te juro que estaba enamorado de ella... Por favor, no me mates ¡Tengo a una hija que mantener!

El llanto de Eduardo estaba empezando a conmover a Felipe, pero la directora le pidió que no le creyera nada de lo que estaba haciendo.

Minutos después de que un silencio incómodo se hiciera presente entre ellos, la directora del colegio Sagrado Corazón, tomó la pistola y le disparó 3 veces a Eduardo, en su cabeza y en su tórax.

–¿Qué acabas de hacer, estúpida? Se suponía que lo harías cuando yo te diera la señal....

–Te hice un favor, querido amigo. Además, tu querías verlo muerto, ¿o me equivoco?

Emilia López tenía pocos recuerdos de su papá. Sabía que su abuela la había cuidado desde los 4 años, pero ya habían pasado 9 años desde que lo vio por última vez y no se acordaba mucho de él. Sólo tenía en su memoria recuerdos borrosos de su gusto por el alcohol y las típicas películas que transmitían en la televisión los fines de semana. No se acordaba cuándo fue la última vez que su papá le dio un abrazo o un regalo en sus cumpleaños.

El domingo por la tarde, después de haberse juntado con Carolina y Diego, Emilia llegó al dormitorio donde guardaba las fotografías de su infancia. Ahí estaba el álbum de fotos de su primer cumpleaños: estaba sentada al lado de sus papás y algunos familiares lejanos que habían viajado directamente desde el norte de Chile para visitarla en tan maravilloso día. Repentinamente prestó atención a la foto donde estaba su papá de pie junto a sus tíos maternos; se fijó en un pequeño detalle: el rostro de su padre tenía facciones parecidas a su profesor de matemáticas, Eduardo Martínez, muerto ya hace 9 meses atrás. Volteó la foto y vio que la foto estaba dirigida a un tal Eduardo. Una idea loca se le vino a la cabeza. ¡No puede ser! –dijo Emilia, tapándose la cara con las manos, mientras empezaba a llorar con fuerza. Ahora todo tenía más sentido. Su profesor, que ahora también era su papá biológico, sabía que ella era su hija y todo ese tiempo estuvo tratando de reconciliarse con Emilia.

–Tengo que contárselo a mis amigos –dijo Emilia, tomando su teléfono con desesperación.

–Tú no vas a contárselo a nadie, ¿me escuchaste bien? –le dijo una voz conocida que provenía de la puerta de su habitación. La chica se dio vuelta lentamente y vio a Felipe Rodríguez sosteniendo un cuchillo en sus manos abalanzándose sobre ella.

El profesor sustitutoWhere stories live. Discover now