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l día siguiente, los chicos regresaron a su vida normal, pero con el fuerte deseo de averiguar por qué Felipe Rodríguez tenía esas fotos de mujeres asesinadas; pero si le hacían alguna pregunta relacionada con el descubrimiento de la noche anterior, sabían muy bien que el profesor iba a acusarlos con los Carabineros por invasión a la privacidad.
Para Emilia y sus amigos era un verdadero dolor de cabeza ver en la sala de clases al posible asesino del profesor, pero los tres estaban haciendo todo lo posible para poder demostrar la verdad de los hechos en la comisaría: cuando habían hecho una visita no autorizada al departamento 319 la noche anterior, Emilia tuvo la gran idea de sacar fotos con su teléfono a todos los rincones sospechosos: el escritorio, la cocina y también a los elementos de origen desconocido.
Al término de la clase de historia, Emilia y sus amigos se quedaron en la sala unos minutos más, para conversar sobre lo que habían descubierto anoche. Carolina estaba delante de los dos y apenas escuchó a su amiga nombrar al profesor de matemáticas, sintió una corriente de frío recorriéndola de pies a cabeza.
Ya sabían dos cosas: 1) El profesor Rodríguez sabía quién había matado a su archienemigo de la universidad y 2) No había sido lo suficientemente valiente para contar toda la verdad en la comisaría.
–Creo que tenemos que ir al cuartel para mostrar todas las pruebas que tenemos en contra del profesor Rodríguez. Estoy segura de que él es el asesino- dijo Carolina, luego de acercar su silla hacia sus amigos.
–No sé, Carolina. –dije Emilia– Creo que nos meteremos en un problema si vamos a denunciarlo a la comisaría. Primero porque nuestro objetivo es dilucidar el asesinato de las mujeres, que, si bien es algo horrible, nos distrae de nuestro objetivo central
–Es muy cierto eso –acotó Diego.
–¿Qué hacemos, entonces, chicos?, porque que un asesino ande suelto por la ciudad no es ninguna gracia.
¿Quién les va a creer a tres adolescentes? ¿O, qué tal si él no las asesinó? Tal vez esas fotos son de alguien más.
Unas semanas después, sintieron que ya era el momento para empezar a resolver el asesinato de su profesor favorito quien, desde la primera clase de matemáticas, les demostró que era uno de los pocos que sí tenía vocación para enseñar.
Su primer paso sería ir al edificio de la policía de investigaciones para presentar las pruebas que habían encontrado en el departamento del profesor; además les dirían que estaban seguros de que él sí tuvo algo que ver con el crimen de Eduardo Martínez.
Vania Castillo era la secretaria general de la policía de investigaciones. Mujer alta y delgada, tenía el pelo negro y largo hasta las rodillas. Trabajaba de lunes a viernes y siempre llevaba el pelo recogido en una perfecta cola de caballo. Llevaba dos meses trabajando para el Departamento Criminalístico de Punta Arenas y en todo el tiempo que llevaba dentro de su oficina, contestando el teléfono y respondiendo correos electrónicos, nunca había pensado que tendría que trabajar en el caso Martínez.
Desde el año 1990, esta institución pública era reconocida en la ciudad por resolver los crímenes más horribles a manos de hombres con mente asesina y sin compasión, ni siquiera con las mujeres. Víctimas descuartizadas, violaciones a menores de edad, cuerpos con varias puñaladas en distintas partes del cuerpo, eran pan de cada día para todas las personas que trabajaban muy duro resolviendo estos horribles crímenes.
Para Vania Castillo fue un poco complicado acostumbrarse al ambiente en el que había sido contratada, pero luego de dos meses logró adaptarse y empezó a llegar con más ánimo al trabajo.
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El profesor sustituto
Short StoryDos profesores de matemáticas, Eduardo Martínez y Felipe Rodríguez, que fueron compañeros, y rivales, en la universidad, se vuelven a encontrar después de muchos años. Uno de ellos cobra venganza contra su enemigo del pasado, por el daño que le hiz...