Capítulo 7: Todo ha cambiado. Parte 3

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Cuando Isabella y Jacob salieron del edificio, veinte minutos más tarde, Edward continuaba con su impaciente paseo y prendía un nuevo cigarrillo; Bella entornó los ojos, contemplándolo con genuino reproche. Sí, Jake estaba en lo cierto, definitivamente, ver a Edward fumando, era una imagen demasiado sexy para las débiles de voluntad, era como contemplar a James Dean del siglo XXI: Hermoso, seductor, peligroso. No obstante, ella que no era ninguna cabeza hueca, quiso matarlo. No era posible que estuviese acabando de manera silenciosa con su vida, cuando era padre de una niña tan pequeña.

El impaciente andar de Edward se detuvo en cuanto la mujer culpable de sus renovados miedos, estuvo dentro de su campo visual. De inmediato le ordenó a Paul —quien también estaba fuera de la limusina, parado en el lado del conductor esperando por nuevas instrucciones y aún algo consternado, por las extrañas reacciones que estaba teniendo su jefe—, que asistiera al par de jóvenes con el equipaje. Estaba desesperado por terminar ese engorroso trámite y presentar a Anne e Isabella de una vez.

Suplicaba porque congeniaran.

De tal modo, Anne no haría ninguna diablura, por consiguiente Bella no saldría arrancando en su primer día y él podría volver al trabajo o más bien, esconderse en el para obtener un poco de la claridad perdida. Bella le agobiaba, quebraba todos sus esquemas a tal nivel que había corrido a ofrecerle su ayuda, como el adolescente amable que alguna vez fue y esa era una licencia que Edward, no se podía permitir. Sus erráticas y desacostumbradas reacciones lo estaban carcomiendo, he ahí el motivo de fumar un cigarrillo tras otro, tontamente, buscaba en el tabaco un poco de tranquilidad.

Paul, como siempre diligente, corrió al encuentro de los dos amigos, y en cuanto estuvo junto a ellos, tomó el enorme bolso de mano que llevaba Bella y arrebató de manera educada, una de las maletas que llevaba Jake.

—Esto está muy pesado para usted, señorita —dijo como siempre alegre y se giró para volver con premura al vehículo.

—¿A quién le dijo señorita? —bromeó Jacob, feliz de que el chofer haya alivianado su carga.

—A ti ―Bella le siguió la corriente―. Si no, ¿a quién más? ¿Ves otra señorita por aquí, Jake?

Ambos rieron, alegres risas que llegaron a los oídos de Edward.

Si él creía que la nueva niñera de Anne era preciosa enfurecida, riendo, le pareció infinitas veces más. Un nuevo y abrumador pensamiento se instaló nublando su juicio en forma de anhelo, ¿cómo sería si él, fuese el causante de su angelical sonrisa? No, Jacob. No, el maldito novio. No, nadie. ¿Cómo serían sus días si esa hermosa expresión fuera solo para él?

«¡Demonios! ―Torturándose, le dio una profunda y desesperada calada al cigarrillo―. ¡No vayas por ese camino, idiota! ¡Nunca más por ese camino...!».

—Según me han dicho, fumar es nocivo para la salud —Bella sermoneó a Edward, sin ningún reparo cuando llegó hasta él, obviando por completo que el joven que tenía enfrente era su jefe.

Él, provocándola, con un gesto varonil llevó el blanco y nicótico cilindro a sus labios, entornó sus verdes ojos que clavó en los de Bella, inhaló, mantuvo el humo por unos segundos en sus pulmones y con una sonrisa ladina, lo expulsó lentamente hacia la muchacha diciendo—: La mayoría de edad, la cumplí hace un poco más de seis años, señorita Swan.

Bella tosió, apartó sin disimulo la nube de humo con su mano derecha y ocultó lo mejor que pudo el asombro que le generó el reproche. «¡Madre mía, es muy joven!», meditó entendiendo que Edward, al menos tenía cinco años menos de los que ella había imaginado e impresionada de toda la parafernalia, que hasta el momento había observado, lo rodeaba: portentoso trabajo, oficina, movilización, vestimenta...

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