Capítulo 8: Todo ha cambiado. Parte 4

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Canciones del capítulo:

"Everything has changed" - Taylor Swift ft Ed Sheeran

"Beauty and the Beast" - Piano Cover

Tous les visages de l'amour - Charles Aznavour

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Cuando Bella ingresó por primera vez a su habitación, sintió que se había transportado al menos cien años en el tiempo, dormir ahí sería como estar inmersa en un constante y novelesco sueño, un entorno completamente distinto a su austero cuarto de la residencia universitaria.

El piso era de reluciente y vitrificado parquet compuesto de hexagonales figuras, las murallas parecían estar cubiertas de un elegante brocado color crema, sus dibujos briscados bordados en hilo de oro, incluso la puerta que llevaba al baño y al vestidor, estaban empapeladas del mismo modo, dándole aire de pasadizo secreto. Pesadas cortinas, también de color crema, vestían los ventanales con vista al arbolado jardín, en el centro una cama con dosel ―con sus respectivas mesas de noche― de proporciones enormes, tallada en una elegante madera, sus ropajes blancos, llenos de vuelos y encajes, frente a esta, un bello tocador de la misma madera, su sillín tapizado con el mismo diseño de los muros. Un pequeño living de tapiz floreado descansaba junto a las ventanas.

El baño era de otro mundo, también conservaba su línea de antaño, pero se notaba que estaba refaccionado. El piso de tablero de ajedrez, los servicios blancos y de plateada grifería, en el medio de este descansaba una enorme y alba bañera, con sus pies de garras, un espejo de muro a muro y de techo a piso engalanaba una de las murallas.

Isabella, tuvo que contener las ganas de gritar y saltar como adolescente arriba de la alta cama.

―Zafrina, dormía en la habitación de enfrente ―dijo Anne sentada en la orilla de la cama, balanceando sus pies de atrás hacia a delante, observando como su nueva niñera desempacaba las maletas.

Después de que Edward desapareciera de manera tan impulsiva y Claire, le brindara aquella confidencia no requerida —y que todavía no comprendía por qué lo diría—, Anne y Paul, aparecieron para salvar a Bella de la incómoda situación. La primera, para invitarla a almorzar y el segundo, para comunicarle que sus pertenecías ya estaban en la habitación que le asignó Edward.

Así fue como Isabella sin saber cómo tomárselo y mucho menos qué contestar a «el padre no le da problemas», aceptó sin dudar la invitación de Anne y se fue junto a ella al comedor de diario, ubicado en la habitación continua a la cocina. Mientras degustaron una deliciosa comida, la pequeña parlanchina, la fue llenando de nueva información como que Paul llevó su equipaje por la escalera de servicio y que los empleados de la casa, que insistían en llamarla «señorita» —y aquello comenzaba a superarla—, vivían en la residencia ubicada a un costado de la propiedad.

Más tarde, guiada por Marie Anne y su alegre andar —aun con las alas de hada puestas—, le llevó escaleras arriba hasta la segunda planta, para mostrarle cuál era su habitación.

―Olía ―agregó arrugando su diminuta nariz―. Tú hueles delicioso, como a pastel de fresas.

Bella no pudo evitar reír por la cruda sinceridad y por el tierno símil que había encontrado para describir su suave perfume Miss Dior; regalo hecho por Renée en su pasado cumpleaños.

Fue en ese momento y aquel «olía», cuando Isabella se dio cuenta que quizá Edward había mentido y, Anne y su antigua niñera, no se llevaban de «maravilla» tal como él dijo. Aunque el olor de la mujer, no estaba ligado de forma directamente proporcional, a que entre ellas no existiese una relación cordial.

Cuando ya no te esperabaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora