Imposibilitada de contener su ansiedad, Alice se asomó por la pequeña rendija que se formaba en la unión de las pesadas cortinas de terciopelo rojo, que mantenían oculto el escenario del resto del anfiteatro. El regaño de madame Delacroix, sería monumental si la llegaba a descubrir, pero valía la pena el riesgo, necesitaba corroborar el palco que ocuparía su familia; lamentablemente el destello de las luces, no le permitió ver nada.
Se sentía pletórica, pero a la vez, muy nerviosa. Esa noche esperaba demostrar que el papel que representaría, no lo obtuvo por buena obra del destino —como cruelmente tuvo que escuchar—, sino gracias a infinitas horas de rigurosa disciplina y ensayo.
El corazón le latió con fuerza contra el pecho, al evocar las cariñosas palabras de su hermano, cuando desconsolada lloró entre sus brazos, mientras él, se mordía la lengua para no dejar caer el poder de su furia sobre los despiadados que la hicieron sufrir:
—No tienes que demostrarle nada a nadie, petite¹ —aseguró como siempre vehemente, con los labios enterrados en su azabache cabellera—. Sabes que tienes talento y eso, es lo único importante...
—¡Alice! —susurró Isabella, empinándose en la punta de sus pies y apoyando las manos en los delgados hombros de su amiga, para también intentar captar algo por entremedio de la ínfima abertura.
Alice como acto reflejo dio un salto hacia atrás, que si no fuera gracias al extraordinario equilibrio de las bailarinas, hubiesen terminado sentadas en el piso con ella encima de Bella.
—¡Por el amor de Dios! ¡Me has dado un susto de muerte! —exclamó aliviada, con la mano izquierda puesta en el corazón, como si de esa manera pudiese contener su enloquecida carrera.
—¿Pensaste que era la «nazi»? —preguntó Bella, refiriéndose de forma despectiva a la directora artística del afamado ballet de París. Alzó una ceja divertida y contuvo una sonrisa.
—Shh... ¡No, la llames así! Sabes que esa vieja tiene súper oídos...
La reprimenda de Alice se fue desvaneciendo a medida que tomaba el peso de lo que decía y ambas, sonriendo nerviosas, miraron a su alrededor. Para su buena fortuna, no había rastro de la estresada mujer, solo bailarines haciendo los últimos estiramientos, antes de tomar la posición correspondiente, para la inminente entrada al escenario; la función estaba a unos minutos de comenzar.
—¿Buscabas a tu familia? —curioseó Isabella, preguntándose si es que su madre, ya estaría sentada entre la multitud que esperaba expectante.
—A mi hermano —corrigió Alice, algo desanimada de que las luces no le permitieran ver y pasó sus manos alisando las arrugas inexistentes de su etéreo vestido; todo lo contrario al de Bella, que era un erguido y repolludo tutú.
—Oh, Alice...—Bella la intentó consolar, pero las palabras quedaron atascadas en su garganta, cuando madame Delacroix se materializó junto a ellas como un espectro, ceñuda y verbalizando rápidas e inentendibles reprimendas en francés.
Como un rayo, Alice e Isabella, corrieron en direcciones contrarias. La primera a tomar su lugar junto a Jasper, quien vestido como un impecable príncipe, contempló toda la escena tentado a interrumpirlas hasta que, evidentemente, fue demasiado tarde. La segunda se internó por los pasillos del teatro; su entrada no se llevaría a cabo hasta el segundo acto.
Bella entró a su camerino, cerró de un portazo, apoyó la espalda en la puerta, exhaló profundo y soltó una carcajada nerviosa.
«¡De la que me salvé!», pensó contemplándose en el rectangular espejo empotrado en la muralla, enmarcado de refulgentes luces. Una sonrisa orgullosa con cierto dejo de nostalgia le dio a su reflejo; aun le parecía increíble que esa joven fuese ella.
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Cuando ya no te esperaba
FanficCuando tienes diecisiete años crees tener el mundo en tus manos: te sientes poderoso, capaz de lograr cualquier cosa; más aun, si estás enamorado. Asimismo lo creía Edward Cullen, hasta que un día, de manera trágica e inexplicable, su mundo se derru...