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Para cuando logré abrir los ojos, la oscuridad se había adueñado de la habitación. Ve tú a saber la hora que es, pero después de estar un par de horas recuperando el tiempo perdido, nos habíamos quedado profundamente dormidos. Me tocó hacer el papel de cuchara grande. A mí, que mido poco más de metro cincuenta y comparada con Jimin, soy la viva imagen de un Minion. Sonrío cuando escucho a Jimin farfullar algo entre dormido desde mi posición ridícula, con su trasero apoyado contra mi estómago, sus piernas envolviendo las mías, mis manos sobre su abdomen y mis frente sobre su espalda. La brisa que entra a través de la puerta balcón me pone la piel de gallina e inmediatamente después, mi vejiga me da el aviso de que necesito ir al baño con urgencia. Hago mi mejor esfuerzo por alejarme de él sin despertarlo y así poder deshacerme de mi necesidad. Estoy a punto de lograrlo, pero en cuanto apoyo mis manos sobre el borde de la cama para ayudarme a levantarme, una mano se cierra sobre mi muñeca.

— No te vayas... — todavía dormido, quizás soñando, está intentando impedir que me mueva. Ahora que mis ojos se ajustaron a la oscuridad, gracias a la poca luz que entra de la calle, puedo ver su carita suplicante.

— Jiminie, tengo que ir al baño. Vuelvo en seguida

— Mmmmoeno —respondiendo de manera casi ininteligible, suelta por fin mi mano, permitiendo que me levante.

Al fin consigo sentarme en el retrete y vaciar mi vejiga de una buena vez. Todo a oscuras, intentando no molestar al bello durmiente. Puede que me haya pasado un poco, porque en la vuelta a mi habitación, caminando de puntitas termino por darme el dedo chiquito contra el marco de la puerta. Tuve que ahogar el grito, el insulto irreproducible y dedicarme a esperar a que pasara la sensación de cosquilleo mezclado con dolor que el pequeño golpe me había causado.

Pasados unos minutos consigo llegar a la cama, llevándome el trofeo de "la mujer más silenciosa del planeta". Jimin está ahora acostado sobre su espalda, totalmente estirado como si la cama le perteneciera sólo a él. Con mucho cuidado me acuesto, apoyando mi cabeza sobre su pecho desnudo, permitiendo que el vaivén de su respiración me sirva como canción de cuna. Automáticamente su brazo me toma por la cintura, apretándome contra él e invitándome a seguir durmiendo a su lado como hace dos meses no lo hacía. Planchar oreja nunca había sido tan fácil.

El sonido proveniente de la cocina me obliga a abrir los ojos nuevamente. Intentando despegar mis párpados de la mejor manera posible, estiro mi brazo en busca de Jimin que, obviamente, no se encuentra allí. No sé cuántas horas habré dormido pero, más allá de la pesadez restante en mis ojos, me siento fresca como una lechuga. El traqueteo en la cocina continúa, mientras un olor dulce invade mis fosas nasales trayéndome recuerdos de nuestro último fin de semana juntos. Los panqueques de Jiminie están de vuelta. Entre eso y el olor del café llegando hasta  mí, el estómago me ruje como nunca en la vida, como si un oso acabara de despertar después de una larguísima hibernación. Por la manera en la que me levanto de la cama, pareciera que tengo un resorte en el trasero. Tomo la primera ropa que encuentro e inmediatamente voy hacia el encuentro del cocinero que, enfundado sólo en sus bóxer negros, está inmerso en la preparación del desayuno. Tanto, que ni siquiera se percata de que me acerco silenciosamente, como un ninja, por detrás de él tomándole por sorpresa propinándole una  nalgada en su posadera derecha.

— ¡VICTORIA! ¿Estás intentando que termine en el hospital o qué? Casi me quemo con la sartén...

— Perdón, pero no pude resistirme a ese trasero redondo llamándome. ¿Panqueques para el desayuno?

— Si... Aunque no debería darte nada, después del susto que me acabas de hacer pasar —una falsa mirada de reprobación me hace sonreír al instante. Sigue siendo un actor horrible — Por cierto ¿ya sabes a quien van dirigidas las dos entradas que te sobran?

Amor inesperado/PJM✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora