Capítulo 10
Alfonso había dispuesto un helicóptero para trasladarles el domingo desde Atenas hasta un pequeño helipuerto cerca de la ciudad de sus padres. Anahí no podía evitar la sensación de aprensión que tenía en el estómago y era consciente de la tensión en Alfonso.
Un todoterreno les aguardaba a su llegada y se dirigieron a una carretera de montaña.
–¿Con qué frecuencia vienes a casa? –preguntó Anahí con curiosidad.
–No lo suficiente según mi madre.
Ella no comprendía las reticencias de Alfonso. Si su familia hubiera sido como la suya, jamás se habría marchado.
–¿Es ahí? –sus pensamientos quedaron interrumpidos al aparecer en escena un colorido pueblo colgado sobre una colina.
–Sí –contestó Alfonso.
Anahí miraba a su alrededor con interés. Las calles eran amplias y limpias, y la gente paseaba entre puestos callejeros y tiendas. Había muchas construcciones y tuvo la sensación de que Alfonso tenía algo que ver en toda esa prosperidad.
Ascendieron por serpenteantes calles hasta llegar a una hermosa y pintoresca plaza con una iglesia medieval y árboles centenarios.
–Esto es hermoso –Alfonso detuvo el coche y Anahí se desabrochó el cinturón.
–En los días claros se ve hasta Atenas.
–Te creo –suspiró ella, impresionada por las vistas.
En cuanto se bajaron del coche apareció un grupo de niños gritando y riendo. Se abalanzaron sobre Alfonso que levantó a uno en vilo y sonrió complacido.
Quizás, por algún motivo, no le gustara regresar a su casa, pero amaba a su familia.
–Estos son algunos de mis sobrinos –dejó al pequeño en el suelo y todos desaparecieron como habían llegado–. Seguramente habrán oído el helicóptero.
Anahí, vestida con unos vaqueros, top rosa y chaqueta gris, tomó la mano que él le ofreció y lo siguió.
Se acercaron a una casa modesta de piedra, cubierta de flores, de la que surgían gritos, risas y el llanto de un bebé. Anahí apretó con más fuerza la mano de Alfonso.
–¿Va todo bien? –él se volvió.
–Sí –mintió ella.
Mintió porque comprendió que si la familia de Alfonso era tan idílica como parecía, la destrozaría.
Sin embargo, era demasiado tarde para echarse atrás. Una pequeña mujer de cabellos grises se dirigió a Alfonso y lo besó ruidosamente en las mejillas. Al apartarse de él lo miró con los ojos anegados en lágrimas.
–Mi niño, mi niño.
Alfonso presentó a Anahí, en griego, a su madre que la miró de arriba abajo antes de agarrarle los brazos con sorprendente fuerza. Asintió una vez, como si acabara de superar el primer escrutinio y luego la abrazó, besándola sonoramente.
Anahí se sintió inexplicablemente tímida y se ruborizó. No estaba acostumbrada a que un extraño la tocara tanto. La madre de Alfonso la tomó de la mano y la condujo al interior de la alegre, aunque modesta, casa.
Allí fue presentada a un sinfín de parientes e intentó retener el nombre de todas las hermanas de Alfonso: Arachne, con su bebé recién nacido que dormía plácidamente en un rincón, Martha, Eleni, Phebe e Ianthe. Todas muy morenas y guapas.
A continuación, Alfonso la condujo junto a su padre, un hombre muy deteriorado por la artritis, pero en el que se adivinaba el porte y atractivo que había heredado su hijo.

ESTÁS LEYENDO
PERDON SIN OLVIDO
RomanceADAPTADA, ADAPTADA, ADAPTA PORTADA: CREDITOS A @AYA.MYM ( INSTAGRAM )