Capítulo 9
Alfonso vigilaba el sueño de Anahí. La había atrapado justo antes de que se cayera al suelo y se había censurado por interrogarla de esa manera. Las emociones le habían corroído las entrañas y había sentido una furiosa necesidad de conocer la verdad. Suponiendo que fuera verdad.
Una parte de él se empeñaba en seguir creyendo que ella mentía, que se lo había inventado todo. Sin embargo, la palidez cenicienta de su piel no era fingida.
La magnitud de su significado, cómo lo cambiaba todo, era demasiado fuerte para poderlo asimilar. Suponiendo que fuera verdad.
Alfonso se quitó la chaqueta y se sentó en una silla. Había descalzado a Anahí y la había tapado con una sábana. Desde su posición veía claramente el perfecto perfil, adivinaba las curvas de su cuerpo e, inevitablemente, sintió despertar el deseo.
Cerró los puños con fuerza. ¿Podía creer en ella? Su mente regresó a aquella catastrófica noche y, si conseguía pensar en ello sin el paño de ira que solía recubrir los recuerdos, era cierto que en la mirada de Anahí había visto hielo, pero también algo más. ¿Terror?
Su padre le había agarrado el brazo con fuerza. Demasiada fuerza. Lo había olvidado. Y le había suministrado las palabras: «Tú jamás besarías a alguien como él ¿verdad?».
Alfonso se sintió asqueado. Esa chica estaba a un día de cumplir los dieciocho y era inocente e ingenua. Aterrorizada ante su padre, pero no por ella misma sino por Serena.
Las preguntas se agolpaban en su cabeza y frunció el ceño ante otro recuerdo. Tras la paliza de los hombres de DePiero, le habían llamado al despacho de su jefe.
Alfonso había estado tan enfadado consigo mismo por su patética ingenuidad que había intentado que sonara, al menos para sus propios oídos, a que había ejercido cierto control sobre la situación. Habían escuchado un ruido y él se había acercado a la puerta. La visión de un vestido de noche que desaparecía le hizo creer en visiones.
¿Había sido Anahí? ¿Lo había estado buscando? Frunció el ceño al recordar con brutal claridad las palabras que había pronunciado: «De haber sabido lo odiosa que era, jamás la habría tocado».
Casi soltó una carcajada. ¡Como si hubiera podido resistirse a tocarla! Ella lo había hechizado, y lo seguía haciendo. Era incapaz de no tocarla cuando estaba a su alcance.
Una inquietud le cosquilleó la piel. Desaparecida la rabia y la ira a la que se había aferrado tanto tiempo, se encontraba desnudo ante las revelaciones. Aun así, había una cosa innegable: no estaba dispuesto a permitir que Anahí lo abandonara tan fácilmente.
Anahí despertó completamente desorientada, sin idea de quién era ni de dónde estaba. Hasta que los detalles empezaron a filtrarse. Estaba tumbada en una enorme cama, y algo parecido a la luz del amanecer entraba por la ventana. Solo se veía el cielo.
Miró a su alrededor y vio que estaba en una habitación palaciega de estilo rococó. ¿Cómo sabía ella qué era el rococó? Estaba cubierta por una sábana y le dolía la cabeza. Dando un respingo se soltó la apretada cola de caballo.
Retiró la sábana y comprobó que estaba vestida con una camisa blanca y una falda negra. Y de repente, todo regresó a su mente. La recepción. Alfonso. Todo lo que le había contado. El enfado de Alfonso. El desmayo.
Anahí se cubrió los ojos con una mano, como si eso pudiera borrar las imágenes de su mente. Lentamente, se levantó de la cama y caminó hasta el cuarto de baño sobre piernas inestables y gelatinosas. El reflejo del espejo dibujó una mueca en su rostro. Estaba hecha un desastre y se sentía pegajosa. La visión de la ducha le despertó el deseo de lavarse, de sentirse nuevamente limpia. Se desnudó y se colocó bajo el potente chorro de agua.
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PERDON SIN OLVIDO
RomanceADAPTADA, ADAPTADA, ADAPTA PORTADA: CREDITOS A @AYA.MYM ( INSTAGRAM )