Capítulo 7

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Capítulo 7

Anahí viajaba al día siguiente en un coche con chófer, camino de un aeródromo privado. Por la mañana se había encontrado en la cocina con una alegre señora Bright que le había llamado la atención sobre una nota que le había dejado Alfonso.

Aliviada por no tener que enfrentarse a él tan pronto, había leído la nota:

Tengo una reunión en París mañana por la mañana. Esta noche iremos a la ópera y dormiremos allí. Llévate lo necesario para la ocasión. Alfonso.

A medida que se acercaban al aeródromo, Anahí sentía crecer su nerviosismo por tener que ver a ese hombre que había explorado su cuerpo tan íntimamente para luego llevarla a la cama como si fuera un invitado indeseado.

Atravesaron la entrada y se dirigieron hacia un pequeño avión junto al que estaba aparcado el deportivo color plata del que Alfonso sacaba una pequeña maleta y un traje.

Alfonso se volvió ante la llegada del coche. Estaba muy serio y los nervios de Anahí aumentaron varios enteros. No sabía cómo manejar la situación y se limitó a alisarse el vestido, sintiéndose vulnerable al pensar en la ropa que había elegido, junto con las joyas que él esperaría que llevara puestas porque, se recordó, ella se las había exigido.

Alfonso se alegró de llevar puestas las gafas de sol que ocultaron el destello de lujuria que habían emitido sus ojos al ver descender a Anahí del coche. Llevaba un vestido camisero de seda color champán, ceñido a la cintura con un ancho cinturón dorado. Los botones superiores estaban desabrochados y permitían adivinar el comienzo del canalillo, y los cabellos estaban sueltos sobre los hombros. Los pies iban calzados con unas sandalias doradas planas de estilo gladiador.

Tenía un aspecto descuidadamente cuidado, como solo podían tenerlo las mujeres que vestían las mejores prendas. De nuevo se regocijó al recordar que era suya, más de lo que hubiera podido imaginarse jamás. Sin embargo, para su desconsuelo, ese sentimiento de triunfo fue sustituido por otro de necesidad, como si supiera que jamás se saciaría de ella.

Deseaba arrancarle los botones a ese vestido y tomarla allí mismo, contra el coche. «¿Igual que la tomaste anoche en tu apartamento?», resonó una vocecilla en su cabeza mientras le invadía un sentimiento de vergüenza ante la locura desatada, la virginidad de Anahí y el hecho de no haber podido evitar tocarla de nuevo.

Esa mujer lo convertía en un ser inútil. Durante las reuniones de aquella mañana, había perdido el hilo de las conversaciones en varias ocasiones. Su habitual compostura lo había abandonado.

Antes de ensimismarse en los inquietantes efectos colaterales de la presencia de Anahí en su vida y en su cama, se acercó a ella para tomar el bolso de viaje.

En cuanto la tuvo cerca y pudo aspirar su aroma, fue incapaz de controlarse y, rodeándole el cuello con la mano que tenía libre, la besó apasionadamente en los labios.

Sin decir una palabra, la tomó de la mano y la guio hasta el avión.

Tras aterrizar en París, se dirigieron hacia el centro. Anahí se sentía cada vez más nerviosa. Alfonso prácticamente la había ignorado durante el vuelo y se preguntaba si esa sería su táctica: ignorar a sus amantes después de habérselas llevado a la cama.

El beso de bienvenida a los pies del avión la había pillado totalmente desprevenida, convirtiéndola en un manojo de nervios durante el resto del vuelo. Alfonso, sin embargo, no parecía afectado y se había concentrado en el portátil mientras mantenía una discusión de negocios en español. Anahí conocía ese idioma, y le había sorprendido oírle discutir el destino de los trabajadores de un hotel que acababa de comprar en México.

PERDON SIN OLVIDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora