Primer fuego. Londres, Navidad de 1829
El hogar es el refugio de los pecados. Las calles, es cierto, llevan
al desorden y la podredumbre. Sólo el diluvio universal podría limpiar
estos ríos de miseria e injusticia. En estas circunstancias padezco las
desdichas del amor. Mary Beadnell es el fruto de noches insomnes en las
que recuerdo mi infancia en Landport y luego en Chafham. Entonces,
como los árboles se llenan de ramas en primavera, siento crecer algo en
mí. Soy un simple taquígrafo, lo que me llena de pesar. Y Mary aumenta
mis inquietudes. En la soledad de la noche intento acabar con la
pesadilla: exaltación y esperma son los resultados. Poco a poco me
desabrocho los botones de la bragueta y voy trayendo a mi mente los
prodigios de Mary: su talle, su recatado escote y esa envoltura carnal que
sólo de vez en cuando logro atisbar entre sus recios vestidos. En la
noche navideña, propensa a las divagaciones, alcanzo su desnudez. La
veo desnuda sin que mis ojos acierten a abrirse. Imagino la
vagina de su
sexo y la paladeo, me paso luego la lengua por los labios, tratando de
encontrar aquello que desconozco y que sé que tiene un gusto
extraviado. A oscuras recreo los efluvios de su cuerpo, las emanaciones
que olfateé una vez en sus axilas sudorosas, recoveco sensual que se
abrió el último verano y que hoy, en plena Navidad, regresa hasta mi
nariz como un obsequio generosísimo. La seda de su vestido se
humedeció. Cuando ella alzó los brazos, pude aspirar un perfume de
íntimas esencias. Mi mano trata de apaciguar los movimientos, de
detener ese instante en que el torbellino del placer entrega sus dones.
Collar de perlas que recibirá la alfombra añeja y sucia. Mary llena mi
pensamiento. Su imagen está anudada a este vaivén, pero le pongo un
dique para prolongar el momento.
Mary es la hija de un banquero y sus aspiraciones me devastan.
En vísperas de Navidad la he buscado para demostrarle mis mejores
sentimientos. He evitado las salpicaduras de los carruajes y me he
reservado unos chelines para hacerle un presente, un regalo miserable:
una mascada de seda color plúmbago, regateada allá por los rumbos de
Candem Town. No bien recuerdo a Mary, todo se precipita, girando
alrededor de ella. Apenas si he rozado sus labios con un beso tan furtivo
que sólo mi optimismo pudo considerarlo como tal. Ella me ofrece más
de lo que me da. La veo y todo mi cuerpo termina por encenderse. Mi
virilidad me traiciona y hago esfuerzos para evitar que ella se percate de
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CUENTOS EROTICOS Y UN POCO MÁS
RomanceEsta es una serie de cuentos con diversas historias y orígenes pero que se relacionan con el erotismo y el más profundo deseo carnal humano