DIANA

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Por fin había llegado el momento en que íbamos a disfrutar de nuestro nuevo chalet en la Costa Brava. Hasta hace 3 años lo habíamos hecho en un hotelito que distaba solo una travesía de nuestra casita, verano tras verano. Me gustaba el lugar! Lo que no me agradaba en exceso era aquella salida de Barcelona. Las retenciones eran constantes y, para llegar a las Rondas, tardamos mas de 3/4 de hora. Avanzábamos apenas un par de metros y nos tocaba parar entre 1 y 5 minutos. Mientras, mis padres me iban sermoneando sobre lo que iba a ser el primer día de ocio. Pero no todo iba a ser malo. Una de las paradas, quizás la mas larga, aunque para mi fuera breve, coincidió justo enfrente de una acera. Había allí un joven de unas facciones esplendidas, con un cuerpo que hubiera maravillado a cualquiera. Montaba una bicicleta y esperaba poder pasar. Había apoyado su pierna derecha en un árbol y la izquierda sobre una papelera de estas que han crecido por doquier sobre el suelo urbano. Sus piernas, pues, estaban abiertas de par en par. Su pecho era atlético, su cara divina, sus piernas robustas y. el calzón de Lycra color azul claro que le recubría, súper indiscreto. Su entrepierna izquierda, lucía, junto a la costura, un descomunal bulto. A su derecha, la misma imagen del bulto, algo más elevado y, por encima de él, algo que se alargaba de forma provocadora a través de todo el lateral.

No pude evitar que mis ojos se fijasen en aquel hermoso don de la naturaleza, pero tampoco pude evitar que él se percatara de ello. Consciente de lo que a mi me atraía, empezó a sobarse su entrepierna y me di cuenta de que su aparato crecía, tanto en grosor como en longitud, abriéndose camino entre su estrecho maillot y...Y no pude reprimirme. Yo estaba sentada detrás de mi madre, al lado opuesto de mi padre que era el conductor. Tiré, para no ser vista por el retrovisor, todo mi culito hacia adelante y levanté un poco mi cortísima falda. Con los 3 dedos del centro de mi mano izquierda separé la parte central de mi braguita de mi más íntimo agujerito y los introduje en mi "verdulerito" (He de decir, que aunque yo era por aquella época -el verano pasado- virgen de hombres, no lo era de verduras. Por mi sexo habían pasado primero zanahorias, más tarde pepinos y calabacines, aunque siempre con el temor -una vez me rompí el Himen- de provocar en mi estrecha cuevecita, algún desgarro irreparable, por lo que difícilmente gozaba con el "repertorio del campo"). Como os decía, introduje 3 dedos entre mis braguitas, compresa incluida, ya que me mojaba con frecuencia de flujo y un simple Salvaslip no me servía, y mi caliente sexo. Con 2 de ellos empecé a acariciarme mi enorme clítoris y el tercero lo hacía oscilar de atrás hacia adelante. Empecé a notar palpitaciones algo frenéticas y como mis pezones endurecían, sin poder frotármelos por mi posición. Mis piernas se movían convulsas de atrás para adelante. Temía ser vista por mis padres y de golpe, mojé, mojé y mojé mis dedos, mi mano, que chorreaba sobre el asiento y sobre la alfombra. Apreté como pude los dientes, mi vientre dio varios golpes convulsos hacia adelante, pensé en que HABÍA QUE PONER SOLUCIÓN de una vez por todas a mi virginidad.

Imaginé que me poseían yo que sé que hipotéticos hombres y volví a mojarme. Un olor acre, penetrante, subía de mi entrepierna y de mi mano hacia mi nariz. Temí que mis padres lo notaran y cejé en mi empeño. Oh! Qué caliente me sentía!. Pero también empecé a sentirme sucia. Mis pegajosos dedos me repugnaban. Tenía ganas de llegar a casa y lavarme. Confiando en que mi hermano Albert, que se había ido hacia el chalet el día antes, no ocupara el baño horas y horas, como solía hacer él. Albert tenía 19 años y yo 17. Era un chaval algo fantasma, pero he de reconocer que supo aunar lo mejor de mi padre y de mi madre. Era de aquellos chicos que hacen que nosotras nos giremos al verles pasar. No me habría importado nada, si no fuese mi hermano y me lo pidiese, ser novia suya... Llegamos por fin a casa. No había nadie. Tal como me habían comentado mis padres durante el viaje, ellos continuaban ruta para ver a una antigua asistenta nuestra, que, enferma y cuidada por su hermana, vivía unos pueblos más arriba. Ellos no regresarían hasta la tarde-noche y, por tanto, me dieron dinero para comer. (Yo ya sabía dónde DEBÍA hacerlo). Me dirigí rauda al baño. Encendí el termo y llené el bidet de agua y un poco de jabón líquido. Me despojé de mi falda y mis braguitas y sumergí mis tesoros en él. Pensé en Albert y las orgías costeras que él y sus amigos comentaban y empecé a frotarme. Me vi rodeada de hombres, todos me tocaban y me acariciaban, de pronto, todos quisieron poseerme, introduje mis dedos en mi sexo, acaricié una vez más mi clítoris y empecé a jadear. Miré a mi alrededor y pensé que alguno de ellos debía de poseerme por detrás. Vi el redondo mango de la escobilla del WC, la mano se me fue, llena de jabón, tras ella. La froté a todo lo largo, levanté mi culito del bidet y empecé, lenta, pero frenéticamente a sentarme encima de ella. Iba penetrando en mi culito, centímetro tras centímetro.

CUENTOS EROTICOS Y UN POCO MÁSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora