Traición

519 37 0
                                    

   (Percy Jackson)

El dios de la guerra nos esperaba en el aparcamiento del restaurante.

—Bueno, bueno —dijo—. No os han matado.

—Sabías que era una trampa —le espeté.

Ares sonrió maliciosamente.

—Seguro que ese herrero lisiado se sorprendió al ver en la red a un par de críos estúpidos. Das el pego en la tele, chaval.

Le arrojé su escudo.

—Eres un cretino.

Annabeth y Grover contuvieron el aliento. Ares agarró el escudo y lo hizo girar en el aire como una masa de pizza.

Cambió de forma y se convirtió en un chaleco antibalas. Se lo colocó por la
espalda.

—¿Ves ese camión de ahí? —Señaló un tráiler dendieciocho ruedas aparcado en la calle junto al restaurante—. Es vuestro vehículo. Os conducirá
directamente a Los Ángeles con una parada en Las Vegas.

El camión llevaba un cartel en la parte trasera, que pude leer sólo porque estaba impreso al revés en blanco sobre negro, una buena combinación para la
dislexia: «amabilidad internacional: TRANSPORTE DE ZOOS HUMANOS.
PELIGRO: ANIMALES SALVAJES VIVOS.»

—Estás de broma —dije.

Ares chasqueó los dedos. La puerta trasera del camión se abrió.

—Billete gratis, pringado. Deja de quejarte. Y aquí tienes estas cosillas por
hacer el trabajo.

Sacó una mochila de nailon azul y me la lanzó. Contenía ropa limpia para todos, veinte pavos en metálico, una bolsa llena de dracmas de oro y una bolsa de galletas Oreo con relleno doble.

—No quiero tus cutres… —empecé.

—Gracias, señor Ares —saltó Grover, dedicándome su mejor mirada de alerta roja—. Muchísimas gracias.

Me rechinaron los dientes. Probablemente era un insulto mortal rechazar
algo de un dios, pero no quería nada que Ares hubiese tocado. A regañadientes, me eché la mochila al hombro. Sabía que mi ira se debía a la presencia del dios de la guerra, pero seguía teniendo ganas de aplastarle la nariz de un puñetazo. Me recordaba a todos los abusones a los que me había enfrentado: NancynBobofit, Clarisse, Gabe el Apestoso, profesores sarcásticos; todos los cretinos que me habían llamado «idiota» en la escuela o se habían reído de mí cada vez que me expulsaban.

Miré el restaurante, que ahora tenía sólo un par de clientes. La camarera que
nos había servido la cena nos miraba nerviosa por la ventana, como si temiera
que Ares fuera a hacernos daño. Sacó al cocinero de la cocina para que también
mirase. Le dijo algo. Él asintió, levantó una cámara y nos sacó una foto. «Genial —pensé—. Mañana otra vez en los periódicos.» Ya me imaginaba el titular: «Delincuente juvenil propina paliza a motorista indefenso.»

—Me debes algo más —le dije a Ares—. Me prometiste información sobre mi madre.

—¿Estás seguro de que la soportarás? —Arrancó la moto—. No está muerta.
Todo me dio vueltas.

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que la apartaron de delante del Minotauro antes de que
muriese. La convirtieron en un resplandor dorado, ¿no? Pues eso se llama metamorfosis. No muerte. Alguien la tiene.

—¿La tiene? ¿Qué quieres decir?

—Necesitas estudiar los métodos de la guerra, pringado. Rehenes...Secuestras a alguien para controlar a algún otro.

—Nadie me controla.

Se rió.

—¿En serio? Mira alrededor, chaval.

Cerré los puños.

—Sois bastante presuntuoso, señor Ares, para ser un tipo que huye de estatuas de Cupido.

Tras sus gafas de sol, el fuego ardió. Sentí un viento cálido en el pelo.

—Volveremos a vernos, Percy Jackson. La próxima vez que te pelees, no
descuides tu espalda.

Aceleró la Harley y salió con un rugido por la calle Delancy.

—Eso no ha sido muy inteligente, Percy —dijo Annabeth.

—Me da igual.

—No quieras tener a un dios de enemigo. Especialmente ese dios.

—Eh, chicos —intervino Grover—. Detesto interrumpiros, pero…

Señaló al comedor. En la caja registradora, los dos últimos clientes pagaban la cuenta, dos hombres vestidos con idénticos monos negros, con un logo blanco en la espalda que coincidía con el del camión: «amabilidad internacional.»

—Si vamos a tomar el expreso del zoo —prosiguió Grover—, debemos
darnos prisa.

—Oigan chicos—Dijo Lyra haciendo acto de presencia—He estado pensando y...

Suspiró.

—Hades no tiene razones para robar el rayo—Admitió.

Cerré los puños y Annabeth arqueó una ceja.

—Y según tú, ¿Por qué no tiene razones?

—Su reino es lo suficientemente grande ya—Explicó—¿Sabes lo que es extender los Campos Asfodelos? Demasiada gente, demasiado dinero y...

—¡Ya cállate!—Espeté.

Lyra retrocedió un paso y juré ver sus ojos en llamas.

—¿Disculpa?—Preguntó, haciéndose la tonta.

—¡Eres una idiota!—Exclamé—Está muy claro que Hades tiene todasas razones del mundo para armar una guerra entre los dioses...

Lyra pestañeó desconcertada.

—E-estoy empezando a pensar que tú ayudaste a robar el rayo...

—¡Ni siquiera estaba en el solsticio!—Me gritó.

Yo sabía que mentía. Algo me lo decía dentro de mi. «Ella lo hizo, chico» admitía una parte de mi cerebro.

—Nadie sabe dónde estabas y...

—¡Voy a una escuela de Magia en I-N-G-L-A-T-E-R-R-A!

—¡Magia, Magia!—Musitó burlonamente—¡Ese cuento nl hay quien de lo crea, Black!

Lyra apretó los puños y lo siguiente que sentí fue un fuerte impacto en la mejilla.

—¡No te mato por respeto a Annabeth que desea mucho la misión y a Grover porque eres su amigo!—Gritó. Luego, se giró hacia ellos—Me voy

Lyra volteó y empezó a caminar por la calle.

Annabeth estaba estupefacta.

—¡Lyra!—La llamó Grover, preocupado, pero ella no volteó.

—Déjala—Dije furioso—Si se muere o no es problema de ella.

Me dije a mi misma «Mi misma ¿Cómo puedes volver tu historia original?» y ¡Bum! Surgió éste giro de trama. Weeee. Lo soñé y todooooooo. Ya sabrán todo.

LYRA BLACK, pjo & hpDonde viven las historias. Descúbrelo ahora