CAPÍTULO 1

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Me pesan mucho los párpados. No sin cierto esfuerzo, consigo abrir los ojos. Está todo oscuro, salvo una leve luz que se cuela entre las cortinas de la ventana. No reconozco el sitio en el que estoy.

Con cierta torpeza y todavía con sueño, me levanto y voy hacia la ventana. Descorro las cortinas y miro el paisaje. Enfrente se extiende un gran jardín con una fuente cerca de la entrada. Alrededor, un alto muro, con unas rejas aún más altas y la entrada custodiada por dos hombres con traje. Sospecho que hay más, pero no los puedo ver.

Me giro para tratar de saber dónde estoy. La habitación es de un color verde suave, acogedora. En un lateral hay una puerta entreabierta y delante de mí otra cerrada. Me acerco a la puerta abierta: es el cuarto de baño. Hay toallas limpias perfectamente colocadas, un cepillo de dientes nuevo y diferentes materiales de aseo.

Mientras el agua caliente de la ducha me empapa y termina de eliminar cualquier rastro de sueño, apoyo la cabeza en los azulejos tratando de hacer memoria.

Ayer fue el asesinato de Francesco, pero paso rápidamente de ese recuerdo. No me siento preparada para ello. Luego Alicia me sacó de la Sala del Gorrión y me trajo a la casa de Vittorio. Acabé llorando sin consuelo en sus brazos, incapaz de hablar o tan siquiera tenerme en pie.

No sé cuánto tiempo estuve así, pero Vittorio no me soltó ni aflojó su abrazo en ningún momento. Cuando mi llanto comenzó a disminuir y el agotamiento físico y mental empezaba a poder conmigo, me trajo a la habitación. Allí me dio un par de las pastillas que antes me había entregado Alicia para que mi sueño fuese profundo y le pidió a una de las doncellas que me pusiera un camisón.

El fármaco cumplió su función: no sé cuánto tiempo he estado durmiendo, pero al menos he salido de mi nube de aturdimiento.

Salgo de la ducha y voy hacia la bolsa donde están mis cosas. Veo que está vacía. Tras un momento de duda, abro el armario. Allí están no sólo todas mis pertenencias, sino también más ropa, calzado, sombreros... cualquier cosa que pueda necesitar.

Escojo un traje cómodo y suave. Apenas he terminado de arreglarme cuando tocan con cuidado a la puerta.

- Señorita Colvin, ¿está usted despierta?- pregunta una voz delicada desde fuera.

Me acerco y abro la puerta. Allí se encuentra una doncella, que creo reconocer como la misma que me puso el camisón.

- Buenos días, señorita.- me saluda la joven. Su voz es más suave de lo que su aspecto podría indicar, ya que es alta y de cuerpo un poco ancho.- Espero que haya descansado bien.

- Sí... gracias.- respondo.- ¿Me podría decir cuánto tiempo he estado durmiendo?

- Día y medio. Si lo desea, en un momento le tendremos preparado algo para desayunar. ¿Prefiere hacerlo aquí o en el comedor?

- Yo... creo que será mejor en el comedor... ¿Dónde está el señor Puzo?

- Me ha pedido que me disculpe en su nombre en caso de que se despertase antes de que volviese, pero ha tenido que salir muy temprano a encargarse de una serie de asuntos.

- ¿Qué asuntos?

- No lo sé, señorita. Sólo soy una doncella.

- Claro, tienes razón.- suspiro. - ¿Puedes indicarme dónde está el comedor, por favor?

- Por supuesto, acompáñeme.

- Gracias. ¿Cómo te llamas?

- Abigail Thomas, señorita.

El comedor es sorprendentemente grande, mucho más que la sala que ya conozco. Una enorme mesa se encuentra en el centro, donde varias doncellas están acomodando un par de fuentes de frutas, unas tostadas y una taza de café.

EL ATRIL 1: MAFIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora