Capítulo 7

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Un leve cosquilleo comenzó a sentir en su rostro, a medida que iba centrando sus sentidos empezando a sentir y oír más claramente. Sus oídos pudieron percibir el canto de pájaros, que fueron inmediatamente interrumpidos por un fuerte y claro aullido de lobo, que terminó de despertarla. Una muy particular alarma, pensó con una sonrisa en el rostro.

Sus ojos fueron invadidos con la enorme claridad que penetraba en la habitación, a través de la única ventana, teniendo que cubrir sus verdes y sensibles ojos con un brazo, haciendo que su ceño se frunciera. Los aullidos afuera se hacían más audibles y constantes de lo que parecían no uno, pero varios lobos.

Así también esa familiar voz grave tratando de callarlos, una que la hizo finalmente sonreír, al tiempo que se giraba y sumergía su rostro adormilado en la almohada, que contenía aun su calor y fragancia. El de la mujer a la que había amado durante toda la noche, a la que pertenecía. Rogando que no fuera un simple y muy hermoso sueño, se aferró con sus manos a esa almohada, respirando profundamente esa esencia del cuerpo de Clarke. Uno al que ya era adicta y el solo sentirlo la estremecía por entero.

Giró su cuerpo nuevamente, quedando boca arriba, dejando que su mente se recreara un momento con esos increíbles instantes vividos en esa cama, y otras partes de la cabaña. No podía creerlo, simplemente no podía. La emoción la embargó y su visión se tornó algo turbia, al tiempo que algo se atoraba en su garganta.

Trató de respirar, de tranquilizar su agitado corazón. No era angustia esta vez, ni su fobia, sino una infinita felicidad. Esa que nunca creyó poder sentir en su vida. Hasta se atrevía a decir que era otra mujer despertando esa mañana, otra Alexandra. Una que se sentía libre, amada, confidente, determinada, feliz. Una que finalmente se sentía completa en todo el sentido de la palabra.

Ni los millones de copias de sus álbumes, batiendo records de venta mundialmente. Ni los billones de visuales con sus videos de YouTube. Ni el dar conciertos a salas y estadios llenos, agotados meses antes, en cualquier parte del mundo. Ni interpretar esas clásicas y magníficas obras de los grandes maestros del piano, ante reyes y reinas, líderes de toda índole, presidentes, e incluso el mismo Papa Francisco.

Nada había logrado que su ser se sintiera de la manera que se sentía esa mañana, tras entregarse al amor de su vida. Tras compartir con ella no solo una noche de amor intenso, sino sentir como su alma se iluminaba junto a la de su bella Clarke, con la intensidad de una luz tan pura, y mágica.

Finalmente ella amaba y era amada, era tan normal como el resto de la humanidad. Un ser enamorado que compartía su corazón con otro. Uno que la hacía sentir la mujer más especial. Solo ella podía entender el significado que todo ello tenía en su vida. Porque estaba segura de que nadie podría comprenderlo, ni siquiera su amada Clarke. El valor que tenía sentirse por primera vez normal, como el resto del mundo.

No pudo ni quiso contener sus lágrimas que lentamente rodaron por su rostro emocionado, y le tomó unos minutos dejar salir todos esos sentimientos, esas sensaciones que se apoderaban de todo su ser. Sentía que realmente nacía a la vida misma, y sin dudarlo comenzando un nuevo y maravilloso capítulo de su existencia. Tomando consciencia de todo ello, no podía dejar de sonreír desde su feliz pero también temblorosa alma.

Porque en parte estaba aterrada, aterrada a que su felicidad no durara demasiado, a que fuera una ilusión pasajera. Sintiendo que pisaba en terreno tan desconocido, con pasos tan inseguros, como un bebé que recién comienza a caminar. Y aunque lo que sentía era magnífico, era también aterrador e incierto. Asimismo, estaba determinada a no dejar que la parte negativa de su persona se apoderara de ella en ese momento. Si lo hacía saldría corriendo de allí y no se detendría hasta llegar a su refugio en la mansión de Bly Manor.

Atardecer -PostergadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora