Las huellas de otro pueden servirte de inspiración y puedes seguirlas un tiempo, pero es importante que tú, marques tus propias huellas.
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El ángel salvador de un capitán.
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La luz cálida de una espía.
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El Soldado del Invierno guiaba a Ariadne a través del denso bosque. Sus pasos eran firmes y silenciosos, mientras que Ariadne, siempre curiosa y observadora, notaba cada detalle a su alrededor incluyendo al sujeto que dejó de tomar su mano desde hace un momento atrás. El silencio entre ellos era palpable, y la joven no podía evitar sentir una mezcla de gratitud y curiosidad hacia su inesperado salvador.
A medida que avanzaban, Ariadne no pudo contener más su curiosidad. Sabía quién era el Soldado del Invierno, pero quería entender más sobre él.
—¿Recuerdas quién eres? —preguntó Ariadne, rompiendo el silencio con su voz suave pero firme.
El Soldado, sin detenerse, respondió con un seco y cortante "no".
Ariadne frunció el ceño, sintiendo una punzada de tristeza por él. Decidió que debía intentar ayudarlo, aunque fuera solo un poco.
—Puedo ayudarte —dijo con determinación—. Eres James Barnes, pero tus amigos te llaman Bucky. Eres el mejor amigo de mi papá, Steve Rogers.
El Soldado del Invierno se detuvo por un momento, girando la cabeza ligeramente hacia ella, pero sin decir nada. Ariadne continuó, esperando que sus palabras pudieran llegar a él.
—En el museo Smithsoniano hay una exposición del Capitán América. Tienes un área dedicada allí. Hablan de ti y de todas las cosas increíbles que hiciste antes de... antes de todo esto.
Bucky permaneció en silencio, pero Ariadne notó una leve tensión en sus hombros, como si sus palabras hubieran tocado algo dentro de él. Continuaron caminando, el bosque se hacía más denso y oscuro a medida que se acercaban al lago.
Finalmente, llegaron a un claro cerca del lago, el lugar donde Bucky planeaba dejar a Ariadne. Se detuvo y se volvió hacia ella, su expresión aún seria pero con una chispa de algo indefinible en sus ojos.
