Mi razón

45 6 2
                                    

Era hora de volver. No podía posponerlo más, no debía. Seguía congelándome.

Me puse en pie, y dejé atrás la diminuta superficie del columpio infantil en el que me había sentado; y él, a su vez, dejó evidencia en mi trasero, de pequeños hexágonos hendidos en mi piel, donde se encontraban tornillos manteniéndolo en una pieza. Quizás me dolería después, porque el  frío actual impedía mi sensibilidad.

Comencé a caminar con pasos pesados, que hacían crujir las hojas bajo mis pies. Era como si caminara sobre una espesa alfombra de tonos en café, naranja y morado oscuro; increíble como una mezcla de colores casi sucios por la noche, podían verse tan hermosos a la luz del día.

Supongo que así es con muchas cosas en la vida; lo peor se percibe así, por la luz que escasea en nuestra perspectiva; y una vez iluminado, lo peor, suele no serlo tanto. Esperaba que esa iluminación me llegara pronto, porque quedaban solo dos cuadras a la puerta. Había dado una vuelta a la derecha, y ahora caminaba por la acera, escuchando murmullos alegres y rastros de música, oliendo aromas muy variados y deliciosos a mi estómago vacío. Había sido una irresponsable al salir sin un bocado, si quiera. Otra razón para haberme tomado menos tiempo en deprimirme en mi propio llanto y en lo sombrío de mi situación.

Rocé con el pulpejo de mi índice derecho, sobre el timbre; parcialmente rogando para que no sonara, o que sonara tan bajo para que solo una o dos personas escucharan, mientras las demás continuaran la celebración. ¿Cuántas personas se habrán percatado de mi ausencia? ¿A cuántas les tendría que explicar mi deambular nocturno en la noche buena?

Suspiré largamente, notando que mis músculos de la espalda soltaban un poco de su tensión, era casi un descanso; sin embargo, al ver abrirse la puerta, se tensaron tanto que hubiera sido fácil compararlos con una columna griega tallada en mármol.

Fue en cámara lenta, cómo vi que se abría poco a poco la puerta, dejando entre ver cada vez más del pasillo, que Yo misma había ayudado a decorar desde ayer por la tarde.

-“Amanda”-

Su voz… qué cursi puedo llegar a sonar, lo sé… su voz erizaba ligeramente mi piel, que estaba ya sensible por la temperatura del ambiente. Debo admitir, que desde el primer día en que la escuché, sigue gustándome demasiado.

Elevé mi mirada, unos cuantos centímetros, para quedar a nivel de la suya, y dejé de respirar durante algunos segundos, para después volver a suspirar.

Nos quedamos así, quizás una eternidad; quizás unos cuantos minutos, a juzgar por el incesante tic-toc del enorme reloj de madera que adornaba la sala de estar, junto a la chimenea que sólo se encendía para invitados.

Tic…Toc…Tic…Toc…tic…toc…

Mi escalofrío involuntario, nos sacó de nuestro lapso; y es que mi cuerpo ya iniciaba una constante alarma para recibir atención. Debía entrar en calor.

Sin hablar, colocó una de sus manos en mi codo izquierdo y me jaló hacia él, para que entrara. En cuanto cerró la puerta tras de mí, sentí como mi temperatura corporal ascendía, incluso, pude percatarme de que los músculos de mis mejillas habían adoptado cierta rigidez que me impedía gesticular.

Me encaminé hacia las escaleras, que estaban a la izquierda; para evitar el comedor, donde se escuchaba la mayor parte del bullicio familiar.

Subí a duras penas dos escalones, cuando me detuvo su mano, nuevamente.

-“Amanda, ¿Dónde estabas? Le dije a tu madre que te habías recostado para descansar por el vuelo, pero no creo que me haya creído.”- sus ojos marrones me miraban con una expresión a medio camino entre una súplica y un reclamo.

-“Fui a caminar. Necesitaba estar sola, para pensar.”-

Me di la vuelta, para continuar mi ascenso, y ésta vez, no me detuvo. Pero, sentía su presencia tras de mí, mientras me seguía hacia la segunda planta.

Mi habitación estaba decorada de la misma manera, desde que tenía doce años, cuando me había quedado sola en la habitación, porque mi hermana mayor se había ido a estudiar a otro estado.

Todo a mi gusto: las paredes un tono rosa pálido, estampada en mariposas, frutas, flores y otras formas de naturaleza que me habían cautivado de una manera u otra. La primera había sido una mariposa, le había pedido permiso a mamá para dibujar sobre las paredes, y ella había aceptado, bajo la condición de que si no era estético o apropiado, debíamos borrarlo; por tanto, el primer boceto lo había hecho a lápiz de grafito. La expresión en el rostro de mi madre había sido invaluable. Fue la primera vez que alguien admiraba mi trabajo, y después no pude detenerme; pinté y dibujé por todas las paredes, intercalando mis fotografías de recuerdos, de familiares, de amigos; y uno que otro poster de mis artistas favoritos.

Al final, no había habido necesidad de mucha decoración; mi cama al centro, de un tamaño king, porque era lo único que había pedido para aquella navidad; mi escritorio, y estante de libros.

Entré y me senté al borde de la cama, sintiendo cómo se movía al depositarse a mi lado el peso de él.

-“Tienes que decirme qué pasa, Mandy. Si no, no puedo ayudarte. Y quiero ayudarte.”- sonaba preocupado.

Me giré para mirarle la expresión, y tal como imaginé, su ceño estaba fruncido y sus labios apretados entre sus dientes, formando una fina línea de incertidumbre.

¿Cómo decirle? ¿Cómo comenzar la conversación que tanto había querido evitar?

-“En el último ultrasonido, el bebé mostró una malformación, Noé.”-

Mi corazón se rompió de nuevo, al decirlo en voz alta. Las lágrimas parecieron volver a producirse de la nada y mi garganta volvió a cerrarse tanto, que no era posible respirar.

(Continuará)…

La Otra RazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora