Shipp: Odazai, KuniOda
— ¿Crees que nos metamos en problemas por desaparecer de la fiesta?
A su lado, el castaño meditó sus palabras, haciendo un ligero sonido de incertidumbre sin dejar de observar la ciudad por la ventana.
— Quién sabe. — respondió después de un rato. — Pero no te preocupes, por mucho que haya notado tu ausencia en su fiesta, Mori-san solo aprovechará para reprenderme a mí. Como ejecutivo debería estar ahí. — sin poder evitarlo su cuerpo se tensó ante aquellas palabras, llamando la atención de la persona a su lado, quien se giró a verlo. — ¿Preocupado?
— No por mí. — respondió en un gruñido.
No tardó mucho antes de que el muchacho invadiera su regazo, colocando cada una de sus largas piernas a sus costados descaradamente, juntando ambos cuerpos hasta que no hubiera espacio entre ellos.
— Hey, es navidad, no deberías estar tan tenso.
En un intento por tranquilizarlo, juntó sus labios con los ajenos, sonriendo al sentir como era correspondido. Por su parte, el mayor aprovechaba la oportunidad para saciar esa necesidad de contacto y que casi no podían tener debido a la jerarquía de sus trabajos, a la falta de tiempo, o hasta su propia timidez. Supo que habían ido muy lejos cuando notó que las palmas de sus manos se encontraban acariciando la poca piel del torso que no se hallaba vendada, arrancando un gemido en el menor.
— ¿Planeas hacerlo aquí? — preguntó sugerente.
— Preferiría esperar, hacerlo aquí no parece cómodo. — respondió.
El castaño hizo un puchero, pero solo se dejó caer sobre su pecho, girando su rostro de nuevo hacia la ventana, disfrutando en silencio de la vista aérea que la altura de la noria les ofrecía de la ciudad aquella noche de navidad. Quizá, pensó el mayor, no había sido tan mala idea sobornar a unos cuantos para tener aquel paisaje frente a él mientras mantenía a su pareja en un cálido abrazo.
Su pareja.
Era en esa clase de momentos en los que el pelirrojo se preguntaba la razón por la que el destino lo había llevado a conocer a ese muchacho castaño y sombrío que tras conocerlo mejor demostró ser sólo un niño perdido en un mundo demasiado cruel para alguien tan sensible, llevándolo a que en su pecho surgieran sentimientos de protección y cariño que rápidamente tomaron la forma de un profundo amor que explotaba en su ser cada que lo veía. Y adoraba ver como era correspondido.
Ninguno de los dos era bueno con las palabras, menos con aquellas que involucraban sentimientos, pero sabían que de vez en cuando algunas no estaban de más.
— ¿Qué sucede? — preguntó el menor al ver a través del reflejo del cristal como el mayor se había quedado dubitativo. — No me digas que le tienes miedo a las alturas y no me dijiste.
El aludido negó con la cabeza.
— Nada de eso, solo... — empezó. — Te amo, Osamu.
El mayor esperó a que el castaño estuviera listo para mirarlo, y cuando lo hizo, despegando el rostro de su pecho, pudo observar cómo el ejecutivo más joven de la mafia tenía las mejillas rosas y su único ojo libre de vendas brillaba con un sentimiento que identificó como felicidad. Antes de prever lo que el menor planeaba hacer, este saltó para besarlo de forma brusca y necesitada.
— Yo también te amo. — respondió sobre sus labios. Te amo tanto que moriría por tí.
— Por favor no lo hagas. — respondió con rapidez, apretando más contra él, el cuerpo del menor.
— Lo lamento, Odasaku. Ya lo he hecho.
Al escuchar ese apodo, que había salido con cariño de los labios del castaño, la sangre en sus venas hirvió en ira. La magia se había roto, aunque no entendía del todo cómo es que había pasado.
— No me llames Odasaku, no hay razón por la que un enemigo me llame de esa forma. — exclamó.
Ya no estaba en lo alto de la rueda de la fortuna una navidad viendo la apacible ciudad, ahora estaba en el bar en el que se encontraría con su informante para buscar una forma de sacar sano y salvo a Akutagawa de la sede de la mafia, y a su lado se encontraba ese joven castaño que una vez había estado en sus brazos, su mirada enamorada había sido reemplazada por una mueca de tristeza y horror que le hizo doler el corazón. Dazai se recompuso de inmediato, divagando en una explicación que Oda no entendía, quedando en silencio y demandando con la mirada una respuesta más clara. El contrario pareció entenderlo.
— Te invité una última vez para decirte adiós.
Quizá fue la profunda tristeza en su voz lo que hizo a Oda no dispararle cuando este se lo pidió, quizá fue la pena que le daba el contrario lo que hizo que su garganta sintiera un nudo cuando se despidió de él con aquel apodo cariñoso. No pudo verle la cara cuando éste se marchó, pero en cierta forma no creía necesitarlo, pues intuía saber cuál era.
Despertó presa de sudores fríos y náuseas que lo agobiaban, sintiendo además una fuerte punzada en la sien que le arrancó un gruñido ligero.
— ¿Estás bien?
Aquella voz tan familiar le hizo girar el rostro, notando varias cosas en el proceso; la primera es que estaba aún en la agencia, al parecer había quedado dormido sobre el sillón donde atendían a los clientes hasta que el sol se ocultó; lo segundo era que Kunikida había estado esperando hasta que despertara.
— ¿Qué hora es?
El rubio tuvo que mirar su reloj antes de responder:
— Son casi las once.
— ¿Por qué no me despertaste?
Doppo se alejó un poco de su escritorio para poder centrar toda su atención en el pelirrojo.
— Últimamente te notas mucho más cansado de lo usual. No sé si es porque te llenas de misiones o porque tu inspiración es nocturna, pero deberías descansar más.
— Para que seas tú quien me lo diga debo de haber parecido un lunático. — se burló un poco.
— Conozco mis límites, deberías hacer lo mismo. — respondió molesto. — Aguarda aquí, iré por una pastilla a la enfermería.— y dicho eso se levantó, dejando a Oda aun recostado y con un brazo sobre sus ojos.
— No pienso irme con una migraña. — dijo en voz baja, casi a la nada.
Una vez solo fue que se permitió meditar sobre lo ocurrido. Desde aquel encuentro con Dazai en el bar Lupin, Oda había empezado a tener el mismo sueño todas las noches. Un sueño donde se ponía en la piel de un hombre de la Port Mafia, un hombre que se rehusaba a matar aun en el ambiente tan oscuro en el que estaba, un hombre que llamaba amigos a dos sujetos como él, un hombre cuya pareja era un castaño de mirada triste y sonrisa vacía.
— Toma, nos iremos cuando te sientas mejor.
Kunikida había regresado, ayudándolo a sentarse para que pudiera tomar sin ningún problema el antiinflamatorio. Trayendo consigo la familiaridad de una realidad que conocía, la única que tenía.
Era miembro de la agencia armada de detectives, Akutagawa era su subordinado, lo había ayudado cuando lo encontró vagando en el canal a pesar de haber sido atacado por el pelinegro, y justo ahora se encontraba planeando la mudanza que lo haría vivir la cotidianidad de una vida en pareja al lado de Kunikida Doppo, quien lo apoyaba junto a Akutagawa con el cuidado de sus hermanitos, además de ser un gran apoyo en su escritura.
Era una buena vida, no sabía por qué ese sentimiento melancólico al pensar en sus pesadillas.
— Tengo una idea para una nueva historia.
No estaba seguro de por qué lo había dicho, pero era demasiado tarde para retractarse ahora que había captado la atención del rubio.
— ¿Cuál?
Oda sonrió con tristeza.
— Es sobre un hombre de mirada triste que se siente indigno de ser humano...
Pensamiento malva: nostalgia del amor perdido.
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Siete Flores
FanfictionSiete flores para siete tristes historias, cada una basada en los prompts de la Angst Week.