ROSA AMARILLA: We need to talk

360 18 4
                                    

Shipp: Kunizai, un poco de KuniAtsu.

La brisa del océano removía sus cabellos con lentitud, como si fueran suaves caricias que intentaran brindarle consuelo y tranquilidad. No funcionaron pero apreciaba el gesto. Su corazón latía pesado y doloroso, robándole el aliento y obligando a que tuviera que suspirar continuamente para no perder las muy pocas fuerzas que tenía y largarse de ahí para buscar un mejor lugar donde arrojarse al mar. Detestaba haber tenido un momento de valentía y pedirle hablar. Aún podía escapar, sólo tenía que dar media vuelta y marcharse de ahí.

— Dazai.

Demasiado tarde. El castaño se giró a su compañero de trabajo, colocando sus ojos en un punto un poco más arriba de los dorados. El idealista pensaría que ambas miradas chocaban, pero en realidad el castaño seguía rehuyendo la contraria. Tragó con dificultad y sonrió como solía hacerlo; con falsedad.

— Oh Kunikida-kun, ¿llegando tarde? — se burló.

— Te dije que debía terminar esos reportes, si tenía tiempo podría verte. — dijo con tono calmado, sin darle importancia al hecho de que sí se había apurado a realizar sus tareas. — ¿De qué querías hablarme?

Dazai entonces recordó la conversación que lo había motivado a pedirle a Doppo un poco de tiempo, esa en la que cometió el error de trastabillar al hablar, revelando sus sentimientos.

"Debes de decirlo. De otra forma seguirás hundiendote en toda esta mierda" le habían sugerido. Yosano debía de tener bastante confianza en él como para creer que no prefería seguir hundiéndose. Aunque claro, había recibido muchísimos consejos en su vida y había tomado muy pocos, por no decir que prácticamente ninguno. Entonces, ¿qué era lo que había pasado para decidir tomarlo?

Un momento de pánico.

Convivir día a día con él, verlo interactuar con los demás, sentirse desplazado al ver la pequeña sonrisa que le dedicaba a los otros mientras que él se encargaba de sacarlo de quicio. Todos esos sentimientos lo agobiaban, ya tenía bastante lidiando con las pesadillas de su pasado como para que su roto corazón llorara por algo más. Si al decirlo podía liberarse un poco entonces...

— Kunikida, yo...

Detestaba cada uno de los segundos de ese momento. Se detestaba a él por estar pasando por la misma situación una vez más. Sin poderlo soportar desvío la vista hacia el cielo, guardó las manos en los bolsillos de su gabardina y al regresar la vista a su compañero lo vió. Mejor dicho, lo vió unos metros detrás del rubio. Se encontraba agachado a la altura de un pequeño gato que gustaba de ser acariciado, siendo mimoso y atento, alentando al más joven a sonreír.

— ¿Atsushi-kun? — preguntó casi sin creerlo. ¿Qué era lo que hacía ahí?

Kunikida miró hacia atrás y sonrió, su sonrisa fue pequeña y discreta; hermosa. La felicidad de sus ojos al verlo le partió el corazón a Dazai de una forma que no creyó que fuera posible. ¿Acaso no debería ser feliz? La persona más especial para él era feliz al lado de su subordinado. Entonces, ¿por qué se moría de ganas porque aquel gesto fuera para él? Por él.

— Ah sí, le debo una cena después de estar tantas noches en el trabajo y no con él. — respondió. — Pero eso no responde mi pregunta. ¿Para que...? — al volver la vista a Dazai este ya se marchaba. — ¡Oye!

— Oh, lo siento Kunikida-kun. No sabía que tenías planes. — respondió despidiéndose con la mano, sin girar a verlo.

El pecho le dolía, el aire le faltaba, los ojos le ardían. Su labio no había temblado tanto en años y era ridículo que después de todo lo vivido lo único que estaba a punto de romperlo sin que él pudiera hacer nada era el mal de amores. Patético. Una razón más para odiarse, una razón más para darse asco.

— ¡OYE! — Kunikida lo había alcanzado, lo jaló del brazo y lo encaró. — ¡¿Qué es aquello que...?!

Entonces lo vió, pudo ver la careta de Dazai romperse por unos momentos. Sus ojos, usualmente brillantes de burla y galantería, se hallaban opacos y dolidos, como el cielo nublado antes de llover. No había sonrisa, no había nada más que oscuridad. Pero aquello duró poco.

— ¿De verdad quieres saber? — preguntó haciéndose el confundido. — Me tomaré unas vacaciones.

— ¿Eh?

— ¡Así es! ¿No estás contento, Kunikida-kun? ¡Descansarás de mí por dos grandes semanas! — dijo con exagerada alegría. — ¡Diviértete con Atsushi-kun! — murmuró antes de alejarse de él.

"Kunikida-kun, necesitamos hablar"

"¿Sobre qué?"

"¡Aquí no! ¿Después de trabajar, en el muelle?"

Las lágrimas se negaban a salir, el aire entraba y salía en pequeñas cantidades, mareandolo.

"¿De qué querías hablarme?"

En un mundo ideal, en una vida ideal, en una situación ideal, los ojos de Kunikida estarían puestos en los de él, y los suyos le regresarían la mirada. En un mundo ideal habría podido realizar aquella confesión sin que las palabras se le atoraran en la garganta, sin que existiera alguien que se interpusiera.

"¿De verdad quieres saber?"

Las idealización del momento le creaba jaqueca, su garganta dolía por todo aquello que quería gritar y que, como todo en su vida, se mantenía guardando.

"Kunikida yo..."

No lo digas, no lo digas, ya no lo digas. Pero aunque no lo hiciera, el dolor del sentimiento no correspondido le pesaba como el nuevo grillete con el que debía cargar.

"...te amo."

Que hermoso atardecer para tirarse al mar y esperar tener éxito esta vez.

Rosa amarilla - Amistad, amor agonizante o amor platónico.

Siete FloresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora