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RELATO DOS

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RELATO DOS

Hacía mucho calor esa tarde. Tanto que no podía impedir que las gotas de sudor recorrieran mi cuerpo con vasta libertad. De igual forma, no pude detener el innato impulso de barrer ese salado líquido que se posaba en mi rostro. Y aunque por un momento se sintió la escasa frescura del lugar, mi subconsciente no estaba preparado para tal libertad, por lo que inmediatamente, un choque electrizante me sacó de mi ensimismamiento.

Esa dichosa junta se había extendido más de lo necesario y todavía faltaba una hora más para que terminase, pero yo no podía esperar un minuto más. Necesitaba salir de allí en ese mismo momento.

Cabizbaja y con el corazón acelerado corrí a toda prisa hasta el baño más cercano, dónde el espejo confirmó mi más temida sospecha: tenía el maquillaje corrido.

Busqué a toda prisa en mi bolso algún indicio de tan "disimulado" cosmético, sin embargo el destino al parecer no había preparado un gran día para mí. A estas alturas el sudor no era feliz recorriendo mi cuerpo. Tal sensación, fue reemplazada por un escalofrío que sucumbió hasta lo más profundo de mi ser.

Mientras mi mente debatía cómo salir de aquel explícito tormento, se escuchó la puerta abrirse poniéndome en alerta de inmediato. No obstante, suspiré profundo y con cierto aire de alivio al reconocer que la voz de Silvia y de mis demás compañeras de oficina irrumpía en mi escondite.

En cierto aspecto, parecía haber encontrado la salvación a mi superficial preocupación. Y es que, solo podía pensar en una cosa: "Debía lucir perfecta en todo momento". No podía permitirme correr el riesgo de que alguien de mi trabajo descubriera mi desaliñado y pálido rostro. No en un lugar como este. Mi estima debía estar por encima de todo.

- ¡Silvia! - no me di tiempo a analizar si su expresión era de sorpresa o interrogante. Me acerqué ágilmente a su hombro y susurré brevemente avergonzada. - ¿De casualidad tienes en tu bolso algo de base o corrector?

Ni siquiera la quise mirar a los ojos. La escena se estaba convirtiendo en algo embarazoso, demasiado diría yo. No sé cómo pude dejarlo en casa, soy demasiado cuidadosa con ello. Pero, tampoco puedo culparme. La locura y el desenfreno atacaron mi noche de anoche, era de esperarse que cometiera tal error.

Silvia me miró como si en verdad no creyese lo que acababa de escuchar. Esperaba... no, anhelaba que pudiera ayudarme, no obstante, respondió cómo menos imaginaba. Ella, sin más, se echó a reír.

Sus acompañantes la observaban sorprendidas, pero ella no paraba de reír. Desistía y emprendía nuevamente su burla con ímpetu y energía. Hasta sus ojos se volvieron llorosos a causa de tal conmoción.

Mientras, yo me escondía en mis zapatos, anhelando que el piso fuera un portal hacia otro mundo.

- ¿Pero qué dices Sandra? - atinó a decir en lo que el mar de risas iba disminuyendo. 

- Una mujer tan "Correcta" cómo tú, - sus dedos hicieron lo propio. - ¿Acaso está solicitando maquillaje?

De repente, el peso de las otras miradas cayeron sobre mí aplastando con fiereza mi optimismo. La vergüenza carcomía mi rostro.

- No sé para qué lo necesitas. - continuó cortante. - Todos los buenos partidos ya se están yendo. - Se dio la vuelta en disposición de seguir su camino. -¿No crees que le estás subiendo demasiado a la vanidad?

Sentí sus ojos clavados en mí.

- Ve a casa y maquíllate para tu esposo. Es ÉL quien debería ser TU preocupación. - sostuvo el pomo de la puerta mientras gritaba - No quieras acaparar todo aquí.

El descarado murmullo no tardó en aparecer y cuando la soledad se volvió mi acompañante, las lágrimas se presentaron sumándose a la reunión. Era precisamente por "ÉL" que todo debía estar bien. Absolutamente Todo tenía que estar bien.

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