En un mundo de vidas perdidas, existen almas que necesitan ser escuchadas.
Seres que anhelan que su voz promulgue ese grito que los saque del abismo, que alguien baje una estrella que alumbre su camino.
Podrían ser muchos, podría ser yo...
Podría...
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Esa noche hice la cena favorita de Danny. Un guiso de huevos revueltos con trocitos de queso acompañado de galletas saladas. Disfrutaba comer con mi hijo, solo cuando Victor no estaba. Su presencia condensaba cualquier lugar de la casa en dónde se encontrara haciendo que la estadía fuera trágica y temible. Y aunque cuando llegó a casa aparentaba poseer un humor estable, no podía creer que su paz sería duradera.
- ¿Quieres algo de cenar? - había servido una porción para él, pero fue más por cortesía que por el gusto de darle de comer.
- Comí afuera, gracias. - me permití apreciar la maldad y el descaro que brillaba en sus ojos. Sí, había estado con otra mujer y no se molestaba en ocultarlo, al contrario lo exhibía con tanto orgullo, como si hubiese ganado el premio mayor. Pero, ¿Qué más da? Yo no era quien pedía las cuentas, solo estaba allí para rendirlas.
Ignorando mi exquisito guiso volcó su mirada hacia la tele, sin embargo, alguien más quiso degustar lo que había preparado. Milú lamió su hociquito gatuno varias veces anhelando probar un poco de tal menjurje y, sin pensar en nada más que alimentarla, eché en su platito toda la comida que había servido antes. A fin de cuentas, Víctor la había despreciado, eso fue lo que quiso decir...
O eso era lo que yo pensaba. Tarde descubrí que fue una mala elección... muy mala elección.
- ¿Entonces yo soy un animal? - aturdida por el inesperado grito me encontré nerviosa de repente.
- ¿De... qué... ha... blas...? Tú ...
- ¡Cállate! - un intenso y agudo pitido abrazó mi oído derecho, mientras un picor se asomaba en mi mejilla.
No sabía por qué me había ganado aquello. De hecho, nunca sabía por qué recibía su trato tan miserable, pero esta vez me había tomado de forma desprevenida. Lo peor de todo es que no había puesto en consideración a quien tanto le había mentido para evitar que conociera mi sufrir. Danny miraba a su "dulce rey" sin poder creer que su héroe se comportaba de esa manera. El grado de sorpresa que albergaba su rostro era tal que en sus ojitos las lágrimas brotaron enseñando sus tristes sollozos.
Mi pobre bebé. Tantas máscaras que usé para evitar que descubriera mi pan de cada día y todo se echó a perder justo en frente de sus narices. No supe cómo reaccionar o qué hacer para consolarlo, pero mi corazón se rompió en mil pedazos con tan solo escuchar su dolor.
- ¿Quieres ver cómo te hago recoger mi comida con tu boca? - Víctor parecía no tener calma, ni tener intenciones de conseguirla. En su rostro podías encontrar todas las señales de que nada bueno podría venir de su parte en estos momentos. - ¿Quieres ver cómo te la hago comer como un perro? ¡Cómo la perra que eres!
Mi cuerpo no encontraba respuesta ante tal situación. Me sentía acorralada, presa del miedo y víctima de lo que por mucho tiempo me había hecho vivir atada. Quería a toda costa evitar que mi hijo fuera testigo de mis penas. Que estuviera presente en medio del castigo que, sin razón, la vida decidió obsequiarme.
- Por favor, no lo hagas. - mi corazón latía a toda prisa, Danny estaba inmóvil del otro lado de la habitación con sus tristes ojitos puestos en su papá. Parecía que luchaba por creer que esto era un juego de los que siempre compartían juntos, y no una escena de una película de terror.
Quería rogarle que pensara en Danny, que las cosas no eran como creía. Comencé a disculparme repetidas veces y supliqué por mis aparentes pecados cometidos, pero antes que siguiera pidiendo clemencia o siquiera avisar a Danny que se fuera a su habitación, mi cuerpo ya estaba tirado en el piso, mientras que Víctor con sus manos barría toda la superficie con mi rostro.
- ¡MAMI! ... - escuché su infantil sollozo.
- NO... MI BEBÉ.... - grité con amargura. Él no merecía ver esto, no quería que se diera cuenta de lo débil que era su mami y del monstruo que se hacía llamar su padre.
- ¿Qué te parece mi maldita comida? - gruñó mientras seguía descargando su ira sobre mí.
- Por .. favor.... - suplicaba, lloraba, imploraba que me dejara. Quería proteger a mi bebé, que no le pasara nada, pero mi fuerza era doblegada por una furia mayor que me arrastraba por toda la cocina y me golpeaba sin parar.
Primero, fue una lluvia de puños que masacraba mi cuerpo, uno detrás de otro. Luego, cuando al parecer las energías no daban para más, iniciaron las patadas. Las mismas que él le había enseñado a Danny para jugar fútbol.
Después, no sé qué más sucedió. En un momento dado, mi mente se apagó y lentamente mis ojos se cerraron a medida que mi cuerpo dejaba de sentir dolor. Muy a la distancia, escuchaba el lloriqueo de mi Danny, pero nada era tan bien apreciado, cómo el fluido intenso que brotaba de mi boca.... Sabor Carmesí.
***
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