En un mundo de vidas perdidas, existen almas que necesitan ser escuchadas.
Seres que anhelan que su voz promulgue ese grito que los saque del abismo, que alguien baje una estrella que alumbre su camino.
Podrían ser muchos, podría ser yo...
Podría...
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RELATO UNO
Oscuridad ... Una densa niebla cubría mis ojos, mientras luchaba fuertemente por encontrar algún solitario y mísero halo de luz. Un esfuerzo en vano.
Con pesar y cansancio me incorporé de la cama. Al menos no necesitaba claridad para asearme y vestirme.
El día pronosticaba ser como todos los demás, vacío y agitador. Entonces a falta de emoción, me calcé los zapatos, tomé algunas gotas de cualquier bebida caliente que la cocina pudiera servir y con un suspiro profundo dirigí mi camino hacia la puerta.
Hoy lucía ligeramente distinta. El picaporte no se distinguía por su habitual e intenso tinte cobrizo. Es más, ni siquiera estaba ahí. De todas formas no iba a ser de utilidad. La puerta ya estaba abierta.
Continué mi pesado camino hacia ella y aunque mis pasos viajaban a una exhaustiva lentitud, el marco que servía de entrada y salida principal parecía acercarse. Dos, tres pasos... no fue necesario dar uno más, ya estaba frente a mí.
Halé el firme rectángulo de madera blanca y a continuación, un largo pasillo se extendió con braveza. El correteo de las personas producía un ausente sonido que amenazaba con destornillar mis oídos. Era tan profundo aquel silencio que me calaba hasta los huesos.
- ¡Vaya! - ni siquiera el eco escuchó mi voz.
Del otro lado de la calle vi pasar a María, la floristera. Llevaba un buen fajo de sus más preciosas peonías. Eran tan hermosas que todos se le acercaban a pedirle algunas, no obstante, mi cerebro no quería siquiera procesar su aroma. Quizás es porque iba muy rápido. Si ella me escuchara tal vez podría conseguir alguna.
- ¡María! - nada ... - ¡MARÍA FLORISTERA! - debía estar hablando muy bajo.
Tal vez Pedro, el de la esquina, podría ayudarme a llamarla. Pero me ha pasado tan deprisa por el lado que dudo mucho que se detenga. De hecho, todos andan a las carreras, tan rápido que mi reloj no puede seguirles. Sus agujas se cansaron y ya no corren, ahora agotadas, continúan su curso.
A medida que voy transitando, el pasillo se hace más estrecho. Sin embargo, todos caben a la perfección. Hasta las mascotas de la tía Juana. Quisiera preguntarle si es que hay alguna feria en la plaza o si el mercado anda en ofertas, pero no le da el tiempo a escucharme. Solo mi cerebro y yo funcionamos a la misma velocidad.
Mis pies se desesperan. Tratan de encontrar alguna esquina para omitir a tantos pasantes y compañeros. A esos que aturden mi camino con cada paso que dan. Hasta que por fin, al fondo a la izquierda, conseguí apreciar algo más.
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