En un mundo de vidas perdidas, existen almas que necesitan ser escuchadas.
Seres que anhelan que su voz promulgue ese grito que los saque del abismo, que alguien baje una estrella que alumbre su camino.
Podrían ser muchos, podría ser yo...
Podría...
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Toqué la puerta dos veces. No fue necesario hacerlo otra vez. Esperaba que me recibiera un cuerpo esbelto y engreído, sin embargo la sorpresa llegó primero dándome la bienvenida. Aunque, a decir verdad, no esperaba menos. ¡El mundo es un pañuelo!
Su mirada me atacó con el mismo tormento y desespero que utilice hacía tres meses atrás. Quien sea que estuviese apreciando esta escena podría gritar emocionado diciendo que el Karma nunca falla y que se lo merecía, pero en mi corazón y alma no se concebía tal expresión. Podría ser que estuviera en un punto medio y nadie podría culparme por eso. Su estado, no me apenaba, pero tampoco no me hacía feliz.
Me había preparado antes de salir de casa. Un par de llamadas a psiquiatría y control de animales me era suficiente. De todos modos, decidí antes pasar por una boutique.
Extendí la bolsa hacia ella a modo de saludo. Esperaba que entendiera que por encima de todo, le estaba obsequiando algo más que maquillaje... apoyo y ayuda. Quizás hasta podría servirle de lección.
- ¿Por qué tardas tanto Silvia... - el par de ojos que se detuvo detrás de ella expelía todo el odio que una fuente inagotable pudiera profesar.
Me acechaba como las bestias cuando van a lanzarse encima de su presa, con rabia e infundiendo terror. Pero, no esperaba que mi mirada se alzara por encima de la suya. Que lo que antes le llamaba temor ahora era un poder que doblegaba su presencia sin dificultad. Quería que viera que en mi ser no existía algún rastro de lágrimas e infelicidad que antes me hacía cargar con obsesión. Mis ojos eran la puerta de un humo abrasador buscando disparar fuego consumidor sobre la inmundicia que había en su trapo de alma.
Pero, aún conociendo su destino, la locura era la única que podía recibir con placer su castigo. Víctor aturdido, esbozó una perdida sonrisa que fue convirtiéndose en una estruendosa y demente carcajada. No obstante, mi poderosa comitiva le calló de inmediato. El ejército solicitado hizo acto de presencia.
- Estás loco ... Loco de amarrar.
Mi majestuoso orgullo combinado con satisfacción pura y magnífica valentía se asomaron por la ventana haciendo que mi voz resonara con poder y fortaleza. Alguien estaba bastante atemorizado.
- Y los que son como tú, - di un paso al frente. - Necesitan estar con sus iguales, o en tu caso... - sonreí. - Con los irracionales.
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