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Abrí mis ojos con la fuerza que la lentitud me permitía poseer

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Abrí mis ojos con la fuerza que la lentitud me permitía poseer. Mis párpados parecían atados a sus cuencas, pero deseaba apreciar nuevamente la luz.

Un tono blanquecino y cegador fue ganando terreno poco a poco dejándome perpleja y desorientada.

- Señora Carpio... ¿Cómo se siente? - una mujer con ropas blancas apareció ante mi vista.

- Donde... estoy... - mi voz, más que un susurro se escuchó con aires de preocupación.

- Estamos en el Hospital Regional. Alguien hizo una llamada a emergencias y la ingresamos aquí.

El pánico se apoderó de la escena de pronto trayéndome a la realidad de repente. No podía ser Danny, le había enseñado los números de emergencia pero nunca lo habíamos practicado, mis vecinos nunca estaban en casa y Vic... no, nunca llegaría a hacer tanto por mi. Mi mente estaba muy débil, era demasiado en qué pensar y mi cuerpo imploraba descanso.

- ¿Cuándo podré ir a casa? ¿Dónde está mi hijo? - la cabeza comenzó a dar vueltas.

- Lo lamento señora. Su estado de salud es muy crítico en estos momentos, necesita mantenerse tranquila. - tranquilidad, calma...Esas cosas hacía tiempo se habían borrado de mi memoria. - ¿Recuerda por qué está aquí?

Volví a mirarla sin conseguir evitar mi nerviosismo, tratando de pensar en cuál de todas mis excusas podría sacar a la luz.

- Verá, yo ... estaba cenando con mi hijo ayer...

- ¿Ayer? - replicó confundida. - Usted está aquí desde hace dos semanas.

De no haber sido porque estaba en una cama, habría sentido más dolor al caer desparramada. Tal fue la brusquedad de mi reacción que con un poco de esfuerzo, mis ojos se saldrían de sus órbitas. Aún así, y a fuerza de voluntad, me incorporé de inmediato buscando una salida.

¡QUINCE DÍAS! Victor iba a matarme....

- Señora... - la doctora intervino con preocupación. - Trate de mantener la calma, no puede exaltarse de esa manera. - pero no creía que existiera alguna forma de tranquilizarme.

- ¡Usted no sabe en el lío en qué estoy metida! - grité sin alguna contención. Nunca me había sentido tan sola, tan herida, tan abandonada. No tenía a nadie a quien contarle la infernal vida a la que debía enfrentarme. Solo sabía que mi hijo estaba por encima de todo y que nadie me apartaría de su lado.

De pronto, el vértigo invadió mi cuerpo y aunque puse toda la oposición que mi sistema guardaba, no pude evitar caer en la cama una vez más.

La doctora, se sentó a mi lado y con una inexplicable calma apagó mi vana efervescencia.

- Sí sé por lo que está pasando. - puso su mano en mi rostro mientras intentaba apaciguar mi temor. - No estás sola. - dijo con la más grande bondad y empatía que en mi vida alguna vez había conocido.

Y sin tener más fuerzas para pelear, mi alma escupió su llanto desahogando su dolor. 

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