10.- El Santo Corazón de la Sagrada Capilla

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La Sagrada Capilla de los últimos días era un lugar santo concurrido por la gente de un pequeño poblado, ubicado en un alejado lugar al norte del Perú. Era gente sencilla la que habitaba en ese apartado paraje rodeado de bella naturaleza. 

Solía ser un lugar poblado con casas de adobe, de clima templado y benevolente, de gente muy amable y  en general bastante sociable, aunque no recibían muchas visitas, salvo por los sacerdotes y monjes que cada cierto tiempo iban y venían a la capilla.

El cura que dirigía la capilla se llamaba Héctor, lo conocían como el cura gringo y al igual que la gente que vivía ahí, era un sujeto amable, solidario y simpático. No era peruano, era un inmigrante de cincuenta años. Tenía una prominente estatura, era alto con un metro ochenta y cinco centímetros de estatura. Su cabello solía ser rubio, aunque ahora era más cano que dorado. Solía peinarse hacia atrás manejando su cabello más bien corto. Sus ojos eran marrones como el café cargado y tenía un acento que le parecía gracioso a los niños que lo escuchaban todos los domingos en las misas, acento que pese a los años viviendo en Perú, nunca pudo quitarse del todo.

Héctor era una persona muy puntual, todos los fines de semana, se levantaba muy temprano. A las seis de la mañana se daba un baño de agua fría y vestía su camisa, pantalones negros y llevaba sus zapatos bien lustrados. Después de desayunar algo sencillo, casi siempre tostadas con mantequilla o queso y acompañadas de un té cargado, preparaba su sermón leyendo los pasajes de la biblia que enseñaría a los fieles en unas horas más.

Mucho tiempo ha pasado desde que llegué a este pueblo - pensaba para sí mismo mientras cogía la biblia  en su mano - me pregunto que sería de mi si no hubiera encontrado el camino del Señor, pensar que fue por ese sueño tan extraño que terminé eligiendo esta vocación - pensaba

Pues resulta que el cura gringo, o más bien Héctor William Thompkin que era su nombre completo, no fue un adolescente que tuviera el deseo de ser sacerdote, de hecho estaba más ligado al camino fácil que proporciona la vida de los ladrones que a la buenaventura de la salvación en la fe cristiana, pero, ¿Qué le hizo elegir este rumbo de ayudar a los necesitados?

Héctor se crio prácticamente solo en la calle, su padre lo abandonó cuando tenía tres años y su madre lo ignoraba, tal fue su negligencia que el chico pasaba hambre y se dedicaba a robar comida y dinero a los transeúntes en las calles de Londres. Con doce años de edad, la gente ya no le veía como un niño pequeño que pudiera ser sujeto de caridad, sino más bien como un incipiente delincuente, y dado la apariencia harapienta que traía, muchos lo corrían a golpes e insultos.

Así fue esta primera etapa de su vida, triste y miserable, donde las ratas fueron más humanas que muchas de las personas que pasaban a su lado mirando a cualquier parte para ignorarle, mucho más humanas que esa madre alcohólica que se prostituía para pagar sus propios vicios. 

Las cosas no pintaban muy bien para el joven Héctor, y su vida habría terminado en un par de años si no fuera por un extraño sueño que tuvo un día. El cura ya adulto y formado recordaba ese día como si hubiera sido ayer, pues estaba agradecido de haber corregido su rumbo y de ser un ejemplo para el pueblo que tenía como rebaño.

Fue una noche de intensa niebla en la costa de Londres, cerca de los muelles. El preadolescente caminaba buscando restos de comida que tiraban los restaurantes de pescado luego de cerrar. El riesgo de enfermarse del estómago por comer algo descompuesto no superaba el rugido inclemente de una barriga hambrienta. La colecta fue decente, un pescado frito a medio comer y unas zanahorias medio secas que fueron descartadas por ser deformes.

Como acostumbraba tomó la comida y caminó al resguardo de un árbol de la plaza de armas, se disponía a darle el primer mordisco a su fría merienda cuando una bellota le cayó en la cabeza. Era una semilla grande y lustrosa, era la bellota más grande que jamás hubiera visto, de suerte no cayó de tan alto y le partió la cabeza. El joven Héctor tomó la semilla y pensó en hervirla para comerla en su casa, no es una comida habitual, pero si aporta muchas calorías, es un alimento valioso.

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⏰ Última actualización: May 23, 2021 ⏰

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