3.- Tiupax

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Recomiendo el tema puesto en el banner de este relato, no tanto las imágenes pero si la música. Espero que disfruten mucho este viaje //////

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Entre los tambores y las danzas nos perdíamos, bebiendo el vino de las frutas y cantando alrededor  del tótem de Tiupax Tumul. Los colores dulces de la eterna primavera selvática imbuían un manto de misticismo sobre la belleza paradisíaca de nuestro hogar.

Ahí se encontraba ella, en lo alto del altar. Bailaba con la sonrisa más alegre de la fiesta, su corazón era un océano de fervor y jolgorio. La mirada penetrante de sus ojos oscuros paralizaba el aliento, la doncella de los Dioses, su piel de suave barniz  terroso llenaba la ceremonia con el petricor de la mañana. Así la vida fluía en cada movimiento, en cada nota de los timbales.

Las letras y los sacrificios de Tiupax Tumul esperaban entre los ritmos. Un Dios benevolente  y críptico, protector de su pueblo y enemigo de sus enemigos.  El desenfreno había extenuado a todos los pobladores, el festín y la bebida hicieron que todos perdiéramos la noción del tiempo, pero llegado el momento, la fiesta había terminado. La hermosa Millalanay estaba lista y orgullosa de enfrentar el sacrificio, su sangre estaba preparada para satisfacer la sed eterna de Tiupax.

El sacerdote convocó a los antianos al altar, el cántico continuaba mientras Millalanay tomaba solemnemente su posición, los tambores tocaban un ritmo suave y grave. Annuy tomó el cuchillo de sacrificios y se incorporó a los cantos con su voz grave. 

La sonrisa de la chica transmitía valor, belleza y amor, compasión, serenidad y aceptación. Annuy habló: "Su destino fue decidido y creció sabiendo que su caducidad estaba dictada por los artesanos de la muerte" - En ese momento Tiupax rugió en el firmamento.

El cuchillo cayó como un relámpago y se clavó sobre el corazón de la muchacha, un grito ahogado y contenido entre las lágrimas enrareció el aire. El trueno de Dios dio paso a la lluvia de Tiupax, el firmamento lloraba junto al sacrificio.

El sacerdote retenía la mano de la agonizante  Millalanay, ambos se miraron y sonreían. Annuy le conversaba - Adiós hija mía - dijo el anciano entre lágrimas.

Los tambores y timbales, los cánticos y las conversaciones callaron por largo rato, silencio respetuoso. La paz fue una en la tierra. Todos lloraban la partida de Millalanay.

Estábamos en paz hasta que un extraño rugido provino desde la selva, los asistentes nos encontrábamos cansados, pero el sobresalto nos puso en sintonía con la realidad. Debíamos atender la emergencia.

Desde la oscura selva, dos hombres llegaban heridos. Ambos se encontraban consternados y apenas hablaban. Entre balbuceos mencionaron una bestia salvaje que brillaba como las estrellas, con la piel más dura que la de un caimán. Tratamos de que nos contaran más, pero ya no fueron capaces de decir más que Tiupax, una y otra vez. Ambos lloraban, sollozaban su nombre, se tomaban los cabellos y los ojos desorbitados mostraban un terror que jamás había presenciado. Otros dos guardias no volvieron.

La ciudadela se enteró en poco tiempo, el ritual tuvo que ser interrumpido, el cuerpo de Millalanay fue puesto bajo un sarcófago de piedras, la ceremonia tendrá que continuar después de que pasara el caos.

Volvimos a la guardia, la noche estaba rara, la lluvía se sentía tibia e incómoda. Suaves fulgores provenían del corazón de la selva y el canto de aves que jamás había oído emanaba de rincones ocultos de la selva. Parecían acercarse.

De pronto llegó Annuy, se incorporó a los vigilantes y me pidió que fueramos a investigar las luces y los cantos de los pájaros. Sin perder tiempo nos pusimos en marcha, nos acercábamos por caminos desconocidos. Al pasar un rato se escuchaba la música de los tambores, sentí los sabores que había bebido y en  el corazón un dolor agudo me hizo ver a Tiupax.

No sé si el sacerdote estaba experimentando lo mismo que yo, pero me saco de mi introspección tomándome por el brazo. - Mira ahí - me dijo

Ante nosotros una enorme piedra metálica brillaba por el contorno, una luz cálida y fría a la vez. Amable y siniestra nos envolvió. Annuy estaba estupefacto - Es Dios - dijo.

Una luz enceguecedora se manifestó, abriéndose frente a nosotros un portal, de su interior divisé una figura alta y delgada.

Annuy se puso de rodillas y le seguimos, era Tiupax. No podía ser otro. Su voz fría sonaba como el trinar de mil pájaros, sus melodías eran extrañas y largas. Dios se acercaba a nosotros, el sacerdote lloraba de devoción frente a Dios.

Tiupax se acercó a Annuy y puso su mano de turquezas en la nariz del anciano. El viejo se desmayó al instante, quedó inconsciente y con las piernas temblando, sangraba por la nariz.

El miedo recorrió mi cuerpo, Dios se acercó a otro de los jóvenes de la guardia, puso su mano sobre la cabeza del muchacho y también se desmayó. Tiupax venía por mí ahora. Se acercaba lentamente pero se detuvo de súbito al oír el trinar de otros seres como él.

La curiosidad me hizo levantar la cabeza, pude ver dos seres iguales a Dios cargando a rastras el cuerpo de Millalanay. Paralizado por el terror no pude hacer más que observar en silencio. Los seres cargaron al anciano y al muchacho dentro de la estructura brillante.

Tiupax se acercó a mi, sus ojos de reptil me miraban fijamente mientra la luz etérea de sus plumas se movían al viento. Su mano me tomó por el pecho y me levantó sin esfuerzo.

En mi mente escuchaba la palabra de Dios. Me decía que era momento de ascender, me puso de pie  y con un gesto me invitó a su morada. En mi mente resonaban fuertemente los tambores, el vino frutal  y el cansancio me hicieron desvanecer.

Cuando desperté, me encontraba tendido en un prado verde de suaves pastos. Había muchas personas durmiendo a mi alrededor, muchos de la tribu. Al fondo había un enorme mesón de piedras con alimentos y agua limpia. A los costados abundaban preciosas chozas tribales con el símbolo de Dios.

No sabía dónde estábamos, pese a que di varias vueltas no pude ver aves ni animales grandes, solo gente durmiendo. Lo que si llamó mi atención fueron unos hongos negros y metálicos con un ojo, también había insectos que volaban igual a las libélulas, tampoco había rastro de Tiupax ni los otros Dioses.

-¿Qué estaba pasando?

Cuando despertaron los demás, discutíamos sobre lo acontecido. Algunos decían que habíamos muerto, otros que eramos prisioneros. Lo único que sabíamos era que estábamos a salvo.


FIN







Infierno psíquicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora